Hace unos días me llamó la atención el espectáculo televisivo de un religioso revestido con los atributos de su orden y ofreciéndose con su móvil para acudir a atender a quien necesite confesarse. A Dios no podemos ofender, luego no precisa de delegados que reciban nuestras ofensas ni de piadosos controladores, pero desea que sepamos pedir perdón a quienes ofendemos. ¿A dónde nos llevan estas actitudes reaccionarias? La enfermedad era entendida como la consecuencia de algún pecado personal o familiar y el enfermo cargaba con ambos males. Jesús curaba la enfermedad y sin la enfermedad ya no había pecado. A nadie preguntaba por ellos; le preocupaban solo los dolores de la gente. En la Antigua Edad Media, procedente de Irlanda y marcado por un orden monástico, llega al continente a través de monjes itinerantes misioneros, la penitencia privada practicada en los monasterios. La Iglesia va entrando en razón pero poco le ayudan estas acciones piadosas de cuño reformista. A Dios no hay que temer, hay que buscarle en silencio sin alarmas estridentes del 112. Sería oportuno saber a qué tipos de pecados atienden estos piadosos confesores. Como podrán apreciar me dejo seducir por un cristianismo más humano y evangélico que el de la ortodoxia medieval.