- Sin tiempo de asimilar el vertiginoso curso de los acontecimientos, Gipuzkoa ha dejado de hablar en cuestión de semanas de envejecimiento saludable y de mejora de la calidad de vida de las personas mayores para colocar sobre sus espaldas de nuevo esa etiqueta de fragilidad, de la que tanto ha costado desprenderse. La cifra de contagios, ingresos hospitalarios y fallecimientos es dramática, pero hay vida más allá de la fría estadística. "Hay una epidemia de coronavirus junto a una pandemia de miedo", advierte el doctor en Psicología Javier Yanguas. "Da miedo pensar que la distancia social que se impone por motivos sanitarios estos días se acabe convirtiendo con el tiempo en miedo al otro".

¿Qué sensaciones tiene?

-El otro día leí en Twitter la reflexión que hacía Daniel Innerarity, el catedrático de filosofía política y social, que comparto plenamente. La pandemia nos ha hecho ser conscientes de nuestra extraordinaria vulnerabilidad. No es algo nuevo. La condición humana es de por sí vulnerable, pero quizá hemos estado viviendo un espejismo. Casi sin darnos cuenta han empezado a cambiar muchas cosas, aunque todavía es pronto para ser conscientes de ello porque todavía estamos inmersos en esta frenética vorágine.

¿Qué cambios percibe por el momento?

-Se ven nuevas tendencias y comportamientos que me dan miedo. Me da miedo que esa distancia social que ahora se impone por motivos sanitarios, y que no cuestiono, se convierta en un miedo al otro: al contagio, a la enfermedad. Antes de la epidemia ya estábamos preocupados por la pandemia de individualismo, de que cada uno iba a su aire. Hemos realizado investigaciones al respecto, en las que se constata el descenso de la calidad de las relaciones y de la frecuencia de los contactos.

¿Las distancias que se guardan en la cola del supermercado son el paradigma de eso que existía antes aunque no fuera de manera tan velada?

-Sí, veníamos de una red social debilitada, y no solo entre las personas mayores. Se ha podido constatar claramente que en los últimos años ha disminuido la frecuencia de los contactos presenciales, con el consiguiente deterioro en la calidad de las relaciones en términos emocionales. Hasta hace tres semanas estábamos preocupados por esa falta de red de apoyo para determinados sectores de la población, y ahora, en cuestión de días, se nos ha impuesto una distancia social por la cual parece que miramos al de al lado con desconfianza. Tengo miedo de que este virus acabe imponiendo una mayor distancia social de la que ya existía antes. En términos sanitarios ahora mismo puede ser necesario, pero desde un punto de vista psicológico puede acarrear dificultades añadidas porque veníamos arrastrando esa misma carencia.

"Quédate en casa". ¿La limitación de movimientos es todavía más acusada con la parálisis que deja el miedo?

-Sí, se está inoculando miedo con todo ese imaginario apocalíptico. La situación es compleja, qué duda cabe, pero se habla de que estamos en una guerra. Se emplea un lenguaje bélico, con unas imágenes desoladoras, como si estuviéramos leyendo a todas horas un cuento de literatura distópica: las calles vacías, el pánico... Es preocupante, porque si bien hay una epidemia de coronavirus, también hay una pandemia de miedo. Hemos dejado depositadas todas nuestras esperanzas en las trabajadoras del sistema sanitario. Se dice de ellas que están en la primera fila, cuando en realidad deberían estar en la retaguardia, porque eso significaría que cada uno de nosotros cuidamos de nuestras vidas, actuando con responsabilidad, sin hacer lo que no tenemos que hacer.

Ha utilizado en varias ocasiones la palabra miedo. ¿Hacia dónde le dirige el pánico a la sociedad?

-Creo que el futuro va a ser distinto, y no hay más que ver lo que está ocurriendo en las residencias, donde siempre hemos buscado un modelo de atención basado en la cercanía a las personas, en que mantuvieran su proyecto de vida. Ahora se imponen las distancias, se cuestiona el sistema sanitario, como si se estuviera volviendo hacia atrás respecto al trabajo que se había realizado colocando siempre en el centro a la persona.

