llueva, nieve o luzca el sol, una veintena de guipuzcoanos salen cada mañana del año a sus estaciones meteorológicas para comprobar la temperatura y la precipitación del día anterior. Forman parte de la red de voluntarios que la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) tiene desplegada por el Estado y que contribuye al estudio del clima. “Es una labor indispensable para la ciencia”, apunta la delegada en Euskadi de Aemet, Margarita Martín.

En la actualidad, y a pesar de los avances tecnológicos, sobreviven 19 de estas estaciones cooperadoras en Gipuzkoa. Los aparatos que utilizan son cedidos por la agencia y pueden ser de distintos tipos. Por registrar los datos de los pluviómetros, que solo miden la lluvia, el colaborador recibe unos 200 euros anuales; por la medición de la temperatura y la lluvia, 340 euros; por la temperatura, la lluvia y el registro automático de los datos (610 euros). Por último, se encuentra la estación que mide la temperatura del agua del mar, que se ubica en el Aquarium de Donostia. Las demás están situadas en la presa del Añarbe, Beasain, Zumarraga, Azpeitia, Mutriku, Zumaia, Hernani, Lezo, Donostia (Ategorrieta y Cristina Enea), Segura, Legazpi, Aretxabaleta, Bergara, Ordizia, Urnieta, Lasarte, Elgoibar, Andoain.

Todos los días del año

Mantienen viva la “la red de colaboración científica voluntaria más antigua del Estado”, asegura Martín, pues se creó en 1913. Anteriormente, hubo varios intentos de crear una malla meteorológica y la más antigua fue la de Isabel II, que implicó a los catedráticos de instituto. No obstante, no fue hasta 1913 cuando llegó a Euskadi gracias a una circular emitida por el director de Instrucción Pública, en la que pedía colaboradores para ampliar la red profesional de observación. A nivel estatal, más de 800 ciudadanos respondieron a la solicitud y al poco tiempo había más de 400 estaciones funcionando. Y en Euskadi pasó de unas 50 estaciones a principios de siglo a más de 5.700 en 1976, de las cuales más del 98% de estaban mantenidas por colaboradores.

Algunos años más tarde, en 1984, Luis María Agirre, quien trabajaba como encargado en un depósito de depuradoras de agua de Bergara, solicitó a Aemet una estación termopluviométrica en 1984. Luis María acudía a diario a su trabajo, que requería su presencia todos los días del año, y no cogía vacaciones. “Era perfecto para recabar los datos, tenía inquietud porque como baserritarra siempre estaba pendiente de la meteorología”, apunta su hijo Jesús, que heredó el puesto de voluntario de su padre. Cuando Luis María se jubiló hace 22 años trasladó la estación al caserío familiar y continuó mandando los datos hasta que sufrió un contratiempo en su salud. Jesús, que habita en una casa cercana al caserío, le relevó. “Voy todos los días hacia las 9.00 horas y cojo la máxima y la mínima temperatura del día anterior; y con el pluviómetro veo la precipitación que ha caído”, detalla. Esta información es enviada diariamente a Aemet, pero además, cada mes Jesús configura un estadillo con todos los datos recopilados.

Por lo general, no puede irse de vacaciones, porque esta labor se basa en la constancia. Los días que falta se apoya en sus hermanos o sino cuenta con un aparato en el que “queda registrada en una banda, que se cambia cada semana, la temperatura del día, la humedad y la precipitación”, indica. Aunque reconoce que “la medición más fiable es la que se toma en el día”. “Nuestro trabajo es muy importante porque la meteorología se basa en estadísticas y esos datos los recabamos nosotros”, apostilla.

Fallan la mitad de las estaciones automáticas

Las estaciones perduran con los mismos materiales del siglo pasado. Antonio Larretxau, voluntario en el depósito de aguas Soroborda de Ategorrieta en Donostia, utiliza las mismas tarjetas para apuntar los datos que utilizaba su padre José. Él también heredó este legado de la finca municipal donde están los primeros depósitos de agua potable que tuvo Donostia. “En 1960 estaba mi padre en este puesto y hubo un acuerdo con los técnicos municipales para instalar la estación, al mismo tiempo que se instaló en Artikutza y en una central eléctrica de Landarbaso”, recuerda. Pero de aquellas, solo queda Antonio, que ocupó el puesto hace 38 años, cuando su padre se jubiló. “Entre los dos hemos hecho esto durante 57 años”, apunta orgulloso.

Al igual que Jesús, Antonio recoge los datos a diario. “Hay que hacerlo todos los días, intento llevarlo a rajatabla, pero hay que tener vocación”, recalca. Este trabajo tiene más importancia de la que pudiera parecer porque, a pesar de que existen estaciones automáticas, fallan con bastante frecuencia a causa de contratiempos y las tormentas, y “es necesario también tener los datos a mano”.

Margarita Martín admite que, en un momento, Aemet promovió la automatización de las series climatológicas. “Pero cuando se ha dado cuenta de que las estaciones automáticas fallan y pierden datos ha vuelto a promover las manuales”, admite. De hecho, Martín asegura que “la mitad de las estaciones automáticas de nuestra zona no totalizan el dato anual”. Y es que si un solo día dejan de medir la lluvia, Aemet no da por válido el dato anual. Además, estas máquinas se averían. “No te puedes fiar de ellas, entonces el voluntario es indispensable”, recalca y añade que estos aparatos son más recomendables para las “previsiones meteorológicas, pero no para los registros”.

19

En Gipuzkoa hay 19 estaciones meteorológicas por el territorio.

Pluviométrica. La estación pluviométrica mide la precipitación. Los voluntarios que llevan este tipo de estación reciben 200 euros anuales por recoger sus datos.

Termoplúviométrica. Mide la temperatura máxima y la mínima así como la precipitación. El voluntario recibe 340 euros anuales.

Automática. Mide las temperaturas y la lluvia de forma manual y automática, por 640 euros.