Sandra tuvo a Lukas con 40 años. Y como ella, son cada vez más las mujeres que tienen su primer hijo superada esa barrera psicológica. Son, de hecho, ya más las madres primerizas de más de 40 años, un 11% del total, que las menores de 25 en Euskadi, un 7%. A punto de cumplir 42, y con el pequeño Lukas con 20 meses de vida, Sandra no se ve mayor para ser madre, porque lo que ve alrededor es “un montón de gente que conozco que están siendo madres a los 38 y 39”, así que, insiste, “me veo normal, pero es cierto que me habría gustado serlo antes”.

Los condicionantes de ser madre tardía están ahí. “Yo no me siento mayor, pero biológicamente sí lo soy”, reconoce. Sandra siempre pensó que le gustaría tener dos hijos biológicos y un tercero adoptado, pero ahora asume que Lukas se llevará todo el cariño de Jorge y suyo.

“Ojalá hubiera conocido a Jorge antes”, insiste Sandra Munilla, donostiarra residente en Irun con su familia. La de Jorge y ella, admite Sandra, fue, desde el primer momento, “una relación condicionada por mi edad. Él entendió que por mi edad, y como quería ser padre y quería estar conmigo, igual íbamos a tener más problemas luego, y por eso decidimos no disfrutar más de la relación de pareja e intentarlo antes de lo previsto”.

No fue tan fácil. A más edad, más dificultades para ser madre. Se lo admitieron los médicos. “Lo pasamos súper mal, emocionalmente y psicológicamente”, recuerda Sandra, ya que sufrió dos pérdidas, la última, estando de trece semanas, “después de haber visto la ecografía del primer trimestre y todo. Y eso te da más miedo”.

Cuando se quedaron embarazados de Lukas, “estuve con miedo todos los días”, y ahora, “que es cuando podría ponerme a tener otro, no me quito el miedo del cuerpo. Si me quedara embarazada sin querer, lo tendría, pero no vamos a ir a por el segundo”, dice.

Asegura que no se puede estar a la espera del “momento perfecto” para ser madre, porque si no, “nunca lo seríamos”. No fue su caso, pero asegura que “mucha gente que conozco, lo ha tenido mucho en cuenta, a la hora de tener hijos. Y ha dejado de ir a por el segundo porque estaba de ERTE. “¿Pero qué más da? Donde comen dos, comen tres”, dice.

Cree que “esta sociedad nos ha vendido que todo tiene que ser súper bonito, tener una casa maravillosa, y todo perfecto para ser padres. No creo que haga falta tanta parafernalia. Básicamente, tener ganas. Nosotros llevábamos dos años juntos, vivimos de alquiler, no tenemos a nuestros padres cerca para ayudarnos con el niño (Jorge es de Deba) y tenemos que llevarle a la guardería a Donostia”, cerca del trabajo”, dice.

“Yo ahora teletrabajo por las tardes y me arreglo bien, pero cuando Lukas empiece en la escuela, habrá que ver cómo nos arreglamos y si tengo que cogerme alguna reducción”, afirma. “Lukas nos ha dado vida. Ha sido recuperar nuestra infancia, tenemos más vitalidad que antes, más ganas de hacer planes. Y ahora solo queremos hacer cosas con él y como es súper feliz, nosotros también”, concluye.