En la sexta planta del hospital de Cruces hay un pulso a vida o muerte contra el virus. Muchos lo vencen, pero algunos se apagan. Entre la telaraña de cables, y máquinas imposibles, un ejército de sanitarios libra la batalla en primera línea. El martes 16, cuando se realizó este reportaje, los datos de la pandemia en Euskadi empezaban a remitir, pero las UCI no saben de frías estadísticas. En el centro permanecían muy graves veinte pacientes, y los cuidados seguían incansables. Nadie cuelga la chapa.

DEIA visita la última trinchera contra el coronavirus de la mano de Alberto Martínez Ruiz, jefe de Anestesia y Reanimación de Cruces, que coordina un superequipo empeñado en no dejar a nadie atrás. Ellos componen una unidad de vigilancia intensiva para un paciente quirúrgico o politraumatizado, pero en el caso de los enfermos covid, se han convertido en una brigada de críticos, intensivos y reanimación, que ejerce de ángeles de la guarda.

Monitores, boxes, cacharros indescriptibles y toneladas de estrés. Muchos pacientes están intubados y pronados (boca abajo). Chus Maroño, médica de Anestesia y Reanimación, explica que "cuando la afectación pulmonar es muy severa, es una de las pocas terapias que funcionan porque les llega más sangre a la parte posterior del pulmón". Generalmente si están intubados, permanecen sedados "porque cuando tienen un tubo, deben tener una sedación importante. Luego si van mejorando, les vas despertando y vas jugando con las capacidades respiratorias", destaca.

Junto a ella, en esta guerra sin cuartel, se mueve una auténtica división de sanitarios. El ratio de personal es apabullante. Estos pacientes mueven enfermeras, fisioterapeutas, rehabilitadores, personal de rayos, de Microbiología, auxiliares, celadores... Muchos de ellos, vestidos con esos trajes EPI que recuerdan a astronautas. "Para dar la vuelta a una persona sedada, se necesitan mínimo cinco; anestesista, enfermera, auxiliar y dos celadores. Cuando están despiertos, nos apañamos con algo menos", resalta Maroño.

"HEMOS BAJADO LA MORTALIDAD"

El covid lleva un año matando. "Hemos logrado reducir la mortalidad respecto a marzo porque se han optimizado los tratamientos y los diagnósticos son más precoces". En la primera ola, en Cruces también consiguieron tener la tasa de supervivencia más alta, ya que lograron bajar la mortalidad al 20%, a pesar de que la media se situaba en el 35%. "Supimos adaptar espacios como UCI y conseguimos ingresar a una gran cantidad de pacientes a los que conectábamos a ventilación mecánica y logramos sacar adelante. Gracias a tener flexibilidad y capacidad de adaptación, en Euskadi nunca hubo esa necesidad de elección de la última cama", precisa Martínez.

Confiesa que ahora hay un ligero control del covid " y no como antes, "que el covid nos controlaba a nosotros". Sin embargo, enfatiza en que se desconoce cuál es la causa para que unos infectados evolucionen mal y otros, no. "Además, un subgrupo todavía tiene peor pronóstico porque puede sufrir un fallo renal, hepático, trombosis importantes... e incluso fallos multiorgánicos y llegar al fallecimiento", declara, mientras muestra un paciente conectado a una máquina de depuración renal.

"NO RESPETA NINGUNA EDAD"

El virus no respeta a nadie. "De hecho, ahora tenemos pacientes más jóvenes que en la primera ola. Es verdad que el perfil del enfermo tipo puede ser un hombre de alrededor de 70 años y quizás con algo de sobrepeso, hipertenso y diabético, pero fuera de ese grupo también hay pacientes. El otro día dimos de alta a una chica, Iratxe, de 40 años, delgada, sin patologías... Ahora tenemos ingresados dos chavales de 24 y 27 que no tenían ningún antecedente", revela Martínez.

Después de un año en esta medicina de guerra, la pandemia ha pasado factura y hay cansancio. "Al principio teníamos el reto de enfrentarnos a una enfermedad nueva. Querer conocerla y tener unos porcentajes de mortalidad más bajos que el resto suponían un gran estímulo", dice este experto, obstinado en que la gente sepa realmente lo que pasa. "Como anestesiólogos somos el servicio más grande de Osakidetza y con esta pandemia se han trabajado fines de semana como nunca, se han reforzado turnos, se ha sufrido riesgo y miedo, y nunca nadie ha dado un paso atrás. Pero el sacrificio ha sido enormemente recompensado con un gran reconocimiento de los pacientes, y hasta de sus nietos, con testimonios en los que lloras de emoción".

"En marzo era un tsunami y vivíamos el día a día pensando solo en cómo poder con la ola de pacientes que nos llegaba. Era la tormenta perfecta con un virus descontrolado. Pero después del verano se definieron unos planes realistas, se habilitó una zona con más camas y se hicieron cursos de la UE para funcionar en momentos de gran crisis". Por eso, ahora ya se cuenta con diferentes escenarios de contingencia que definen los recursos en cada momento. "En la primera ola, se llegó al escenario 4 y 5. Estuvimos desbordados. En esta segunda y tercera ola, Salud ha coordinado el trabajo en red como si fuera un único hospital, de tal forma que si alguno está peor nos deriva pacientes", dice el anestesiólogo, cuando está a punto de ingresar un enfermo procedente del hospital de Urduliz.

TEMOR POR LA VARIANTE BRITÁNICA

Imposible bajar la guardia. Las nuevas variantes del coronavirus generan gran preocupación porque suponen que la pandemia puede cambiar. "Tuvimos un paciente ingresado con la variante británica. No vimos diferencias ni en el tratamiento, ni en el diagnóstico y evolucionó muy bien. Pero no sabemos cómo van a actuar las nuevas variantes, ni si van a tener otras secuelas, porque no hemos manejado un volumen suficiente de pacientes con las nuevas cepas".

Con un año en el abismo, Alberto Martínez confiesa que no sabe cómo trasladar a la sociedad el alcance de la tragedia. "El virus no tiene fatiga pandémica. Este problema afecta a todos, a un chaval de 20 años, a una mujer de 40 años, a una persona con sobrepeso y a una chica flaca. Todo depende de lo que hagamos". Por eso pide responsabilidad, y confiesa que algunos comportamientos les generan gran sensación de soledad. "Parte de la sociedad no adquiere el nivel de compromiso necesario. No son conscientes de la emergencia sanitaria". "Hay gente a la que le dicen que tiene una PCR positiva y se calla sus contactos. Nadie tiene que esconder los contactos con una PCR positiva porque pones en riesgo a los demás. Hay una serie de cepas que van a crecer progresivamente y nos van a poner en riesgo", advierte.

Mientras el covid noquea el sistema sanitario, el resto de pacientes ordinarios siguen ocupando la UCI y la actividad quirúrgica y el trabajo habitual no flaquean. En la R2 y la R3 están aquellos que necesitan cuidados críticos postquirúrgicos o politraumatismos. En la hoja de ruta del día de peticiones de cama, aparece un tumor de páncreas, una amputación abdominoperineal, una muerte cerebral para un trasplante hepático... Y estos héroes y heroínas prosiguen la batalla agónica para ganar a la muerte.