Poner los cuidados en el centro de la vida. Este 8-M fija su mirada en esta labor tan necesaria, más cuando todavía inmersos en la pandemia ha quedado más en evidencia, si eso fuera posible, la importancia de ayudar a quien más lo necesita.

Los cuidados, mayoritariamente, han estado y siguen estando a cargo de las mujeres y, en el Día de la Mujer, se quiere dar máxima visibilidad a una realidad que requiere ser compartida, que exige un reparto.

Esta es una reivindicación que viene de lejos. Cambian las leyes, se conceden ayudas, se adoptan medidas de conciliación. Pero la realidad sigue mostrando obstinada que las mujeres continúan llevando las riendas de los cuidados, un peso en muchas ocasiones casi inasumible.

Han cuidado y siguen cuidando. Algunas lo hacen de forma profesional y remunerada, otras de forma voluntaria y otras muchas porque casi no les ha quedado más remedio.

NOTICIAS DE GIPUZKOA habla con algunas mujeres cuidadoras, con mujeres que analizan los cuidados desde su día a día, desde su forma de verlos, de vivirlos. Distintas realidades ante un 8-M que se presenta este año muy diferente, con el covid todavía presente y activo.

Auxiliar/Centro Berminghan

“El cambio es lento”

Tras trabajar en otros sectores hace siete años, los últimos cuatro en el centro Berminghan de la Fundación Matia, Josune Álvarez se decidió a cambiar y comenzar a cuidar personas mayores, porque así lo quiso y porque, asegura, siempre le había gustado. “Estoy muy contenta con mi trabajo”, no duda en afirmar.

“Las personas mayores me transmiten ternura y mucha sabiduría. Se merecen nuestra voluntad, nuestro respeto y nuestro amor para que sean felices”, asegura Álvarez, cuya profesión, que defiende que le aporta “muchas satisfacciones y mucho bienestar”, es ejercida en un altísimo porcentaje por mujeres.

Pocos cambios observa, de momento, a este respecto. “La mayoría seguimos siendo mujeres. Van incorporándose chicos, pero la evolución es muy lenta”, añade. Por eso observa que el relevo generacional en este sector sigue siendo asumido por mujeres.

A su entender, la explicación casi la da la realidad terca incrustada históricamente. “La mujer siempre ha sido la cuidadora en casa. En las nuevas generaciones el cambio es lento porque todavía eso está muy marcado, muy asumido”, asegura.

Entre las personas mayores a las que cuidan no se hacen tantas diferencias. “En su mayor parte no tienen problema en que les cuide un chico o una chica, sea en el aseo o en otros aspectos, aunque siempre hay un pequeño porcentaje de mujeres que prefieren, porque son mayores y tienen esa mentalidad, que les cuide una mujer”.

Arantxa múgica

Voluntaria en Matia

“No hay relevo joven”

Aunque la pandemia ha interrumpido las visitas, que espera que pronto podrá retomar, Arantxa Múgica lleva casi una década acudiendo a Matia como voluntaria. El paso lo dio a través de la iglesia, en concreto de su parroquia, la de Bidebieta en Donostia, y fue también a través de la iglesia como “hace muchos años” decidió dedicar su tiempo a los cuidados, inicialmente acudiendo a paliativos.

Con otra amiga, Arantxa, comenzaron a impartir “la liturgia”, que de la mano de estas incasables mujeres acaba en un encuentro con canciones y chistes. Arantxa Múgica no para y también acude cuando se le necesita a la llamada de “las personas enfermas de la parroquia”. “Durante años hemos estado yendo una vez a la semana a visitarles en los distintos centros y son más de 40”, explica.

“Las personas mayores tienen todavía en su cabeza el rosario, las canciones tradicionales de siempre... Nosotras vamos contentas. Lo compartimos y ellas nos responden contentas. Se crea una unión muy especial”, afirma Múgica. “He tenido tres hijos y cuando eran pequeños no podía dedicarles tanto tiempo. Pero siempre he tenido esa inquietud y cuando los mandé a la ikastola comencé a acudir a donde las personas enfermas y personas mayores. ¡Hay que ver cómo lo agradecen y también sus familias!”, subraya Arantxa Múgica, que asegura que desde que enviudó dispone de más horas para dedicarlas a una labor que le llena.

