orzado al descanso, me he reconfortado con la lectura de Recordando a José de Arteche (1906-1971)”, preciosa biografía en la línea que trazaron los maestros del género Stefan Zweig, Emil Ludwig y G.K. Chesterton, y que ahora interpreta el agrónomo, antropólogo e historiador Dr. Pedro Berriochoa Azcárate al ejecutar, con técnica de microcirujano, la semblanza biográfica y análisis de la obra del ilustre azpeitiarra, casi olvidado en Gipuzkoa e incomprendido por una parte de sus paisanos que, quizás, se quedaron con algunos detalles de su trayectoria, sin llegar a comprenderlos. Ha pasado lo mismo con otros intelectuales de aquella amarga época de posguerra. Nada es blanco o negro; todo es gris y con motas. La obra ha sido editada con acierto por nuestra Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País.

La escritora, bacterióloga y periodista Laurie Garret, Premio Puli-tzer 1996 por su trabajo sobre el brote de ébola en Zaire, lo advertía en 1994 en The Coming Plague: “Mientras la especie humana lucha contra sí misma disputándose un territorio cada vez más atestado y unos recursos más escasos, la ventaja se traslada al campo de los microorganismos, nuestros depredadores y se harán con la victoria. Nos debemos preparar en serio contra la próxima peste”.

Aunque los detalles concretos nunca se conocerán con seguridad, existe un amplio consenso científico al atribuir al mercado mayorista de Wuhan en el que se vendían numerosos animales vivos de diferentes especies, el origen del betacoronavirus SARS-CoV-2, cuyo reservorio serían algunos murciélagos, con una especie intermedia previa a su paso a los humanos, que no se ha podido concretar, después de haber investigado a dos especies de serpientes y al pangolín. Imagino que se los seguirán comiendo como si no hubiera pasado nada.

En anteriores pandemias se localizó a los vectores y se adoptaron una serie de medidas higiénicas, sanitarias, de manejo y de sentido común para la mayoría de las personas racionales.

Ese contacto estrecho entre personas y animales, domésticos o salvajes, sin el menor control higiénico sanitario, es el que nos preocupa a los sanitarios preventivistas, sabedores de los riesgos de transmisión de enfermedades infecciosas y parasitarias a las personas (zoonosis) y ejercientes de la praxis del bienestar animal en su sentido más amplio, “el estado físico y mental de un animal en relación con las condiciones en las que vive y muere” que nada tiene que ver con la ñoñería ni con su humanización, a los que un sector de la población urbana pretende dotar de derechos, sin posibles deberes. Otra cosa diferente son las obligaciones que deben asumir sus propietarios.

Viene esto a cuento de ese anteproyecto en el que trabajan en la Carrera de San Jerónimo, de Ley de Protección y Derechos de los Animales, que pretende regular el reconocimiento y la protección de la dignidad de los animales por parte de la sociedad, fomentar la protección animal, la responsabilidad y el compromiso de la ciudadanía para la tenencia de animales, prevenir el alto grado de abandono de animales en España, y regular la adopción de animales abandonados, con incursiones en la repoblación de especies cinegéticas, cría y comercio de animales de compañía.

El texto, lleno de buenas intenciones inconexas, es un bodrio carente del menor rigor científico, contradictorio en sí mismo, chocante con alguna normativa europea, desconocedor de la realidad rural, populista y demagógico. Una lamentable chapuza.

Coincide en el tiempo con la reciente reclamación de los eurodiputados de la Comisión de Agricultura del Parlamento Europeo para una actualización de la legislación comunitaria sobre bienestar animal y una aplicación uniforme orientada a ganaderos y consumidores basada en la ciencia, en todos los estados miembros.

Me consta la gran dificultad que supone la elaboración de un texto técnicamente coherente que concilie los intereses de los diferentes grupos que se arrogan la exclusividad en el amor y protección de las mascotas, teñido además de progresismo seudoecologista y dudosa racionalidad.

En Euskadi disponemos de un amplio marco legal al respecto, con las ordenanzas municipales de las capitales y con la Ley de Protección de los Animales de 1993, un notable avance en la materia en su momento, cuya actualización también se debate ahora en el Parlamento Vasco, de manera que el revuelo que algunos medios generalistas han organizado, resaltando a modo de anécdota jocosa algunas de las intenciones que plasma el borrador madrileño, puede repetirse en Euskadi en breve.

En estos 30 años, también la sociedad vasca se ha transformado. Ahora existen ciudadanos que abogan por el mantenimiento de colonias de gatos ferales (asilvestrados), exigiendo a la Administración su captura, esterilización y posterior suelta en parques y urbanizaciones a costa del contribuyente, para un presunto control de roedores que no se ajusta a la realidad y ajenos a los problemas de salud pública que pueden generar. O cuestionan el control de las plagas urbanas. Y volvemos al mercado de Wuhan.

Con la aplicación de esa ley, ahora vetusta y la gestión honesta, discreta y eficaz, de la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Gipuzkoa y sus veterinarios, descendió notablemente el abandono de animales en Gipuzkoa, aunque se sigan dando casos por parte de urbanitas caprichosos que compran por Internet simpáticos cachorros con falsas documentaciones procedentes del submundo de los traficantes y que, cuando se aburren, los sueltan en otro municipio o los condenan a permanecer atados con una larga cadena a la puerta de un taller o de su chalet.

Hoy, alubias de Tolosa con sus sacramentos, castañas cocidas y plátano de Canarias flambeado al ron. Reserva 2015 del Club de Cosecheros de La Rioja Alta. Café. Coñac Remy Martin, como en los mejores tiempos de la sociedad Beloki de Zumarraga. O tempora, o mores. (Cicerón en la primera Catilinaria).

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El proyecto de ley de Protección y Derechos de los Animales

es una lamentable chapuza