El equipo de ingenieros que dirige la obra se siente orgulloso. “Es una obra curiosa, especial”, admite Jon Corral, que hace las presentaciones. Javier León, un ingeniero madrileño, apasionado de los puentes de piedra y profesor de la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid, nos desvela los secretos del viejo puente de Deba, reconstruido piedra a piedra. Un total de 800 que en su día tuvieron que ser manipuladas de aquella manera y en estos tiempos levitan mediante grúas puente y son depositadas con un niño en su cuna, suavemente, con precisión.

Durante meses, se trabajó en esta “artesanal reconstrucción” con el miedo de que en cualquier momento más de 150 años de historia se sumergiesen en las aguas de la ría. Hoy, ya risueños, ven la obra medio acabada. “Esperamos que pueda estar terminado para Semana Santa”, reconoce el equipo de ingenieros que está dirigiendo las obras el puente de piedra del siglo IX de Deba: Javier León (Madrid, 1957); Iñaki Jaime (Eibar, 1984); Jon Corral (Donostia, 1965); Isabel Lorenzo (Madrid, 1992), y Josu Maroto (Urretxu, 1975).

Javier León, el director de obra, explica a NOTICIAS DE GIPUZKOA los secretos de un trabajo sin precedentes en su carrera y que ha conquistado su corazón. La historia de un puente derribado por un molusco de 8 centímetros de largo y menos de un centímetro de diámetro.

El que une las orillas de Mutriku y Deba es un puente made in Gipuzkoa con label, en el que fornidos trabajadores, que bien pudieron ser harrijasotzailes, levantaron una imponente estructura con piedra caliza de la cantera de Lastur, soportada sobre madera del país, “seguramente roble, que era lo que se empleaba para la cimentación de los puentes”.

León explica que antes de su construcción, en 1866, los peregrinos del Camino de Santiago y los vecinos de la zona debían superar el río bien en un paso de barca o remontando carretera arriba hasta Sasiola. Fue Antonio Cortázar quien unió ambas orillas, Mutriku y Deba.

Todo estuvo a punto de irse al traste en la madrugada del 5 de julio de 2018, cuando los vecinos de Deba y Mutriku a las orillas del río escucharon un “ruido fantasmagórico, el chirriar de piedras deslizándose unas sobre otras en una en una espléndido día de verano”.

Javier León asegura que no había manera de prever el desplome y aplaude la decisión de la Diputación, a la que reconoce su “gran sensibilidad”. Para la reconstrucción, ha habido que “desmontar las bóvedas y volverlas a montar, recreciendo la pila, algo que es absolutamente inusual, ya que esto comporta un montón de lecciones técnicas, de ejecución, patrimoniales” que el propio Javier ha trasladado a sus alumnos de ingeniería de Madrid en sus clases.

Valentía y sensibilidad

La decisión fue “valiente, porque una cosa que es casi una ruina, se apuesta por reconstruirla en el siglo XXI, con técnicas ya casi olvidadas, que son del siglo XIX. Aquí tendríamos que haber venido con levita, sin casco, con barba, como los ingenieros de la época” gente “que tenía mucho más mérito que nosotros”, los ingenieros modernos y sus herramientas”, dice.

Los medios hoy son distintos. Una grúa puente incorporada en la cincha roja, de la que colgó el maltrecho puente durante meses para que no se desplomase, fue esencial para el traslado de las 800 piedras de grandes dimensiones, de entre 150 y 400 kilos, con las que se montó este puzzle.

Javier León asegura que esta obra es arte, sinónimo de técnica en este caso. “A los ingenieros nos gusta hacer ese trabajo porque es un desafío. Eso no quiere decir que sea un camino de rosas; ha tenido muchas dificultades técnicas, de plazo, de definición, sorpresas, porque estas obras siempre deparan sorpresas”, admite.

El puente quedó en un “estado muy precario”, porque la pila segunda colapsó. El puente tenía inicialmente tres bóvedas de piedra y un cuarto vano (espacio), el último, del lado de Mutriku, donde había un tramo levadizo metálico, que funcionó para dar paso a las embarcaciones.

Sí, un puente levadizo que se eliminó en 1955 y que “daba paso a barcos de cierto porte, veleros que remontaban un poquito el río para dar servicio a ciertas instalaciones industriales y muelles de atraque que había aquí aguas arriba”. Este levadizo, que se averiaba con frecuencia, se suprimió para montar una cuarta bóveda chapada en piedra.

León explica los secretos del reconstruido puente justo sobre la bóveda número dos, junto a la pila que se hundió súbitamente aquel 5 de julio a las 5.00 horas. “Lo que había sucedido es que un molusco lamelibranquio que se llama teredo navalis y que en el lenguaje más coloquial se llama broma, se había merendado la madera que soportaba los pilares del puente”.

Pilotes de madera que se clavaban en el lecho del río “desde unas barcazas que tenían una especie de torre que, con poleas, unos cuantos hombres y un patrón que daba órdenes como en la trainera, elevaba una maza metálica de unos 600 kilos y golpeaba esa especie de lapiceros grandes, de un tamaño de 25 centímetros de diámetro, a los que se les ponía una punta metálica y se hincaban con andanadas de golpes”, hasta que ya no se hundían más. “Es una cosa fascinante que tiene un mérito extraordinario”, incide León.

“Encima de esa familia de pilotes, se configuraba un emparrillado de vigas de madera y sobre ellas un entarimado que daban soporte a las piedras. La cota a la que se sitúa ese entarimado de madera está por debajo del agua, por debajo de la marea en vivo, y es la que sufría la broma”, un “bicho” en el que al principio no repararon estos modernos ingenieros del siglo XXI, pero del que, “para escarnio nuestro, ya habían advertido por escrito los ingenieros del siglo XIX”.

Ese molusco ya lo conocían muy bien los navegantes del siglo XVI, “los que iban a América, y empleaban planchas de cobre” para evitar su acción nociva en los barcos. Él fue el culpable, porque “la madera bajo el agua no se pudre”, asegura León.

“A punto” de perder el puente

Josu Maroto, miembro del servicio de Patrimonio del Departamento de Cultura de la Diputación de Gipuzkoa, asegura que el ente foral actuó de emergencia porque “se sabía que si se caía, habíamos perdido el puente” y reconoce que “de julio a diciembre de 2018 hubo una amenaza real de perderlo”. Maroto destaca la determinación de la jefa de su departamento, Mari Jose Telleria, que desde el primer momento lo tuvo claro y se pusieron los medios para salvarlo.

La actuación de emergencia, añade Javier León, consistió en colgar el puente de la cimbra, y recalzar y reforzar las pilas del puente. Después la pandemia lo frenó todo y las obras de reconstrucción se iniciaron finalmente en abril de 2021.

“Tengo que decir que esta actuación no ha tenido precedente alguno”, porque “desconocíamos la configuración del propio puente”, asegura Javier León. A modo de ejemplo, se tuvieron que numerar las piedras al retirarlas para saber en qué orden colocarlas después y antes de la reconstrucción final se construyó aparte una bóveda a escala real para saber qué problemas se iban a encontrar después.

El 29 de noviembre, “se produjo el descimbrado del puente”, el momento de la verdad, “no exenta de riesgo y magia, según la cual la estructura de piedra que antes gravitaba sobre la cimbra metálica tenía que pasar a ser autónoma”, explica este ingeniero.

Una buena iluminación y un adoquinado más acorde al primitivo lucirán aún más este monumento. “Igual que París se merece la reconstrucción de Notre Dame, Deba y Gipuzkoa se merecen devolverles el puente que tenían”, zanja León.