uando llegó al cruce de San Prudencio de Getaria, vio un coche cruzado en la carretera. Ni lo dudó. Podía esperar el paquete que llevaba aquella mañana con su furgoneta a la piscifactoría de Zumaia. No dejaba de llover aquel día de perros en el que Ibai Rengel Caballero detuvo la marcha. Junto al vehículo empotrado contra el pretil en la N-634, encontró a una mujer que lloraba. Estaba muy nerviosa. Vomitaba.

Ocurrió el 1 de octubre de 2020, un viernes de nubarrones y aguaceros en el que este repartidor de 34 años estaba a punto de convertirse en ángel de la guarda, tras un trágico atropello en el que la mujer que conducía el turismo lloraba entonces desconsolada.

“Lo primero que pensé era que, bueno, ha tenido un accidente. Puse los cuatro intermitentes y bajé del coche”, rememora este vecino de Zestoa, que el próximo 12 de febrero será reconocido por el Gobierno Vasco por su gesto.

Eran poco más de las 10.00 horas. Cuando se acercó al lugar del siniestro, escuchó una voz de auxilio que parecía venir del otro lado del pretil. “Me asomé y vi a los dos chicos que habían sido atropellados. Uno se estaba levantando, el otro se agarraba la pierna. Inmediatamente llamé a SOS Deiak, dando la ubicación. Pedía que por favor viniera una ambulancia y la policía”.

La charla con Ibai tiene lugar en una gasolinera de Zarautz, donde este trabajador autónomo ha hecho un alto en el camino antes de continuar con el reparto, como hacía aquella mañana. “Lo primero que se me ocurrió fue parar el tráfico en ambos sentidos. Hacía muy mal tiempo. El accidente había ocurrido en plena curva para los que venían de Zumaia y los coches iban llegando. Se estaban formando retenciones, y yo les decía que prudencia, por favor”.

Tras ello, regresó al lugar del accidente. Saltó el pretil y se acercó a la víctima, Ibon Oregi, un triatleta de larga distancia con medallas en muchas disciplinas que había salido a entrenar con su amigo Jokin. Ambos habían sido atropellados mientras practicaban footingpor un turismo conducido por una mujer que en esos momentos estaba desolada.

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Tras el impacto, el markindarra de 44 años, vecino de Zarautz, salió despedido al otro lado del pretil, quedando tendido a menos de medio metro del abismo rocoso del acantilado. “Cuando me acerqué a él, vi que tenía la pierna seccionada, colgando, solo unida por dos tendones. Le faltaba el pie y el tobillo”, explica el repartidor, que se lleva las manos a la pierna izquierda.

pierna amputada

La mente de Ibai, sorprendentemente expeditivo y sin nociones de primeros auxilios, comenzó a buscar soluciones. Tras hacerse una nueva composición de lugar, volvió a llamar a los servicios de emergencias. “Soy yo de nuevo. Hay un hombre con la pierna amputada desde la rodilla, al que le faltaba el pie. Hace falta con urgencia una ambulancia medicalizada”, les apremió.

“Me acerqué a la mujer que conducía el coche. Le pregunté si se encontraba bien. Aunque no me contestaba porque se había quedado en estado de shock, vi que estaba consciente”. Jokin, el corredor que había salido con Ibon en dirección a Getaria, se había reincorporado tras el accidente y daba vueltas de aquí para allá, aturdido. “Le pregunté qué tal estaba. Tampoco me respondía, se encontraba en estado de shock. Solo decía: ayuda, ayuda, ayuda”.

A pesar del dramatismo del momento, el deportista podía andar, pensó Ibai. Una vez más, su mente lúcida supo leer dónde había que canalizar el esfuerzo para emplearse en cuerpo y alma. Se acercó a Ibon. “Intenté hablar con él. Sé que igual no me escuchaba, pero intenté hacerle compañía. Le pregunte cómo se llamaba, y me respondió que Ibon. Yo le decía que estuviera tranquilo, que estaba con él y que no me iba a ir. Le decía que ya había pedido ayuda y que iban a venir enseguida, que todo iba a salir bien”.

A Ibon, según recuerda Ibai, se le nublaba la vista mientras su ángel de la guarda le daba tortitas en el rostro. “Por favor, estáte conmigo. Todo va a salir bien. No te vayas”. Ibon repetía una y otra vez que tenía dolor, que su vida se apagaba. “Me dijo ciertas palabras que no se me van a olvidar: Por favor, dale recuerdos a mi mujer y a mis hijos, que me muero”Él le respondía que de eso nada, que todo iba a salir bien, aunque ante sí tenía a un hombre con el rostro cada vez más pálido que había comenzado a despedirse de sus seres queridos.

“Los minutos pasaban como horas, y la ambulancia y la policía no llegaban. Yo le veía cada vez más blanco y aturdido”, se desahoga ahora el transportista. Su instinto de supervivencia acudió de nuevo al rescate: un torniquete. “Jamás me había visto en una situación así, pero había que hacerlo porque estaba perdiendo mucha sangre y no llegaba la ayuda”.

la ‘xira’ y el torniquete

Ibai se palpó la cintura. Casualidad, ese día no llevaba el cinturón que acostumbra. “Subí a la furgoneta y removí todos los paquetes pero no encontraba nada, hasta que vi a un camionero que llevaba una xira(impermeable)”. “¡Dame tu xira! ¡Dame tu xira!, le gritaba. Prácticamente le arrancó la prenda antes de que le diera tiempo a reaccionar al conductor.