¿Qué efecto puede tener un confinamiento tan prolongado en el estado de la salud?

-No cuestiono la necesidad del confinamiento, pero creo que va a tener consecuencias, y quizá se podía haber hecho de otra manera. Preocupa la situación de muchas personas mayores que viven en sus casas. Matrimonios de edad que se cuidan respectivamente, hijos que atienden a su padres aquejados de alzheimer, personas con parkinson... No sé, todos encerrados con la sensación de estar entre la espada y la pared. Es un error que ahora mismo se esté planteando que el hecho de tener años te convierta inevitablemente en parte de un colectivo vulnerable, con menos posibilidades de salir hacia adelante. Es como volver a un discurso superado. De tanto insistir en los medios, hay quienes están llegando a interiorizar que van a morir, o que van a tener que luchar por un respirador.

¿Asistimos a una ceremonia de la confusión con mensajes que, quizá, no son los más alentadores?

-Lo que menos me gusta es la identificación que se hace de persona mayor con grupo de riesgo. Habría sido más útil un enfoque diferente, hacer hincapié no tanto en la edad sino en determinadas condiciones de salud, aunque muchas veces coincida una con la otra. Es decir, si planteamos el discurso y la necesidad de extremar la precaución, que se haga no tanto incidiendo en la edad sino en unas determinadas condiciones (que tu sistema inmunológico esté afectado, que seas hipertenso...). Generas así un discurso que no es lesivo para las personas mayores. Ponemos así el foco en otro lugar, algo que no está ocurriendo, y que habría sido más positivo.

Son años de trabajo para romper con ese binomio persona mayor fragilidad. ¿Teme una regresión?

-Se está construyendo de nuevo un peligroso discurso que vincula ser mayor con tener problemas. Se escuchan además reflexiones en voz alta en la cola del supermercado que llaman la atención. Algunos vienen a decir que bueno, que esto solo afecta a los mayores, como si no fuera con el resto. Hay que cambiar esa mentalidad, porque si algo nos está enseñando la pandemia es que no hay lugar al que huir. Es una enfermedad muy democrática que nos concierne a todos.

Las residencias parecen estar en el punto de mira...

-Hemos luchado mucho para conseguir que la estancia de las personas en los centros se sustentara en términos de disfrute, de calidad de vida, con un proyecto vital... Ahora, con la entrada del coronavirus en las residencias y ante casos de negligencia extrema (que no digo que no sean dramáticos), parece que se ha olvidado el objetivo con el que están pensados estos centros en todos los lugares, que no es otro que dar vida a los años. Deberíamos tener cuidado al cuestionar ahora en caliente su funcionamiento. Se escucha a algún que otro tertuliano hablar en ese sentido, lo que denota no conocer la realidad de estos centros.

"Cuidaros mucho, que si nos toca a nosotros, ya sabemos que nos vamos al otro barrio". Hay mensajes en estos términos, que envían padres a sus hijos, convencidos de que si caen enfermos no figurarán entre las prioridades. ¿Otra distorsión de la realidad?

-Absoluta. A pesar de las cifras que estamos conociendo, la mayor parte de los mayores está bien y supera el coronavirus. Lo que es evidente es que sin unos servicios públicos potentes como los que tenemos en Euskadi, esto habría sido una debacle. Una de las grandes enseñanzas de esta pandemia es la necesidad de apostar precisamente por un sistema público que nos proteja. En ese sentido, Euskadi y Gipuzkoa son un oasis respecto a lo que ocurre en otros lugares. Hay una enorme diferencia.

"La condición humana es de por sí vulnerable, pero hasta ahora hemos estado viviendo en una especie de espejismo"

"Es preocupante tanta distancia porque los estudios ya constataban el descenso de la calidad de las relaciones y la frecuencia de contactos"

"Es un error plantear el hecho de tener años con ser un colectivo vulnerable con menos posibilidades de salir hacia adelante"