Los Denver Nuggets por fin han encontrado, en forma de título de la NBA, el oro que llevaban buscando desde 1967. La franquicia que debe su apellido a las pepitas de oro que buscaban con ahínco aquellos intrépidos aventureros que llegaron en el siglo XIX a Colorado y a las Montañas Rocosas, por fin ha logrado su sueño dorado. Tras una larguísima trayectoria –hasta 1976 en la extinta ABA– sin éxitos, la conquista de su primer trofeo Larry O’Brien llegó la madrugada del martes en el Ball Arena delante de su afición, sedienta de gloria, al colocar el soñado 4-1 en las finales contra los correosos Miami Heat imponiéndose en el quinto duelo por un ajustado 94-89.

Un genio serbio que responde al nombre de Nikola Jokic que colecciona trofeos de MVP y amasa estadísticas individuales históricas mientras proclama a los cuatro vientos que tanto los primeros como las segundas le importan un pimiento y un base canadiense llamado Jamal Murray, programado desde su infancia para ser una estrella a base de meditación y entrenamientos que rozaban lo despiadado, han sido los mascarones de proa, con Mike Malone al mando desde el banquillo, de un éxito que se resistía, hasta amenazar con colgarle la etiqueta de equipo exitoso en las temporadas regulares pero blando e inefectivo en las eliminatorias por el título. Unas veces por lesiones y otras por bajadas de rendimiento, los Nuggets amagaban pero no eran ases en el difícil arte de noquear adversarios. Divertidos de ver pero sin el necesario instinto depredador, algo que este curso ha cambiado.

Con Jokic jugando al mismo nivel, o incluso superior, que le valió para ser MVP los dos anteriores ejercicios, Murray dejando por fin atrás su rotura del ligamento cruzado de la rodilla izquierda que le tuvo más de 500 días en barbecho, Malone sabiéndose respaldado por el vestuario y un buen grupo de secundarios con Michael Porter, Aaron Gordon y Kentavious Caldwell-Pope –talento, físico y experiencia al servicio del grupo–, los Nuggets firmaron el mejor balance del Oeste en temporada regular (53-29). Dejaron en la cuneta durante el play-off a Minnesota, Phoenix y Los Angeles Lakers cediendo sólo dos partidos y en la final han devuelto a la realidad a unos Miami Heat cuyas eliminatorias por el título estaban siendo enormemente meritorias, llegando al último escalón desde el play-in tras eliminar a Milwaukee, número uno del Este, New York y Boston.

Pese a perder el segundo partido en casa, Denver ha dominado las finales desde el físico y la insultante superioridad de Jokic, dictatorial MVP de las finales, cada vez que salta a cancha. Desde su atalaya de 2,11 metros, el serbio es el mejor director de juego de la NBA pese a que la teoría le señala como pívot. En las finales ha promediado 30,2 puntos, 14 rebotes y 7,2 asistencias (28, 16 y 4 en el último duelo) y se ha convertido en el primer jugador en la historia en liderar un play-off en estos tres epígrafes estadísticos.

En el choque decisivo, Denver tuvo que sufrir hasta el final para saborear la gloria en una cita con más incertidumbre que juego y acierto. Miami alcanzó en ventaja el descanso (44-51) aprovechando el horrible rendimiento ofensivo de los anfitriones: 1 de 15 en triples, 3 de 8 en tiros libres y 10 pérdidas. En la reanudación, Porter y Gordon dieron un paso al frente para ayudar a Jokic y Murray, y los Nuggets equilibraron la balanza. En el ecuador del acto final, el 81-76 colocaba el anillo al alcance de Denver, pero Jimmy Butler, competitivo como muy pocos, surgió con 13 puntos seguidos para los suyos cuando hasta entonces llevaba un partido muy pobre. El 88-89 a dos minutos del final elevó la temperatura. Bruce Brown firmó, de rebote ofensivo, una canasta vital, Max Strus falló un triple para los Heat y Kentavious Caldwell-Pope metió dos tiros libres tras robar la bola a Butler. Con 92-89 y 24 segundos, el propio Butler falló el triple que valía una prórroga, Brown puso la guinda desde el tiro libre y Denver se cubrió de oro.