- María Jesús Zabaleta es la directora general de GSR (Gestión de Servicios Residenciales), que en Gipuzkoa lleva las riendas de los centros San Juan y La Magdalena de Segura; la residencia Santa Cruz de Legazpi; la residencia GSR Debagoiena de Aretxabaleta; La Inmaculada de Irun; y Nuestra Señora de la Paz y Victoria Enea, en Donostia. A estas se le suman ocho residencias en Bizkaia, dos en Álava, cuatro en Navarra, una en La Rioja y otra en Cantabria.

Zabaleta, como todos los equipos de las residencias, vivió momentos muy complicados a causa de la pandemia, más en unas residencias que en otras. En la actualidad la situación es diferente y Zabaleta quiere obtener lecciones positivas de lo pasado, aunque reconoce que las vivencias acumuladas este año han sido duras e imborrables.

Echando la vista atrás, ¿cómo se ven los momentos de máxima crisis?

-Ni te lo crees. Hace un año empezaron a llegarnos noticias de residencias donde la situación estaba empeorando. Contactamos con compañeros de China y ya nos avisaron que el covid donde entraba arrasaba en contagios, no estamos hablando de fallecimientos. Tener esta información nos ayudó mucho para, junto con los coordinadoras, decidir ir cerrando las residencias, antes incluso de que la Diputación lo pidiera. Y nos vino bien.

Pese a todo llegaron momentos muy duros.

-Sí, claro, pero lo más duro fue al principio, cuando no sabías cómo iba a ser todo. El desconcierto y la incredulidad al principio fueron grandes.

Y pasa un día, otro y otro, con malas noticias, ¿cómo se tira hacia adelante?

-Pues gracias a la vocación de los profesionales y a la fuerza que tiene la gente. Oyes lo que dicen las personas que trabajan, incluso ahora que todo está más tranquilo, y comentan que, mirando hacia atrás, con la tensión que han vivido, todo ha sido una locura. Pero cuando estás inmerso en la tarea, no te cuestionas muchas cosas. Echas para adelante y tienes en la mente que a las personas que cuidas no les puede pasar nada. Eso te hace tener más fuerza. Incluso las personas mayores eran conscientes de lo que pasaba y te decían “esto no va a poder conmigo”. Se fue generando una autoconvicción increíble.

Demasiados meses, mucho sufrimiento...

-Sí, repito que más al principio. Pero ocurrió que cuando se relajó la tensión, se dieron más fallecimientos. En julio se relajaron las medidas y empezaron las visitas, pues en agosto fallecieron diez personas en Aretxabaleta, no hablamos de covid. Hay que tener en cuenta que en una residencia grande, como media hay cinco o seis muertes al mes. Es estadística pura y dura. Cuando hay tensión, la gente se autoproteje más y, cuando llega el relajo, como nos pasa en vacaciones, llegan los males. En algunas residencias el número de fallecimientos ha sido menor al de otros años, pero hay picos.

A las residencias en la actualidad se accede con una edad muy avanzada y, en muchos casos, en un estado de salud ya deteriorado. En esas circunstancias, la vulnerabilidad es mayor.

-En Aretxabaleta, entre diciembre y la primera semana de enero murieron 16 personas. De esas personas, había algunas que ya estaban sedadas. ¿Fallecieron con el covid? Sí. Pero, ¿fallecieron por covid? No. Entre estas personas había gente con cáncer terminal, que había ingresado en la residencia casi para morir... Se contagiaron y se da como muerte por covid, pero no es así.

Muchos años...

-Antes en las residencias de aquí las personas que llegaban podían estar entre tres y cuatro años hasta su fallecimiento. Por ejemplo, en las residencias pequeñas de municipios pequeños había gente que llegaba antes de los 70 años y permanecían en las mismas hasta la muerte. Pero los perfiles que están llegando ahora, los últimos diez años, han cambiado mucho. Hace unos años esa media era de cuatro incluso cinco años. Ahora, la media es de dos años y medio y, más aún, en algunos lugares esa media es de año o año y medio. Llegan personas en fase terminal, con dependencias muy grandes, con patologías múltiples. Llegan muy, muy, muy deterioradas. Por eso, la media de fallecimientos en las residencias es de cuatro o cinco personas y en las pequeñas de dos o tres. Es la realidad de las residencias.

¿En los momentos de más contagios cómo lo vivieron las personas mayores? Miedo, soledad, desconocimiento...

-La primera ola, entre marzo y mayo de 2020, fue el peor momento. Para los usuarios y para todos. Primero, por el desconocimiento y, segundo, porque tuvieron que estar aislados en sus habitaciones y no había contacto físico. Como no se sabía cómo se contagiaba y cómo se expandía, fue peor. A partir de junio las residencias se sectorizaron y la gente ya no estaba sola. Si estabas en un sector, estabas con esas personas de contacto y podías jugar a cartas u otras cosas. Eso sí, siempre con las mismas personas. Siempre a la hora de hacer esas secciones hemos valorado la afinidad, quién se lleva bien con quién. Tuvimos que mover habitaciones para que la gente pudiera estar con quien quería estar. Así hemos estado y seguimos estando. Sí han sentido la soledad de no poder estar con su familia, eso es así, pero no han estado solos. Eso es importante.

