as comparaciones son odiosas, salvo cuando hablamos de incendios. Como tenemos tendencia a simplificar los cálculos de medidas, solemos aceptar como valor casi universal que el terreno de juego de un estadio (sin añadir los márgenes) equivale a 0,6 hectáreas. No es una cifra exacta porque se diría que no hay dos campos iguales: Anoeta mide 105x70, El Sadar 104x67 y el Jean Dauger de Baiona 95x65. Pero, sin ser exacta, es una cifra bastante aproximada. Entre el sábado y el domingo se han quemado 1.800 hectáreas entre Navarra, Gipuzkoa y Lapurdi. Equivale a 3.000 campos de fútbol. Visualicen el terreno de juego de la Real, de Osasuna o del Aviron, y piensen que se quema más de 4.000 veces. Un desastre. Una desgracia que, a diferencia de otros fenómenos naturales como puede ser una inundación, no sucede porque sí. Casi siempre, de manera voluntaria o involuntaria, está detrás la mano del hombre. Acostumbrados como estamos a ver devastaciones de este tipo todos los veranos en Galicia y Portugal, impresiona cuando lo sientes y lo hueles de cerca (el olor a humo que llegaba durante todo el fin de semana a la comarca del Bidasoa). Hay pocos paisajes más tristes que los que están envueltos en el negro que deja el fuego a su paso. Paisajes que acostumbras a pisar todas las semanas, más ahora con el confinamiento, que nos ha echado a todos al monte (aún más) y que nos ha permitido descubrir pistas y senderos que siempre han estado al lado de casa pero que desconocíamos. Todo eso se ha quemado. Todo ese monte repleto de mugas que, sin embargo, atravesamos como si fuera (que lo es) un único territorio. Todo ese monte del que solemos presumir y que no es verde porque sí (que también). Los prados no se cuidan solos. El monte lo mantiene limpio el ganadero con su ganado. Parece de Perogrullo, pero sin caballos, vacas y ovejas pastando, nuestro entorno natural no sería el que es. Son los propios animales los que limpian a diente los pastos, que diría Xabier Iraola, y los que al mismo tiempo lo abonan para que podamos disfrutarlos. Todo eso se ha llevado el fuego.