En la incierta aventura por atravesar el paso fronterizo de Irun, tan transitado este fin de semana, las mujeres migrantes asumen un plus de dificultad. Sortear la muga siempre es complejo, como lo demuestran los gerdames apostados en el Puente de Santiago que mandan de vuelta a decenas de migrantes sin más miramientos. Es una constante estos días, pero todavía es más difícil dar el salto con un niño, o maletas a cuestas.

Ninguna de las mujeres subsaharianas que durante este domingo se han acercado a la plaza San Juan tiene presente que este lunes 8-M se celebra el Día de la Mujer. Otras prioridades ocupan su mente. "Quiero pedir asilo en Alemania, donde me espera mi prima", cuenta Mari Lilian Ngono, una camerunesa de 32 años. Es una de las 106 personas migrantes atendidas esta pasada noche en la localidad bidasoarra.

El Gobierno Vasco junto a Cruz Roja ha habilitado albergues con carácter de urgencia para alojarles. Estos recursos, aunque no en su totalidad, se han ido ocupando paulatinamente durante la noche: 30 plazas en el Albergue peregrino de Irun; doce en el de Hondarribia, y 53 en el recurso para migrantes en tránsito gestionado por Cruz Roja. "Hemos sido capaces de dar respuesta y ninguna persona se ha quedado en la calle", asegura Xabier Legarreta, director de Migración y Asilo del Gobierno Vasco.

Ese era el objetivo del plan de contingencia, a sabiendas de que Gipuzkoa no es más que una zona de paso. También para las quince mujeres y tres menores atendidos en las últimas horas, el sector más vulnerable de este constante tránsito. Se les ha ofrecido comida y agua, y un kit con mascarillas y prendas sencillas.

También la posibilidad de ducharse, además de tomarles la temperatura. Hasta última hora de la noche del sábado fue una incógnita saber cuántas personas iban a llegar a Irun después del inusual incremento de personas registrado desde el viernes. Finalmente, las plazas habilitadas durante el fin de semana se han revelado suficientes, según revela el Gobierno Vasco.

Agotamiento físico

Ngono y una amiga llegaron el sábado a Irún procedentes de Madrid. El cansancio de su mirada, que se asoma entre su gorro de lana negra y la mascarilla que la protege, revela el largo peregrinar que ha dejado a sus espaldas. Han llegado con un agotamiento físico y psíquico que ha quedado impreso en sus rostros. La mujer solo sonríe tímidamente cuando se le indica que le quedan muy bien los pendientes de perlitas azules.

"Son de Fuerteventura", responde en señal de gratitud.Pidió asilo en Marruecos pero, como dice en francés, "la vida allí no bien", y tuvo que marchar. No quiere saber nada de fotos, como la mayor parte de sus compañeras, que se muestran esquivas. Incluso se desata un pequeño incidente entre un cámara de televisión que se dispone a grabar y miembros de la Red ciudadana de Acogida de Irun, que tratan de preservar la identidad de estas personas.

Al cabo de unos minutos todo se reconduce, aunque la tensión y el cansancio es evidente entre la decena de mujeres que miran al norte, buscando el modo de continuar su travesía. A Mari Lilian le aguarda su prima. Todas tienen a la espera a algún familiar, pero no saben muy bien cómo cruzar la frontera.

Sentadas en sillas, escuchan atentamente las indicaciones que les ofrecen en la plaza San Juan. Les cuentan que la muga está cerrada y que los controles entre Irun y Hendaia no ponen nada fácil las cosas. Las devoluciones de migrantes desde Burdeos y Baiona son constantes. La policía civil rastrea las calles.

Hay tres motivos por los cuales se establecen controles: el covid, la lucha antiterrorista, y el control de unos flujos migratorios. "Son controles racistas", sostiene Josune Mendigutxia, de la Red de Acogida de Irun. "¿Por qué lo digo? Porque si tú o yo intentamos pasar no nos van a poner pegas".

El trabajo del Gobierno Vasco, Cruz Roja y el tercer sector se antoja crucial para responder a este incremento de tránsitos que guarda relación directa con los migrantes llegados en patera a Canarias desde países como Malí y Guinea Conakry, y que dan después el salto a la península. "Ese va a ser el termómetro que nos permita saber el número de personas que pueden llegar aquí en adelante. En la medida en que vayan abandonando el Archipiélago, vendrán aquí", sostiene Xabier Legarreta.

El director de Migración y Asilo del Gobierno Vasco ha pasado el fin de semana en Irun, siguiendo minuto a minuto la evolución de la situación. Más del 90% de las personas atendidas son de origen subsahariano y llegaron a la península en febrero.

Insiste en que lo que ocurre estos días en el paso fronterizo no es más que el reflejo de la desigualdad de condiciones que se vive entre el Norte y el Sur. Ante el hambre y la necesidad no hay pandemia ni restricciones de movilidad.

Tanto es así, que los recursos habilitados se han ido ocupando paulatinamente durante la noche, tal y como estaba previsto en el plan de contingencia. A lo largo de la mañana, los usuarios fueron abandonando los recursos para probar suerte al otro lado de la muga. El puente de Santiago es escenario estos días de muchos tránsitos con mayor o menor fortuna. Este domingo por la mañana podía verse a un gendarme que, desde Hendaia, obligaba a regresar a los migrantes a Irun. Todos ellos son muy jóvenes, entre 18 y 22 años, y en sus mentes solo cabe volverlo a intentar.