rácticamente a diario, a partir de las 8.00 horas, varias filas de personas aguardan a que se abran las puertas de Illunbe. No son aficionados a las corridas de toros ni al Gipuzkoa Basket, son los mayores de 70 años del territorio que acuden a recibir su antídoto contra el covid. Algunos lo hacen con temor "y hasta pánico" al pinchazo, otros no tienen claro a qué acceso deben dirigirse. Incluso los hay con dificultad de movimiento que necesitan de un apoyo para poder llegar. Todos ellos encuentran, no obstante, unos aliados imprescindibles, los voluntarios de la DYA, quienes tampoco faltan a su cita en la plaza de toros con el objetivo de "agilizar la vacunación y ayudar a todo aquel que lo necesite".

Desde el inicio del proceso de inmunización a los más mayores, las instalaciones de Illunbe se llenan cada día de celadores y enfermeros, pero también de personal de la DYA. "El número de voluntarios varía según el número de puertas y de las inyecciones que se vayan a poner, algo que muchas veces no sabemos hasta el mismo día. Habitualmente hay una persona por cada acceso, más la ambulancia que siempre está aquí y que requiere de dos personas más", explica la responsable de Atención al Voluntariado de la organización, Arantzazu Lersundi. Junto a ella, NOTICIAS DE GIPUZKOA descubre desde su interior el funcionamiento del dispositivo y la labor que llevan a cabo sus voluntarios.

Lo más madrugadores para recibir la dosis llegan cada mañana poco antes de las 8.00 horas. A esa hora se suelen abrir dos de las puertas de Illunbe para inocular los primeros antídotos del día. No obstante, los momentos de mayor ajetreo llegan dos horas después, pasadas las 10.00 horas, cuando el resto de accesos se abren y las instalaciones, desde los bares hasta las gradas, se transforman en un sustitutivo a un ambulatorio. "Estos días se está vacunado a más ritmo. Se juntan los que reciben la primera dosis con los que ya van por la segunda, y se nota", explica Lersundi.

Por cada uno de estos accesos, las personas citadas se identifican al personal de Osakidetza antes de pasar a ser vacunadas. Una vez han recibido el pinchazo, deben esperar como mínimo quince minutos por si recibiesen algún tipo de reacción adversa. Es en ese punto cuando el trabajo de los voluntarios coge el mayor protagonismo. Son ellos los que van distribuyéndolos en los espacios asignados como salas de espera, vigilándolos por si sucediese algún contratiempo. En determinados momentos, en algunos de los accesos, se llega a acumular tal número de personas recién vacunadas que es necesario repartirlos por las gradas de Illunbe.

"Se trata de estar al tanto de ellos y conseguir que la vacunación se haga de forma ágil y con cuidado. Así es como conseguiremos vacunar a todo el mundo lo más rápido posible", explica Miguel Ángel Calvo, uno de los voluntarios de la DYA, "encantado" de aportar su granito de arena a la causa.

Aunque la labor de los miembros de la organización es principalmente la de vigilar, al encontrarse en las instalaciones se convierten, inevitablemente, en puntos de información. "Hay gente que viene descolocada. Como son personas que vienen de toda Gipuzkoa, muchos nunca han estado antes en Illunbe, por lo que nos preguntan por dónde deben acceder", explica Lersundi.

Por este mismo motivo, y puesto que la plaza de toros se encuentra "algo aislada", la mayoría de estas personas mayores acuden con acompañante, ya sea un familiar o un cuidador. Aún así, en el caso de que fuese necesario, la DYA también realiza desplazamientos en ambulancia a quienes lo soliciten desde su domicilio hasta allí y de regreso a casa, aunque "suelen ser excepciones". "Incluso se ha llevado a gente a la pista de vacunación en coche, siendo inoculada sin salir de la ambulancia", añade la coordinadora.

Más mareos por nervios que por la vacuna

Con la inyección de la segunda dosis, la situación en Illunbe se ha relajado mucho más: "Ya vienen directos a su sitio y deseando terminar. Son, sin duda, los que más ganas tienen de vacunarse". Nada que ver con las primeras semanas, en las que muchos acudían con "mucho miedo y hasta pánico" al antídoto. "Como no paraban de oír cosas sobre sus efectos secundarios en las noticias, venían preguntando qué vacuna les correspondía", cuenta Lersundi, al tiempo que apunta que "casi todos los casos de mareos se han producido más por los nervios que por la vacuna en sí".

Los voluntarios de la DYA son también quienes tratan de tranquilizar a estas personas- no solo mayores, ya que por Illunbe también han pasado profesores y sanitarios-, muchas de las cuales llegan "con demasiado tiempo de antelación" y deben esperar fuera hasta que sea su hora. "Agradecen mucho el apoyo que les das. Me gusta dedicar mi tiempo libre a ayudar", afirma José Luis Solano, un estudiante de 21 años que no duda en echar una mano en la vacunación y demostrar así que los jóvenes son también parte de la solución. "Creo que en todas las edades hay de todo, no solo los jóvenes pasan de las medidas. No somos la culpa del virus", observa, poco antes de acompañar a los primeros vacunados del día a la zona de espera.

Al igual que los voluntarios de Cruz Roja, que realizan la misma labor en Anoeta, y tal y como ya demostraron durante el confinamiento hace un año cuando se encargaban del reparto de medicamentos y de cualquier compra de quien lo necesitase, los miembros de la DYA se han convertido en unos aliados más que necesarios para que la vacunación contra el coronavirus dé sus frutos de forma ágil y rápida: "Son los que más la necesitan y es lo mínimo que podemos hacer".