l Parlamento Europeo, a propuesta de algunos eurodiputados, Pernando Barrena (Bildu) entre ellos, votó esta semana la prohibición del uso de antibióticos en animales, como medida para evitar las resistencias en las personas. Previamente, habían informado negativamente tamaña ocurrencia todas las agencias técnicas de la UE relacionadas con el tema. Hoy los veterinarios celebramos que, por amplia mayoría, se votó en contra. Lo que no es óbice para que continúen el control y las restricciones ya existentes para su uso, especialmente en los animales de abasto.

El covid-19 ha evidenciado la fragilidad de nuestra sociedad y la rapidez con que nuestro sistema puede venirse abajo. Según datos de Osakidetza, se han dejado de detectar 1.695 cánceres de colon y 202 de mama durante 2020 en Euskadi, como consecuencia de la ausencia de cribados durante la crisis.

Tenemos que aprender de esta pandemia, y hacerlo rápido, porque la próxima puede llegar antes de lo que pensamos, lo advertía el virólogo de cabecera de la Casa Blanca en una reciente entrevista en el programa Morning Joe, de la cadena americana MSNBC, mientras animaba a la población a vacunarse, no solo para protegerse, ellos y su entorno, sino también para evitar futuras mutaciones porque “a medida que aumenta la circulación del virus en la comunidad, se produce una acumulación suficiente de nuevas mutaciones para obtener una variante sustancialmente diferente de las que estamos viendo ahora”. Antony Fauci dixit.

Después de visto, todo el mundo listo. Los problemas surgen cuando, a pesar de las advertencias, se insiste en una actuación. Para esos casos está el sosteneya y no enmendaya, tan racial. Tan hispánico (con perdón).

Es una de las conclusiones de la primera lectura de Covid-19, la catástrofe: Qué hicimos mal y cómo impedir que vuelva a suceder (Antoni Bosch Editor, SA), cuyo autor es Richard Horton (Londres, 1961). Médico, docente honorario de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres y de la Universidad de Oslo y colaborador de la OMS, Horton es redactor y desde 1995, director de la revista médica The Lancet. Comprometido con la gestión de la salud pública. No pertenece, que se sepa, a nuestro LABI técnico-científico, ni al SAGE de Boris Johnson. Libre pensador y, por ende, incómodo para el poder. Y más ahora, porque el autor ya advirtió de los errores que suponían algunas medidas adoptadas en la gestión pandémica británica.

Sólo el papa es infalible cuando se refiere a cuestiones de su fe, según la Constitución Dogmática aprobada, de aquella manera, en el azaroso Concilio Vaticano I, el 18 de julio de 1870. Ese magisterio infalible no alcanza, sin embargo, a las autoridades judiciales o políticas, para quienes puede ser oportuno recordar el cuento de aquel rey a quien todos veían elegantemente vestido, porque todos estaban en su nómina, menos el mocoso que se atrevió a decir la verdad. El monarca estaba en pelota picada. Del niño, nunca más se supo.

Hace unos días y consecuencia del sexto fallo en contra de la Sala de lo Contencioso Administrativo del Tribunal Superior del País Vasco, un lehendakari muy cabreado volvía a abrir la veda contra un célebre magistrado, a quien se acusaba de menospreciar a la Ciencia porque un auto judicial elevaba al 60% el aforo de los estadios vascos, como en el resto de la Liga española, con perdón, asumiendo la propuesta de la Comisión Interterritorial de Sanidad y convirtiéndola para Euskadi, en obligación. Decisión, por lo demás, ampliamente celebrada por los aficionados. El mismo café para todos, aunque sea de puchero.

Algunos cargos gubernamentales tildaban al “juez del cursillo” de no respetar las competencias de Euskadi, argumento poco convincente, salvo para los forofos, palmeros y corifeos que, por cierto, apenas han entrado al trapo. Los que han hecho piña son los presidentes de los clubes de fútbol que, con cara de póker, guardan prudente silencio.

Lego también en ciencia jurídica, soy consciente de que los jueces, que no la Justicia, se han convertido en el primer poder, incontrolable desde sus instancias superiores de prorrogado mandato. No quiero pensar, sería una simpleza propia de tertulianos, en cierta animadversión de la Sala contra las iniciativas gubernamentales vascas. Es más factible creer en un erróneo planteamiento jurídico. Los expedientes a peso carecen de eficacia porque, es sabido, no hay juez que lea más de cuatro páginas. También cabe que sus señorías estén influenciadas por la favorable evolución de la pandemia en Euskadi, diariamente pregonada in extenso en cada desinformativo de la cadena pública.

Flaco favor hace a la convivencia la pública discrepancia del lehendakari, tan alejada de su estilo, mostrando su desnudez. Tras el natural enfado, justificable desde una perspectiva humana, procedería una reflexión, como hacen todos los entrenadores cuando reciben semejante goleada. Recurrir el auto a instancia superior, aunque sea de mala gana o, de lo contrario, en aras de la transparencia, explicar con claridad los motivos reales por los que no se ha adoptado hasta la fecha, y en seis ocasiones, esta decisión.

Gallarda la actitud del lehendakari al asumir los errores de la gestión, ¡qué menos! No se trata de buscar culpables ni de que rueden cabezas, que rodarán. Se trata de corregir errores para no repetirlos en la próxima pandemia, volviendo a la autoridad de Fauci, y eso exige un trabajo de auditoría que, para ser fiable, debería encomendarse a un grupo independiente de profesionales. Los de la nómina, como los mansos, enseguida muestran su querencia a las tablas. A fin de cuentas, hay que llegar a fin de mes y no son pensionistas. Vamos, la transparencia e independencia técnica a la que se refieren Norton y otros.

Por cierto, ¿qué pasa en Onkologikoa?

Crema de calabacín. Rabo deshuesado en su salsa con foie de Goiburu de Urnieta. Higos y fresas de temporada al Pedro Ximénez. Tinto Viña Real Oro 2013.

Se trata de corregir errores

para no repetirlos en la próxima pandemia,

y eso exige

un trabajo

de auditoría