Hoy es el Día Mundial de la Salud Mental. Las enfermedades mentales han estado estigmatizadas, pero el trabajo realizado por las personas con problemas de salud mental y sus familiares está dando sus frutos. Este año se ha hablado mucho del testimonio de la gimnasta estadounidense Simone Biles. Al igual que Biles, una guipuzcoana ha decidido contar su experiencia con la enfermedad mental para contribuir a que este tema deje de ser tabú y se trate a los enfermos mentales igual que al resto de los enfermos. Se llama Maialen Mendinueta y es legazpiarra. Ha grabado un emotivo vídeo en el que cuenta cómo ha convivido con la enfermedad y lo ha divulgado a través de las redes sociales. Como no podía ser de otra forma, ha recibido muchas muestras de apoyo.

¿Por qué ha decidido contar su experiencia con la enfermedad mental?

-Hacer este video ha sido una de las metas más importantes y más difíciles que he tenido. El objetivo es triple: el primero, liberarme de una carga que arrastro desde los 17 años. El segundo, que la gente me conozca un poco más para entenderme mejor, y el tercero, y más importante, ayudar a jóvenes y no tan jóvenes que tengan una enfermedad mental para que con mi testimonio no tengan que sufrir tanto como lo he tenido que hacer yo.

¿Por qué ahora?

-Estoy haciendo un máster de crecimiento personal y me puse varios objetivos a mí misma. Uno de ellos era ayudar a los enfermos y a sus familiares, y para eso debía salir del anonimato. No he hecho más que empezar. Quiero ir a los colegios y dar a conocer a los jóvenes que hay vida después de los brotes psicóticos. Creo que cuando era más joven me hubiese ayudado escuchar el testimonio de un adulto que hubiese pasado por esto.

En su caso, ¿cuándo empezó todo?

-Con 17 años, el primer año de universidad, tuve mi primer brote psicótico. Me recorrí todo el seminario de Derio, donde estaba mi residencia, corriendo sin parar de abrir todas las habitaciones, buscando al Olentzero, que me llamaba con sus palabras. Con medicación y mucha vergüenza a la espalda, en un mes conseguí volver a la universidad y ponerme al día y aprobar todo con buenas notas.

¿Cuánto duró la tregua que le dio la enfermedad?

-En cuarto de carrera aquello había quedado atrás y, como buena aventurera que soy, se me ocurrió ir a Nicaragua a colaborar con Dentistas Sin Fronteras. Allí me vino mi segundo brote, en una isla volcánica llamada Ometepe. Mi cabeza discurría en una película paralela, pensando que los volcanes iban a estallar y que teníamos que sacar a toda la población de allá. Me tuvieron en un hospital nicaragüense, que ya os podéis imaginar cómo era, y me trajeron sedada desde allí en un avión. Lo siguiente que recuerdo es despertarme en un hospital psiquiátrico en Donostia. De aquello también me recuperé con medicación y me volví a poner manos a la obra. Al mes ya estaba otra vez en la universidad, con más vergüenza todavía. Nunca nadie me preguntó qué tal, ni qué pasaba: era tabú.

La enfermedad no le impidió formarse y convertirse en una prestigiosa odontóloga.

-Tras acabar la carrera, y siguiendo mi espíritu aventurero, me fui a Barcelona a trabajar de odontóloga con una compañera de clase. Trabajé un par de años y tuve la suerte de entrar en uno de los mejores másteres de ortodoncia de España. Estudié duro tres años más y a los cinco años de haberme ido a Barcelona volví a Euskadi, porque entretanto me había echado de novio a quien ahora es mi marido. Al volver, me entrevisté con Eduardo Anitua y me enseñó su gran clínica en obras, en Vitoria. Comenzamos la andadura en noviembre de 2008, con mis 27 añitos, para 28. Todo fue bien hasta 2012. Mi cabeza me había dado una tregua de diez años para poder formarme y empezar a trabajar en clínicas maravillosas. También para encontrar pareja, comprarme mi casa y planificar mi boda.

