ás de uno se habrá planteado las consecuencias del COVID-19. Con las debidas precauciones porque esto, ni ha finalizado, ni tiene visos de hacerlo a corto plazo, Merkel dixit. Los posibles cambios a los que asistiremos dependerán de los efectos que produzca sobre la población y la economía, no por la plaga en sí.

La Atenas de Pericles no sucumbió a la plaga descrita por Tucídides y por la que murió el propio Pericles, previamente condenado al ostracismo. Los populistas alcanzaron el poder, pero la República griega ya era propensa a ellos antes de la epidemia. La peste de Justiniano acabó con sus intentos por reeditar el Imperio romano occidental, pero para entonces el imperio ya estaba arruinado a consecuencia de las guerras de reconstrucción, previas a que apareciera la plaga. La Peste Negra del siglo XIV aceleró el final de la Edad Media, debilitó el poder de nobles y clero y llenó Europa de turbas armadas de diverso pelaje, pero su presencia ya era habitual, antes de la aparición de la Yersinia pestis, las pulgas y las ratas negras debido a la apertura de las rutas comerciales con Oriente y el fortalecimiento de las burguesías urbanas, verdaderos causantes del cambio, en lugar de culpar a la peste. La gran pandemia de gripe de 1918-1920, mal llamada "española", la más parecida a la actual, apenas tuvo efectos geopolíticos, salvo el de debilitar, todavía más, a una Europa desangrada tras la Gran Guerra, y aumentar el caos en una China que llevaba un siglo sumida en él. Recordemos 55 días en Pekín.

La historia nos enseña que al mundo no lo cambian las pandemias sino los seres humanos. Es el mercado, amigo, como decía Rato. Quizás sea el momento de replantearse una reconversión del modelo económico donostiarra, demasiado dependiente del turismo, que vaya más allá que las vitrinas de los pintxos. ¿Hay alguien capaz de hacerlo?

No nos olvidemos de Joaquín y Alberto. Acordarse de comprar producto local.