levamos muchos meses en los que encender la televisión para ver los teleberris de cualquier cadena o, incluso otros programas, se está convirtiendo en un martirio machacón a cuenta del covid. Lo que nos está llevando al desinterés y al desánimo, además de a un enfado generalizado, puesto que lo que se nos transmite es fundamentalmente negativo -falta de vacunas, vacunaciones no justificadas, algaradas de madrugada...-.

La cuestión es lo suficientemente grave como para exigir que los mensajes sean medidos y realistas; de tal manera que no se frustren nuestras expectativas, como sucedió en navidades cuando pareció que la vacunación y nuestra inmunización eran cuestión de pocos meses. Entonces, nos lanzamos sin pensar en las consecuencias. Tras ello, nuestras ilusiones han sufrido un varapalo que ha generado una pérdida de confianza, incluso en nuestro gobierno, que debe hacer frente a farmacéuticas que no cumplen los plazos o al reparto de las vacunas centralizado en Madrid y que penaliza la buena gestión vasca.

En esta tercera ola encadenada a la anterior y, tal como van las cosas, los mensajes sobre las vacunaciones deben ser ajustados, claros y que generen únicamente las esperanzas correctas, pues es una carrera a medio-largo plazo y estamos al principio.

Se acerca el periodo vacacional de abril y, de nuevo, oímos voces que, irresponsablemente, llaman a salvar la Semana Santa, como si las medidas de cierres en hostelería o perimetrales que afectan a nuestra movilidad fuera una decisión sinsentido, tomada para fastidiar y no para evitar más daños en nuestra salud. Es triste que solamente entendamos la política de multas y prohibiciones. A este paso, el Gobierno va a tener que confinarnos en casa.

Ver a la Ertzaintza actuando frente a concentraciones cada vez más violentas para beber y pasarlo bien -según parece-, me revuelve las tripas por comparación con aquellas otras manifestaciones en defensa de la legalización de la ikurriña, de los derechos del pueblo vasco, del Estatuto o en favor de la amnistía, en las que ciudadanos y ciudadanas pacíficas nos las teníamos que ver contra una policía agresiva per se. Esas concentraciones de hoy día, preparadas en muchos casos y con adoquín en mano, no tienen justificación. Lo que corresponde al mundo de la política es afearlas, denunciarlas y no aprovechar el lío. Y al resto nos toca cuidarnos, quedarnos en casa lo máximo posible, aguantar y dedicar nuestro tiempo a leer, por ejemplo.

En este totum revolutum, la política de ciertos grupos es, o se está convirtiendo, en un ejercicio cínico de exaltación de los errores y fallos para conseguir otros objetivos -véase desestabilización del sistema, del Gobierno, debilitamiento de la democracia... A derecha e izquierda, si es que hoy pueden mantenerse en algunos casos esas diferencias-. En casa, se ha visto, al intentar fallidamente masacrar con falsas acusaciones a la consejera Sagardui -recomendable ver la grabación del Pleno del Parlamento de Gasteiz de ayer viernes-.

Sin duda, es inaceptable que haya habido agujeros y fallos que son muestra de corruptelas -confío en que pequeñas- presentes en nuestro sistema. Ante ello, tolerancia cero, y a perseguirlas de manera prioritaria para no debilitarnos aún más en un momento en el que no deberíamos perder ni media energía en lo que no es razonable ni justo.

En cualquier caso, echo de menos una oposición que hubiera planteado que estaba dispuesta a hacer frente común y a echar una mano al lehendakari Urkullu. En tiempos tan graves de pandemia es lo menos que esperamos la ciudadanía.