os resultados de las dos primeras elecciones estatales de Alemania en 2021 (Baden Wuertemberg y Renania Palatinado) han revelado ante todo realidades locales, no federales. Pero así y todo, han certificado el fin del bipartidismo que definió la política alemana tras el hundimiento del III Reich.

En realidad, se trata de una muerte anunciada. Tras la II Guerra Mundial, Alemania Occidental fue creada políticamente a imagen y semejanza de los vencedores; es decir, con un sistema bipartidista y una estructura federal. La aportación teutónica al sistema fue que en vez de dos partidos -conservadores (CDU/CSU) y socialistas (SPD)- el sistema fue de dos y medio : un tercer partido, minoritario y elitista (los liberales del FDP) que hacía de balancín en el Parlamento para mantener el equilibrio social.

Aquello era un ropaje para una situación histórica concreta; la de la postguerra. Y en la postguerra funcionó perfectamente, tanto nacional como internacionalmente. Pero con el paso del tiempo el mundo fue cambiando en Alemania y alrededor de ella. Con el colapso de la URSS estalinista a finales de los 90, cambió por completo el contexto internacional. Se acabó la polarización comunismo-democracia (o, si se prefiere, URSS-EEUU) así como la obsesión militarista y el mundo presenció la irrupción de muchos protagonistas nuevos, aunque uno de ellos -China- está creciendo tanto que estamos a punto de entrar en un nuevo escenario bipolar.

Todo esto repercutió en la política interior alemana. Pero aún más que la proliferación internacional de protagonistas, lo que cambió las reglas del juego político nacional fue la transformación de la sociedad alemana. También esta pasó del dueto clásico proletariado (representado por el SPD) - burguesía (liderada por CDU/CSU) al pluralismo; un pluralismo que nació devorando de entrada al FDP.

Pero este paralelismo nacional/internacional difiere en un punto esencial: la evolución alemana ha sido, y es aún, acéfala. La sociedad ha cambiado; tiene otras necesidades y sensibilidades, pero los partidos políticos no han cambiado, se han empobrecido intelectualmente. Tanto los viejos partidos de mediados del siglo pasado como los que han ido apareciendo desde finales del mismo tienen en común el ser unas estructuras de poder sin ideologías. Así, los viejos - SPD y CDU/CSU- siguen a la greña con argumentos que ya se exhibían en tiempos de Bismarck. Y los nuevos y menos nuevos -como los comunistas- se apuntan también a este juego o recurren a entelequias paradisiacas (los verdes) si es que no recaban -como Alternativa por Alemania (AfD)- pura y simplemente a nostalgias oníricas. Resumiendo mucho: todos ofrecen el mismo y epidérmico argumento de "yo soy el mejor".

Eso es siempre al gusto del consumidor, pero ninguna de las agrupaciones políticas actuales ofrece una ideología que encare el futuro mediato e inmediato ni -eso es lo más grave- ninguna ha hecho un análisis de la composición de la sociedad alemana actual para ofrecer a sus componentes fórmulas de convivencia y progreso para el presente y el futuro inmediato.

Consecuentemente, la masa de electores -el pueblo-, que no es culta ni se preocupa de repartos de poder, pero tiene un sano sentido común, se da cuenta de que le están haciendo ofertas de segunda. De ahí que su voto sea cada vez más disperso y el criterio selectivo más circunstancial. Y con este panorama se podría ir tirando mientras no se pierda el nivel de bienestar, si no fuera porque semejante vació de ideas ha sido siempre el mejor caldo de cultivo para que surjan populismos y dictaduras.