"¡Órdago! ¡Quiero!". Ya está el follón montado. ¿Quién ha engañado al contrario más y mejor? ¿Quién creía tener mejor baza o mejor farol? Ahí reside la grandeza del juego del mus: se puede engañar, pero no mentir.
"Hay dos clases de personas en el mundo: los que saben jugar al mus y los que no", dice un amigo mío. Es mucho decir, pero no hay duda de que es un juego completo, porque ganar es bueno pero perder tal vez mejor, si solo te juegas la honrilla, como suele ser. Perder al mus es un placer, sobre todo cuando juegas contra alguien que en el empeño se juega la vida, la honra, el honor, la inteligencia y la bilis. Si perder es una gozada, ya no digo ganar. Puedes poner cara de jueza con úlcera estomacal y por dentro desternillarte de risa de las barbaridades que haces con envidos, pases y órdagos a grande, pequeña, pares (si tienes es para volver loco a cualquiera) y juego. Hasta que te cazan. Entonces te ríes a pierna suelta. Si es tras almorzar, lo celebras con otro trago y a correr; buena siesta y el que venga atrás que arree. Usted lo pase bien. Ongi izan.