jordan Poole, Ky Bowman, Glenn Robinson III, Eric Paschall y Willie Cauley-Stein. Hay que ser muy aficionado a la NBA, de esos que devoran los entresijos de la liga estadounidense hasta sus profundidades abisales, para que el quinteto titular con el que los Golden State Warriors comparecieron en su duelo del pasado fin de semana ante los Charlotte Hornets no suene a algo absolutamente marciano, más propio de la Liga de Desarrollo que de la mejor competición del mundo y de la franquicia que hasta hace escasos meses sacaba pecho por poder poner en liza a uno de los quintetos más siderales de la historia del baloncesto. Entre ese quinteto formado por tres novatos (Poole, Paschall y Bowman, este último con contrato dual para jugar en la G-League tras no entrar ni siquiera en el draft), un jugador que en cinco cursos nunca ha promediado más de seis puntos por partido (Robinson) y un joven prometedor que no acaba de romper (Cauley-Stein) y el que Steve Kerr pudo alinear en varias fases del pasado curso con Stephen Curry, Klay Thompson, Kevin Durant, Draymond Green y DeMarcus Cousins, cinco All Stars, existe un auténtico abismo, enormes dosis de mala suerte en forma de lesiones de gran gravedad y la descomposición de un grupo humano que los últimos cinco cursos ganó tres anillos, perdió dos finales y puso sobre la mesa un nuevo estilo de juego tan preciosista como letal.

El imperio de los Warriors ha quedado maldito, prácticamente reducido a cenizas. Su arranque de temporada, con siete derrotas en nueve partidos recibiendo además sonoras palizas (ante Oklahoma City llegaron a perder por casi 40 puntos, en el debut del curso cayeron por 19 ante los Clippers y esta misma semana han perdido por 17 frente a los Rockets), ha llevado al siempre directo Draymond Green a reconocer que “damos puto asco”. El propio Kerr ya advirtió en la noche del debut que el 122-141 ante los Clippers en el lujoso y recién estrenado Chase Center de San Francisco “no va a ser un hecho aislado, esta es la realidad y tendremos más noches como esta. Los cinco últimos años hemos vivido en un mundo irreal”. Y eso que todavía Curry no se había fracturado la mano izquierda -causará baja al menos los próximos tres meses-, Green no había sufrido aún el desgarro del ligamento de uno de sus dedos -no jugará los próximos partidos- ni D’Angelo Russell, su principal fichaje en el mercado estival, había tenido que descansar por un esguince de tobillo.

A los Warriors todo les ha salido mal desde la última final de la NBA. Lo que parecía encaminarse hacia su cuarta ceremonia de coronación acabó en desplome cuando Kevin Durant se rompió el tendón de Aquiles en el quinto partido y Klay Thompson cayó en acto de servicio (rotura del ligamento cruzado de su rodilla izquierda) en el sexto y definitivo. El título voló a Toronto y en el mercado de agentes libres hicieron lo propio no solo grandes estrellas como el propio Durantula (Brooklyn) o Cousins (Lakers), sino también gran parte de esa segunda unidad que tan importante fue durante todo el último lustro (Andre Iguodala y Shaun Livingston) como en los ejercicios más recientes (Jordan Bell, Quinn Cook, Alonzo McKinnie, Jonas Jerebko, Damian Jones, el recuperado Andrew Bogut...).

Los Warriors arrancaron el curso 2019-20 sin la vitola de favoritos al título pero con la esperanza de poder luchar por un billete para el play-off. La presencia de Curry y Green y la llegada desde Brooklyn de un All Star como D’Angelo Russell parecían buenos argumentos a la espera de la reaparición de Klay Thompson, al que se espera ver en acción en el tramo final de la temporada regular, pero pronto se vio que la nueva mezcla no funcionaba, sobre todo en la parcela defensiva. -19 puntos ante los Clippers con 141 puntos encajados, -28 frente a los Thunder recibiendo 120, -11 con los Phoenix Suns encajando 121, -17 en casa ante unos San Antonio Spurs que anotaron 127 puntos con absoluta placidez, -17 contra los Rockets... Un desastre. Sus dos únicas victorias han llegado en la visita a los New Orleans Pelicans (123-134) y contra Portland (127-118) y sus derrotas más honrosas se produjeron ante Charlotte (87-93) y Minnesota (125-119). Y es que la maldición de estos Warriors se ha llevado incluso por delante a secundarios fiables como Kevon Looney, baja indefinida por una neuropatía, dejando la patata caliente a un grupo de jóvenes con poca experiencia y talento.

Steve Kerr intenta mantener elevada la moral de la tropa en pleno naufragio -“estoy orgulloso del equipo, los chicos jugaron un baloncesto fantástico y lucharon mucho”, aseguró tras una derrota, achacando el tropiezo a sus propias decisiones-, pero cada vez son más las voces alrededor de la liga que sacan a la luz la posibilidad del tanking, que el equipo se deje llevar para acabar con una buena elección en el próximo draft y volver a empezar de cero la próxima campaña.