uen tiempo, tápers, un sitio tranquilo y a comer al aire libre. El coronavirus ha modificados los hábitos de todo el mundo, incluso los que menos se sospechaba. Con el cierre de la hostelería, muchos trabajadores se han reinventado para poder comer. Hay los que por primera vez se han visto en la tesitura de tener que pensar qué van comer al día siguiente teniéndolo que elaborar previamente en sus fogones y hay los fieles al menú del día, que simplemente han pasado a tener que encargarlo e ir a recogerlo. Una vuelta por los polígonos y parques tecnológicos de Donostia basta para descubrir la nueva normalidad del cuchillo y el tenedor.

"Hay mucho movimiento para llevar. Da la sensación de que come más gente que antes y todo". Esta broma entre dos obreros tiene sentido viendo la gente que espera cualquier mediodía entre semana en los dos bares del Polígono 27 donostiarra. El bar Txomin y el bar Olatu se han tenido que readaptar una vez más por culpa del COVID-19. Un panel en el segundo avisa que el menú del día, los bocatas y los platos combinados ya no se sirven a la mesa, se recogen.

"Hasta para comerse un pintxo a media mañana tienen que llamar", cuenta a NOTICIAS DE GIPUZKOA Marisa Iradi, del bar Olatu. Afortunadamente, el polígono sigue funcionando a pleno rendimiento por lo que, como dice, "los clientes de siempre han cambiado de comerse el menú dentro a recogerlo fuera". No obstante, la nueva situación "es dura" y "estamos muy enfadados". "No podemos dar café sin alimento y una cafetería puede hasta vender cervezas, ¿qué sentido tiene?", se pregunta, al tiempo que también critica que los trabajadores no puedan sentarse a comer: "Que yo sepa las fachadas de los bares no contagian. No tienen dónde ponerse a comer. Ni siquiera los camioneros que se pasan el día fuera pueden entrar al cuarto de baño".

Luis López Bonilla y Francisco Jesús López llegaron de Andalucía hace unos días para trabajar en las obras del centro comercial Garbera. Desde que están en Donostia viven "de bocatas en la furgoneta". "La semana pasada estuvimos trabajando en Irurtzun y nos colocaban una mesa donde poder comer, aquí ni eso", se lamentan estos obreros que bajan cada día hasta el Polígono 27 para hacerse con un par de bocatas y vuelta al parking de Garbera a comérselos.

Otros como Miren Jauregi y José Ángel Platero, trabajadores de una empresa del parque de Miramon, tienen más suerte y pueden elegir entre comer en el comedor de la compañía o hacerlo al aire libre. "Siempre que podemos salimos para que, aunque sea durante 30 minutos, nos dé el aire. Si no, es un agobio", cuenta ella, con un bocata en la mano, mientras su compañero, con un táper, asiente. "Antes me iba a comer a casa de mi madre, pero, tal y como está todo, prefiero no hacerlo por miedo. Ahora me toca hacerme a mí la comida", explica, señalando que comer todos los días de menú, sea en el local o recogiéndolo, no todos los bolsillos se lo pueden permitir.

Aunque durante buena parte del día esta zona de Donostia parece no haber cambiado por el virus, la sensación a primera hora del día y al mediodía es "de tristeza". "La cafetería está cerrada y cuando llego a las 7.30 horas no hay nadie", apunta Platero, mientras Jauregi explica que para la hora de comer "mucha gente hace jornada partida" y así puede hacerlo tranquilamente en casa.

El parque tecnológico del táper

El hábitat del parque tecnológico de Miramon también se ha llenado de empleados armados con bolsas para la comida y cantimploras para el agua. Mucho más acostumbrados a llevarse los platos desde casa, la gran diferencia reside en que los comedores solo se pueden utilizar por turnos. Lo que ha hecho que la mayoría de ellos decidan expandirse por el verde.

"El COVID-19 no nos ha cambiado mucho. Ya antes, siempre que veíamos que hacía bueno, salíamos fuera por norma", cuentan Iñaki e Izaskun, cada uno con su táper sentados en un banco. Cuando hace mal tiempo, tal y como explican cuatro chicas que acaban de terminar de alimentarse a pocos metros, deben coger turno en el comedor. Un trámite que alguno no está dispuesto a hacer y prefiere "comer delante de su ordenador". "Antes, una vez a la semana cogíamos menú del día en el bar, pero ahora está cerrado", añaden.

Por Miramon también campan decenas de estudiantes a los que no les ha quedado más remedio que comer en la calle. "Nos han cerrado el comedor. Ni siquiera podemos usar el microondas", se queja un grupo repartido entre muros de escalera y la acera.

El coronavirus ha hecho que muchos trabajadores del territorio hayan descubierto las cualidades del pícnic a la fuerza. Un pícnic laboral lleno de tápers al sol, bocatas en el coche y menús del día para llevar. Al menos hasta que el tiempo aguante.

"No tenemos dónde comer. Estamos viviendo de comer bocatas en la furgoneta"

Obrero

"Siempre que podemos salimos a comer fuera y que nos dé el aire, aunque sea 30 minutos"

Trabajadora en el Polígono 27

"Los clientes de siempre han pasado de comerse el menú del día dentro a recogerlo fuera"

Bar Olatu

"El COVID-19 no nos ha cambiado mucho. Antes, si hacía bueno, ya salíamos fuera"

Trabajador en Miramon