¿Cuándo se volvieron a torcer las cosas?

-Tras un máster sobre gestión. Empezó en el viaje de vuelta desde Valencia y ya por la noche, en casa, pasé una noche de terror al ver a mi pareja con cara de extraterrestre. Con buena medicación, a la semana ya estaba trabajando, así que muchos de mis compañeros y amigos ni se enteraron. Y a los tres meses me casé con mi marido. Todavía valoro cómo pudo casarse conmigo, tras saber que era una enferma mental.

Ha habido otros brotes.

-Nos recorrimos medio mundo de viaje de novios y al año nació nuestro primer hijo. Una nueva bofetada de mi cabeza. Además de un parto horrible, con cesárea final, súmale otro brote psicótico. Resumen: posparto para borrar de la historia. Pero como organizada y responsable que soy, estaba programado para julio y en septiembre volví a trabajar. A los tres años nació nuestro segundo hijo. Con él, el posparto fue mucho mejor. Pude disfrutar de su época de bebe, cosa que no pude hacer con el primero. Pero en octubre de 2017 murió mi amama y me volvió a dar otro brote. Conseguí incorporarme a las dos semanas, pero en 2018 me persiguió la depresión que sigue a los brotes psicóticos. 2019 lo comencé con energía y muy contenta de la oportunidad que me volvieron a dar en Vitoria. ¡Pero luego llegó el maldito covid-19! Y con él, un nuevo brote mientras estaba en mi casa. En mayo volví con las pilas cargadas, pero se me fueron descargando y ya en septiembre de 2020 no pude más. Estaba entre deprimida y angustiada por el covid-19 y por mi autoexigencia. Ahora, un año más tarde, estoy otra vez con fuerza para tirar para adelante y perseguir mis sueños.

¿Qué lectura hace de todo esto?

-Reflexionando y viendo lo que he conseguido, me gustaría avisar a la Maialen de 17 años y a su familia de que un futuro prometedor es posible también para una enferma mental. Quién me iba a decir a mí entonces que llegaría a ver la boca de personajes famosos, que trataría casos complejos y retadores y conocería pacientes maravillosos que con sus consejos me harían tirar hacia adelante. Que gracias a la fundación de enfermos mentales que ayuda Eduardo (Anitua), tendría ocasión de tratarlos con todo el cariño que se merecen o nos merecemos. Porque yo también sería de la fundación si no fuera por la ayuda de mis padres, amigos, jefes y compañeros de trabajo. Somos personas normales con una enfermedad que afecta a la dopamina de nuestro cerebro. Pero se nos puede preguntar si estamos bien o mal, igual que si tuviéramos cáncer, una pierna rota o el covid. Me sorprendió la cantidad de gente que se interesó por mí cuando, junto a mi familia, cogí el covid-19. Para entonces llevaba ya cuatro meses de baja laboral y muy poca gente me había preguntado si estaba bien.

Desde fuera, una enfermedad mental parece algo muy duro.

-No es fácil vivir con una enfermedad mental, pero vivir con un cáncer tampoco es fácil. Un enfermo de cáncer lo tiene más fácil porque puede hablar de su enfermedad sin ser juzgado. La enfermedad mental no está normalizada y de cara al mundo laboral, por ejemplo, seguro que en muchos lugares no te contratan si dices que tienes una enfermedad mental. Pero nadie está a salvo de una enfermedad. Ya es hora de conseguir una sociedad más inclusiva con los enfermos.

Todo esto lo contó en un vídeo. ¿Qué respuesta ha obtenido?

Estoy tomando parte en un máster de crecimiento personal y me han dedicado un par de pódcast. También me han entrevistado en Euskadi Irratia. Por otro lado, he recibido cartas de usuarios de centros de salud mental. En Legazpi, la mayoría de la gente no se atreve a mencionarme el tema. Muchas veces, el que menos te lo esperas te dice algo y el que esperas que te diga algo no te dice nada. Supongo que es normal, teniendo en cuenta que todavía es un tema delicado para mucha gente.