En el caso del voluntariado vinculado a la iglesia, la fotografía es la misma y la protagonizan las mujeres. “Es así, la mayoría somos mujeres”, reconoce Múgica y, además, de cierta edad. “La gente joven no se anima, ni chicas ni chicos”, admite.

De momento, asegura, sigue con ganas de continuar echando una mano donde se le necesita. Con sus 77 años se siente “con espíritu joven” y con ganas de que el covid les deje volver a las residencias aunque, apunta, también confía en “saber dejarlo” en el momento en que las fuerzas no acompañen. “Aprendí mucho en paliativos sobre qué es envejecer y ser consciente de que aquí no estamos para siempre”, concluye.

Gema Estévez

Enfermera

“Invisibilizadas”

Con 35 años a la espaldas de profesión no quiere caer en idealizaciones sobre las razones de optar por la enfermería. “Lo hice porque eran estudios que se podían hacer en Donostia, por comodidad”, reconoce. “Cuando se habla de las profesiones sanitarias vocacionales, me hierve la sangre. Por vocación te vas de monja”, añade esta profesional que reconoce que la enfermería “ha sido todo un descubrimiento”. “El trabajo que te acompaña toda tu vida te da momentos buenos y horrorosos. Trabajar tantos años en contacto con personas enfermas y con la muerte me ha hecho aprender a disfrutar más de la vida. Te va marcando el alma”, apunta.

“Trabajar con personas da muchos disgustos y muchas satisfacciones”, reconoce. “Humanamente he crecido con mi profesión”, una profesión en la que sigue “más que por vocación, por convencimiento. Estoy encantada de haberla elegido”.

Desde una profesión fuertemente feminizada, Estévez está observando una realidad que le preocupa y le indigna. “A la carrera de Medicina están entrando mujeres en masa y resulta que la medicina se desvaloriza. Yo he conocido eso de decir mi médico es el doctor Martínez y mi médica es esa chica, ¿como se llama?”. “Lo que como enfermeras hemos vivido, estando invisibilizadas y estigmatizadas, porque hemos sido la enfermera rubia o la enfermera gorda, ahora pasa con las médicas”, denuncia alto y claro.

Esto ha pasado “pin-pun directamente, porque han entrado las mujeres. Es increíble y pasa en 2021”.

Esta harta de escuchar “esa chica, la cardióloga” sin nombre. Estévez lo explica así. “Nosotras como mujeres, médicas y enfermeras, cuidamos. El cuidado tiene que ser muy próximo, si pones distancia no cuidas. Estás tratando o explicando. Médicas y enfermeras no nos acercamos al enfermo, sino a la persona y la gente lo interpreta de otra manera. No somos ese doctor detrás de esa mesa grande y ancha, le ponemos la mano en el hombro y eso, curiosamente, te desprestigia”.

Pero, además, reconoce que también en profesiones mayoritariamente asumidas por mujeres “según se sube en el escalafón comienzan a aparecer nombres de hombres”. “En enfermería somos más del 95% mujeres y alguna vez algún compañero se ha quejado porque hablamos en femenino. Yo les digo que ya se acostumbrarán. Nosotras llevamos décadas oyendo que se dirigen a nosotras en masculino”.

El hecho de que la enfermería siga copada por mujeres lo vincula a esa idea incrustada en la sociedad de que son las que asumen los cuidados. “Nos lo dicen también las mujeres científicas. Hasta los seis años las niñas hablan de que quieren ser astronautas y a partir de esa edad la sociedad entra a machete y les empieza a gustar el cuidado en general”.

“La ciencia del cuidado es la enfermería. Y somos licenciadas, como quien estudia ingeniería. La sociedad heteropatriarcal ha dictado que no se hable de nuestra potencialidad e inteligencia en las profesiones en las que entramos en masa”, abunda Estévez. “Me ha pasado ir a una habitación con un compañero en prácticas y la paciente o el paciente se ha dirigido a él, aunque yo le lleve tratando muchos años”, concluye esta profesional que hace oír su voz “por nosotras, nuestras hijas y nuestras nietas”.