El domingo 28 votamos, queda sólo el sprint final. Imagino a los equipos de cada candidatura, estudios demoscópicos sobre la mesa, comparando números y tendencias respecto de los anteriores, decidiendo dónde incidir o readecuar el mensaje y cómo adaptar las escasas 72 horas hasta el cierre de campaña para recabar el interés de los llamados indecisos. Esa especie de concepto jurídico indeterminado que protege los anhelados votos de los ‘vaya usted a saber’ de entre la irrecuperable y cada vez más temida abstención. Que para no contabilizar voto alguno es, abstención técnica incluida, la única variable capaz de poner patas arriba los datos más rigurosamente trabajados por los estrategas de campaña. Y cuando apunta a porcentajes superando el 40%, como así se espera, cruzar los dedos puede que se convierta en la última opción, la rogativa definitiva. En resumen y tirando de lenguaje llano, retórica popular: toca echar el resto. Buscando persuadir, pues, al indeciso, al indignado, al indiferente. Sencillo no es pero se puede. El mismo Aristóteles estableció en su Retórica, hace ya 2.300 años, un método para la persuasión, la herramienta que pone en valor, también en nuestros días, el arte de la comunicación política. Así, son tres los parámetros o elementos imprescindibles a todo discurso: logos, pathos y ethos. El primero responde a la razón y la lógica, trata de persuadir desde la reflexión; el segundo, por y desde la convicción propia, respondiendo a principios éticos y valores más personales; y el tercero, se levanta sobre la empatía, la identificación con el sentir de los otros, el reconocimiento.

A partir de aquí, cabe elaborar mil y una enseñanzas y toda suerte de variantes y sus conclusiones, pero no es el caso. Lo que me permito subrayar son apenas dos ideas que, ya desde los primeros compases de la precampaña, rondan en mi cabeza y que, en este sprint final, como antes apuntaba, se reafirman. De un lado, que Aristóteles sabía lo que se decía al concluir que los citados tres elementos, herramientas para la persuasión, no actúan como estamentos estancos sino que están necesariamente relacionados y, de otro, que según cuál de ellos sirva de principal apoyo al orador en su discurso, se distingue el modelo de acción política por la que opta. Digo que no se trata sólo de oponer ideas o programas sino, esencialmente, de diferenciar entre modelos políticos. Distinguir el relato objetivamente veraz, al que avalan los hechos, del inventado y elaborado a conveniencia, al que busca persuadir desde la razón y su convicción de aquél que, apelando a los instintos, desarrolla un discurso maniqueo dirigido a quienes, considera, carecen de criterio propio, distinguir el modelo de la imposición del colaborativo, el que traslada una visión sectaria de la política del que mira de frente al ciudadano al pedirle su apoyo y compromete su palabra.

El domingo 28 votamos. Votando, elegimos un modelo. Optando por un modelo, diseñamos el futuro. Distingamos. Votemos.