“Lo siento Ibon, pero tengo que hacerlo”. Así se lo dijo. “No sé, fue lo que me salió en esos momentos antes de apretarle el miembro amputado lo más fuerte que pude”. El torniquete redujo la hemorragia pero no consiguió paliar el dolor que sentía Ibon, que fue lo que le permitía mantener la consciencia.

Su ángel de la guarda seguía sobrevolando e Ibai se concentró en buscar el pie. Ibon repetía que, por favor, se despidiera de sus hijos y de su mujer, pero la mente del repartidor se centraba en localizar el miembro amputado. “Vino la primera patrulla y les informé de la situación. No sé cuánto tiempo pudo pasar. Les dije que le había hecho un torniquete y que faltaba el pie”. Cada segundo era vital, y uno de los agentes sacó una cinta del botiquín con la que hizo un nuevo torniquete. Poco después un policía localizó el pie de Ibon, que tras el atropello había quedado atrapado entre la suspensión y la rueda del turismo. “Le ayudé a sacarlo; estaba junto con el tobillo”, precisa Rengel.

Instantes después respondería a una nueva urgencia. “Llegó un sanitario y nos dijo que hacía falta hielo. De inmediato le pedí a un ertzaina que me dejara salir. Me fui a Getaria, al Itxaspe, el primer bar que vi abierto”. El establecimiento todavía no había levantado la persiana cuando Ibai entró enloquecido, a punto de caer sobre el firme todavía mojado. “¡Hielo, ha habido un accidente y necesitamos hielo de manera urgente!”. En un santiamén salió por donde había venido. “Al volver vi que un ertzaina había colocado el pie sobre una sábana. Le aplicamos un montón de suero para limpiarlo y después -relata el vecino de Zestoa- lo trasladé envuelto en la sábana hasta la ambulancia, para colocarle el hielo encima”. Rengel Caballero hizo cuanto estuvo en su mano, aunque reconoce que en aquellos momentos la gravedad de las heridas le hacían presagiar lo peor. “Tenía esperanza de que se recuperara él, aunque su pierna parecía complicado”, se sincera.

El corte del miembro no era limpio, “más bien un desgarro tras impacto contra el pretil”, dice. La primera ambulancia que había llegado al cruce de San Prudencio no contaba con todos los recursos necesarios para responder a la gravedad de las heridas. “Llamaron a una medicalizada que tardó muchísimo en llegar. Ibon seguía despierto. Un sanitario le decía que no cerrara los ojos mientras le iba desprendiendo de la camiseta para socorrerle”. Ibai se encargó de sujetar el gotero mientras le daban calmantes hasta que llegó la ambulancia. Entre todos colocaron a Ibon sobre la camilla para trasladarle al hospital.

“Actué en todo momento por instinto”, confiesa con humildad este repartidor, acreedor de una de las medallas al mérito ciudadano en emergencias que concederá el Gobierno Vasco el próximo 12 de febrero. Sin saberlo, y guiado por su intuición, Ibai había seguido casi al pie de la letra el protocolo de actuación, según le informaron después profesionales del sector.

sin saber de él

Esa noche, sorprendentemente, Ibai durmió como un tronco. Hay quien le dice que parece hecho de otra pasta, y que en caso de accidente les gustaría contar con su compañía. Lo cierto es que tras el vendaval de aquel frenético viernes, este repartidor autónomo siguió trabajando. “No sé si por la adrenalina o qué pero sentí hambre y después de tomar un pintxo con un café continué con el reparto”. Poco después trascendería lo ocurrido, y todo el mundo comenzaba a pararle por la calle. Pero a pesar de dormir bien, al día siguiente se despertó con Ibon en la cabeza. ¿Cómo estaría?

Nadie se había puesto en contacto con él para decirle si había conseguido salvar su pierna, y su vida. “Fui a la comisaría de la Ertzaintza de Zarautz y me dijeron que estaba vivo, pero que poco más sabían”, explica. A los tres días regresó, hasta que los agentes le dijeron que finalmente había perdido la pierna. “Por un lado sentí pena, pero al mismo tiempo alegría porque al fin y al cabo seguía vivo y se estaba recuperando”. Todavía regresaría a comisaría un par de veces más para saber de él.

Dos semanas después del accidente se encontró con Jokin, el amigo que entrenaba con Ibon aquella fatídica mañana. Ambos se habían cruzado en alguna que otra ocasión, pero nunca se habían parado a hablar. “Muchas gracias por lo que hiciste”, le dijo. A Ibon tardó tiempo en verle. Tendrían que pasar varios meses todavía.

“Supe que era triatleta, y tras el cambio que había sufrido su vida no quería que por hablar con él de lo ocurrido le removiera. Dejé pasar el tiempo. Si te soy sincero, el hecho de que en un principio no preguntara por mí me dejo un poco con la espinita, pero en cuanto nos vimos y me dijo que no se acordaba de nada me dejó más tranquilo”.

El encuentro entre el hombre atropellado y su ángel de la guarda tuvo lugar en Zarautz. “Yo estaba muy nervioso. No quería meterme a contar a fondo lo ocurrido porque bastante tenía él con lo suyo”. Sí le dijo que se le quedó grabado a fuego estar en frente de alguien que se despedía de la vida, y le convertía a él en mensajero. Desde entonces mantienen una bonita relación. “Tiene una fuerza de voluntad impresionante”, sonríe Rengel. “Para mí, el verdadero premio es verle saliendo del polideportivo o con su mujer”, se sincera el reconocido transportista, que dice sentirse “feliz de haber ayudado a una persona a salvar su vida”. Como borrón, añade Rengel, “comprobar la cantidad de gente que vio todo lo ocurrido aquella mañana sin que nadie se acercara a preguntarme si necesitaba ayuda”. Aquello le impresionó más que el propio accidente.