El entretenimiento también es fundamental.

- En vez de estar rotando sitios, lo que hemos hecho es que el personal realizara distintas actividades. Han estado más con los usuarios y hemos utilizado más las tecnologías. Hemos puesto juegos en la tele para que jugaran entre ellos con realidad virtual... Hemos sido mucho más creativos. Los primeros meses fueron más desconcertantes, sin saber qué iba a pasar o hasta cuándo. Llegó el tsunami y todo se descontroló.

¿Y el personal como vivió toda la mezcla de sentimientos, esa fuerte responsabilidad?

-Es increíble. Muchas veces, para no tener que rotar tanto, las propias trabajadoras hacían turnos de doce horas, turnos de cuatro días y libraban tres para no rotar. No se puede imaginar nadie lo que hicieron. En algunas residencias pequeñas se quedaron dentro. Tenemos profesionales que han llegado al extremo de no dejar jugar a sus hijos con otros para no contagiarse, gente que se ha aislado totalmente en su casa, que se metían en la habitación y no estaban con el resto de la familia. Hay gente que todavía hoy no se ha juntado con hermanos y primos después de un año. Es fácil decirlo, pero hay que hacerlo. Y a veces se ha informado de forma que ha hecho daño.

Un gran esfuerzo.

-Sí claro, pero lo más duro fue al principio, cuando no sabías cómo iba a salir. Pese a todo la gente lo sigue pasando muy mal, ahora se han empezado a relajar algo, pero siguen con tensión. Hay que sumar la pena por quienes se han quedado por el camino. Ha sido muy duro.

Tras la primera ola una segunda sin descanso. ¿Cómo se aguanta este hachazo?

- Fue realmente un hachazo, porque pensábamos que estaríamos remontando para octubre. Pensábamos que igual sería como la gripe, con ese pico en octubre, noviembre o diciembre. Pero toda nuestra planificación se adelantó un mes y medio. No lo podíamos creer. Otro hachazo.

¿Resultará incluso difícil de creer que las cosas vayan más tranquilas tras la vacuna?

- Ayer estuve en la residencia de Irun y fue algo muy emocionante. Los residentes, que allí casi todos son autónomos, se habían levantado antes y estaban impacientes porque era el primer día que podían salir. Estaban todas las mujeres preparadas, guapísimas, los hombre nerviosos esperando salir para comprar el periódico. Cuando se abrió la puerta, fue flipante. Incluso les tuvieron que decir que no fueran corriendo, que tuvieran cuidado para no tropezar. En ese afán por salir daba miedo que se pudieran cansar demasiado o se cayeran.

¿Cuál ha sido la respuesta ante la vacunación?

-Muy buena. En algunas residencias las vacunación ha sido casi del 95%, porque siempre hay un porcentaje para el que la vacuna por distintas patologías no es aconsejable. La mayoría de la gente está vacunada, tanto usuarios como trabajadoras. Ahora hay otra tranquilidad, porque aunque entre el covid ya será diferente. Te puedes volver a contagiar pero ya no es igual, y el miedo no es el mismo.

¿Ahora qué toca?

-Estamos intentando volver a una normalidad. Ya teníamos todo preparado para reorganizarnos otra vez. Pero seguiremos con la sectorización porque creemos que ha ayudado y consideramos que puede ser útil a futuro para situaciones similares, ya que es más fácil aislar. No solo eso, trabajar en grupos pequeños consideramos que le ha dado otro toque a las residencias. Ha sido un aprendizaje de la pandemia.

¿Un cambio en el modelo de residencias?

-Sí. En algunas residencias, con la sectorización hemos trabajado de forma más ágil y, además, si alguna persona no tiene afinidad con otra se puede hacer que no compartan grupo o es más fácil cambiar. Además, ha resultado más sencillo que las personas participen de las actividades que se organizaban. Es otro enfoque, se ha dado otra vuelta de tuerca. Se han ayudado unos a los otros, a peinarse, a vestirse... No han tenido cerca a la familia y se ha dado más interactividad entre ellos. Y eso ha sido bonito.

¿Existe esa consciencia de que ya se ha levantado un poco el pie del freno?

-Ya llevábamos un tiempo con más visitas y salidas. Creo que hubo más sensación de liberación en julio que ahora. Sí había ganas de salir y de ir a casa de los familiares, pero la situación en materia de visitas no era tan restrictiva. En la primera tanda fue todo más duro. Ahora incluso había más resignación y, además, entre los usuarios habían hecho una piña.