- Europa ha dicho basta. 405 millones de habitantes, consumidores con un notable poder adquisitivo, van a poner en valor cada tonelada de CO2 que los habitantes del planeta vertamos a la atmósfera. Los Gases de Efecto Invernadero (GEI) que emitimos en nuestro día a día van a tener un precio a pagar a partir de ahora y su propio mercado. Lo mismo da que provengan del transporte, de la industria que produce los bienes que consumimos, de la energía con la que calentamos nuestros hogares o los alimentos que consumimos. Emites, pagas. Emites, compensas. Y si no, no emitas. Esa es la política a partir de ahora.

“La economía de los combustibles fósiles ha llegado a sus límites. Queremos dejar a la próxima generación un planeta saludable y también buenos empleos y un crecimiento que no dañe a la naturaleza”, sentenció ayer la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, quien recordó que “las metas climáticas ya no son solo un objetivo político, sino también una obligación legal”.

Europa como punta de lanza, sabiendo que quizá el resto del mundo no siga sus pasos. No al menos de forma inmediata, con los riesgos que supone quedarse solo en cualquier aventura. Pero con la esperanza de que sí lo hagan. La emergencia climática y el calentamiento global como motor de un nuevo modelo económico y social en el que no se emita ni un gramo más de gases de los que se pueden absorber. Y lo más importante, ejecutar esta transición sin perecer en el intento.

Se aventuran cambios importantes en nuestro día a día. El más visible es la prohibición de vender coches de combustión -diésel, gasolina o gas- a partir de 2035. A la vuelta de la esquina. El Estado español se había marcado como “ambicioso” objetivo llegar a ese punto en 2040. La carrera ha comenzado.

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El paquete normativo anunciado ayer consta de trece iniciativas legislativas con acciones concretas para reducir las emisiones en el transporte, energía, el mercado de emisiones de carbono o la biodiversidad. Y ha sido bautizado como fit for 55 (en forma para el 55). Es una referencia al compromiso de la UE de reducir en 2030 sus emisiones equivalentes de CO2 al menos un 55% con respecto a 1990. Es un paso intermedio, una referencia, en el camino hacia la neutralidad climática que debe llegar en 2050. Es decir, el objetivo para mediados del presente siglo no será no emitir nada, sino liberar menos dióxido de carbono del que somos capaces de absorber con nuestros bosques y pastizales.La apuesta tiene muchas oportunidades, sí, pero también sus riesgos. Europa asume el liderazgo del cambio. Cree que puede convertirle en referente de la economía verde y las energías renovables. Valga el hidrógeno verde como ejemplo. De entrada, La Unión Europea reducirá de forma progresiva la dependencia estratégica que padece, pues actualmente importa el 60% de la energía que consume, fundamentalmente combustibles fósiles con los que funcionamos en nuestro día a día.

Liderar este cambio hacia una economía verde no es baladí. El cambio de presidente en la Casa Blanca ha fortalecido la determinación europea. Joe Biden, presidente de EEUU, también lo persigue y ayer en Buenos Aires (Argentina) subrayaba, precisamente, el valor estratégico de liderar este cambio de modelo. “Creo que juntos logramos promover un compromiso a nivel mundial para elevar nuestras metas en lo que respecta al clima, al mismo tiempo que resaltamos las oportunidades económicas disponibles para aquellas naciones que están dando un paso adelante en pos de cumplir este desafío”, dijo.

aranceles climáticos

Europa, de momento, se pone al frente. Aunque le queda por delante una ardua tarea de negociar con sus estados miembros, representados en el Consejo, y también con el Parlamento Europeo. Expertos aseguran que alcanzar un acuerdo entre los Veintisiete podría llevar hasta dos años. Al menos, varios meses.

La apuesta tiene sus riesgos y por ello la nueva política se blindará con aranceles para evitar lo que ya se conoce como el dumping climático. Es decir, la Comisión Europea quiere asegurarse de que otros países con menores exigencias no le provoquen la fuga de los procesos productivos a otros continentes. La consecuencia sería la pérdida de miles de puestos de trabajo.

“El objetivo no es desindustrializar Europa. Todo lo contrario”, aseguraba un alto cargo de la Comisión que citaba El País. Es fácil de visibilizar: Para qué voy producir en una fábrica europea, si puedo hacerlo más barato y sin tantas exigencias ambientales en Asia, por ejemplo, y luego venderles mi producto más barato a los europeos. Las importaciones, por tanto, tendrán un impuesto climático si las materias adquiridas no han computado el carbono.

La propia Comisión Europea advierte de que será una transición “dura”, con profundos cambios estructurales en un corto espacio de tiempo, por lo que prevé ayudas multimillonarias a las empresas durante el periodo de transición, al mismo tiempo que comienza a distribuir los fondos de recuperación poscovid.

Pero no hacer nada no es una opción, insisten los mandatarios europeos. No hay más remedio. “De lo contrario, fallaremos a nuestros hijos o nuestros nietos, porque si no arreglamos esto, en mi opinión, lucharán en guerras por el agua y la comida, aseguró el vicepresidente de la Comisión Europea para el Pacto Verde, Frans Timmermans.

Para lograrlo, también será importante no dejarse a nadie atrás. En primer lugar, porque semejante viraje nos hará rascarnos más el bolsillo al pisar el acelerador de nuestro coche o al girar el termostato de casa. Bruselas estima que hoy en día unos 34 millones de europeos, un 8,4% de la población, tiene dificultades económicas para pagar la calefacción y el suministro de sus hogares, por lo que propone que el propio mercado de carbono (sistema ETS) genere un fondo social con 72.000 millones de euros en diez años. Su función será ayudar a los hogares humildes que gastan una importante proporción de sus ingresos en calefacción.

emisiones en euskadi

Un 9% menos que en 1990. Europa habla de reducir las emisiones un 55% en relación a 1990. Euskadi, sin embargo, toma como referencia 2005, porque es cuando adquirió la capacidad de gestión. Desde entonces, se han reducido las emisiones de GEI un 26% y desde 1990 un 9%.

La industria, como ejemplo. El transporte es la gran asignatura pendiente de la lucha contra el cambio climático en Euskadi: 6,4 millones de toneladas vertidas cada año a la atmósfera, el 96% desde los tubos de escape. Mientras que la industria ha reducido sus emisiones en un 38% en los últimos quince años; en ese mismo periodo de tiempo, las emisiones a la atmósfera causadas por el transporte han crecido un 15%. En 30 años, de hecho, han aumentado un 127% las emisiones por transporte, mientras que las de la industria se han reducido un 53%.

toneladas de gei

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Los vascos emitimos 18,9 millones de toneladas al año y absorbemos solos dos. Nuestras emisiones representan el 0,5% de todo Europa, que a su vez emite el 10% de todos los gases de efecto invernadero del mundo.

La Comisión prevé un fondo social con 72.000 millones de euros para que 34 millones de europeos puedan pagar el mayor coste de la energía

Importar productos que no hayan contemplado el coste del CO2 tendrá su propio impuesto climático al entrar en las fronteras de la UE