- El Ararteko presentó la semana pasada a las instituciones una serie de pautas para la protección y reparación de menores víctimas de abusos sexuales en Euskadi. El protocolo ha sido consensuado con las aportaciones de voces expertas como la de Pepa Horno (Zaragoza, 1973), psicóloga y reconocida consultora en infancia que lleva más de dos décadas coordinando campañas estatales e internacionales para la prevención y erradicación de la violencia contra los menores. Asegura que despertar a esta realidad “genera tanto desasosiego que para muchas personas es más fácil negar que afrontar”.

¿No existe conciencia social al respecto en Euskadi?

-Lo llamativo del País Vasco es que teniendo en cuenta el altísimo nivel de desarrollo de servicios sociales y recursos destinados a colectivos vulnerables, en el abuso sexual a la infancia no se hayan dado hasta ahora los mismos pasos.

¿Por qué?

-Afrontar el abuso sexual infantil supone afrontar el dolor producido por nuestra gente. No son personas desconocidas ni desalmadas. Los menores no solo les conocen sino que quieren a los abusadores. Existe una cercanía: familia, maestros, monitores de ocio y tiempo libre... No es algo que ocurra fuera, de ahí que el abuso sexual implique mirar el horror que está dentro de la sociedad. En Euskadi hay herramientas muy útiles para abordar la explotación sexual infantil y la trata de personas pero, de alguna manera, son fenómenos que responden a otra realidad. El abuso supone mirar nuestra parte más dolorosa, algo que cuesta aceptar, y Euskadi no es una excepción.

¿Qué otros factores influyen?

-Hay que tener en cuenta también la posibilidad de detección. Hay sociedades abiertas y otras que viven más hacia adentro. En Euskadi la familia juega un papel nuclear, con una red social muy definida, de ahí que la posibilidad de detectar estos abusos implique plantearse que pueden estar ocurriendo en nuestro núcleo más íntimo. Es un proceso que resulta muy difícil de abordar y de vivir porque exige deshacer muchos mitos sobre lo que es la familia, la protección y la sexualidad.

En los últimos años hay víctimas que sí han dado un paso al frente...

-Sí, los adultos que fueron víctimas en la infancia están dando un paso adelante porque la sociedad está cambiando y empieza a reconocer esta realidad. Estas personas están jugando un papel clave a la hora de salir y contar públicamente lo ocurrido. A partir de ahí dejan de ser números y de figurar en un marco teórico para convertirse en personas que tienen nombres y apellidos.

¿Sigue pesando mucho el silencio?

-No es tanto el silencio como la imposibilidad de ver, de no creerse lo que está ocurriendo. No nos puede pasar a nosotros. No puede pasar aquí. Produce una sensación muy fuerte de desasoiego, algo que constato continuamente en mi trabajo. La gente empieza a plantearse que si algo así ha ocurrido en su entorno más cercano debe empezar a desconfiar de todo el mundo. ¿A quién le dejo mis hijos? ¿A qué casas pueden ir a dormir cuando quieran pasar una noche con amigos y amigas? ¿A qué deporte le apunto? Genera tal desasosiego, que para la gente es más fácil negar que afrontar. No es una cuestión de voluntad sino que responde a un proceso humano. Todos necesitamos sentir que estamos a salvo y que nuestros hijos e hijas también lo están. Pero hay que entender que estarán a salvo cuando nosotros afrontamos esta realidad.

¿Cómo hacerlo?

-Tenemos que dar a nuestros hijos recursos para detectar y reconocer lo que está ocurriendo, de tal manera que nos lo cuenten lo más rápido posible. Para lograrlo, hay que hablar de ello, nombrarlo.

¿Qué carencias ha detectado en el sistema de protección de Euskadi?

-Hacía falta un adecuado protocolo interinstitucional, que es lo que ha venido a corregir el Ararteko. También es precisa una atención gratuita y especializada para todas las víctimas de abuso sexual, tanto para los niños y niñas que lo son actualmente como para los adultos que lo fueron en su día. Hay cobertura para los menores en situación de desprotección, pero no para los que ya están en familias protectoras.

¿Es algo que solo ocurre en Euskadi?

-No, no, también sucede en otras comunidades, pero llama más la atención en el caso de Euskadi teniendo en cuenta la cobertura que ofrece en otros ámbitos. Falta formación de los profesionales. Es una carencia universal. Las profesiones relacionadas con la infancia no incluyen en sus currículum universitarios el maltrato y abuso infantil. Y desde ese punto de vista, resulta imposible ver algo para lo cual no has sido formado. Estamos hablando del ámbito educativo, sanitario, social, policial y judicial. En todos estos sectores debería existir una formación específica para poder detectar adecuadamente los abusos.

¿Se está llegando tarde?

-Estamos viviendo un proceso de transformación social muy fuerte. Cuando empecé a trabajar en este campo hace 25 años esto era un desierto. Nadie hablaba del tema. Ahora estamos viviendo un proceso social muy positivo, pero por supuesto que hemos llegado tarde para todos los adultos que en su día fueron menores víctimas de abusos sexuales. En estos momentos se están poniendo en marcha los recursos necesarios y comenzamos a llegar, pero va a pasar todavía bastante tiempo hasta que podamos ver esta realidad en toda su dimensión.

¿Por qué persisten las dificultades para que sean escuchados los menores en los procesos judiciales?

-Porque son procedimientos muy complejos que tienen que garantizar la presunción de inocencia del acusado, los derechos de la víctima y además preservar la carga de la prueba. Al tratarse de un delito en el ámbito privado, sin testigos, al final es el testimonio del menor frente al del acusado. Se convierte en una tarea de titanes poder escuchar al niño sin vulnerar sus derechos. Por supuesto que se debe garantizar la presunción de inocencia, pero este cambio de perspectiva con el protocolo consensuado en Euskadi -cuidando por encima de todo como prueba el testimonio del menor- es el que va a producir un cambio real en el procedimiento judicial. Es un proceso que exige formación.

¿Hasta qué punto se han sentado las bases en Euskadi para abordar esta realidad tan compleja?

-El proceso seguido en Euskadi para elaborar las pautas que presentó en Ararteko ha sido modélico. Son muy pocas las comunidades que han dado un paso así. Se han asentado criterios técnicos y un lenguaje común entre profesionales de distintos ámbitos porque todos ellos tienen que intervenir con el mismo menor. Hay que tener en cuenta además la complejidad competencial de Euskadi. No es fácil encontrar un camino común y estandarizado para saber qué tiene que hacer cada uno.