on muy buenos. Derrochan imaginación y saben transmitir su mensaje con audacia, defendiendo, lógicamente, sus intereses. Geniales. Han conseguido que la ciudadanía se crea que los principales perjudicados por la COVD-19 son ellos, los hosteleros. Como efecto muy colateral, el comercio. El Ayuntamiento se presta a burlar distancias en las terrazas y no ser rígido con los aforos porque, en contra de lo exigido, ninguno lo expone. Todo sea por los empleos de calidad y las tradiciones. Y entre col y col, advierten/amenazan con que tendrán que subir los precios, incluso a los lugareños, al aplicar tan estrictas medidas. No dicen que cuando todo vuelva a la normalidad, los bajarán, claro. Podían dedicarse a la política, aplicando esas mismas habilidades. Como grupo de presión, sólo son comparables con los jesuitas en sus mejores momentos. El cumplimiento de sus estrictas obligaciones sanitarias lo transforman en altruismo y generosidad. Y los políticos les aplauden con las orejas.

En su día recibieron cursos gratuitos sobre elementales normas de higiene, útiles también para esta crisis. Acudieron algunos propietarios, forzados. Ningún empleado. Total, para lo que duran. Se les facilitó, en cuidada edición del Gobierno Vasco, con profusión de fotografías y colores, que costaron una pasta, una serie de exigencias higiénicas que debían cumplir. Un tasquero me comentó que, si fuera capaz de leer y entender todo aquello, se habría hecho notario. Fue sincero. Ahora han editado las mismas normas, pero en edición de baratillo, sin duda porque conocen el uso que le dispensarán y el destino, al fondo del almacén, y anuncian la creación de un distintivo de "libre de coronavirus". Será porque se asusta el virus por las condiciones higiénicas del bar y sus ensaladillas, del retrete o del trato al cliente. Es para partirse de risa.

No nos olvidemos de Joaquín y Alberto, del vertedero de Zaldibar, ni de comprar producto local.

Doctor en Veterinaria