os ojos del mundo han visto conmocionados un asalto golpista en Estados Unidos. Los políticos españoles aprovechan, en cambio, la oportunidad para enzarzarse entre galgos y podencos. El populismo fanático del perturbador Trump agrede la democracia y mancilla las instituciones como nunca pudo imaginarse. En España, mientras tanto, se debate al ralentí sobre tipos de escraches, esos sucedáneos de ataques a la libertad. Como siempre ocurre en estas discusiones líquidas, todo queda reducido al eterno dilema de "y tú más" que solo sirve para sacudirse de las propias responsabilidades de cada bando. Vaya, que nadie quiere profundizar sobre el cáncer de las fake news intencionadas en sus redes sociales, del impacto de sus discursos incendiarios y desestabilizadores o de las consecuencias de sus mentiras absolutamente intencionadas. En el Capitolio, cuatro años de trumpismo se acaban pagando con una insurrección. El mejor espejo para vacunarse contra el virus de la demagogia.

El efecto de la rebelión en Washington es multilateral. Por eso resuena fácilmente en el electrizante período electoral de Catalunya, objeto inmediato de deseo político. Todavía queda en el recuerdo aquel aterrizaje de urgencia en helicópteros de los Mossos de Artur Mas, la presidenta del Parlament y varios consellers para eludir el cerco de 2.000 indignados que comprometían la aprobación del presupuesto en la propia Cámara legislativa catalana. De momento, ahora lo hace por la derecha. Es ahí donde Vox y PP han buscado otra disculpa para seguir ajustando cuentas después de aquella sonora bofetada personal y política de Pablo Casado a Santiago Abascal de imposible olvido. Los populares creen que las imágenes de esa turba enloquecida le favorecen porque el impacto visual denigra a su rival más directo en las urnas. Quizá en Génova pasan por alto que miles de votantes de la ultraderecha española son incapaces todavía de condenar -ni siquiera afear- la sublevación pretendida contra la suerte de las urnas. Por eso, de ahí a llevarte un disgusto por el resultado del 14-F puede haber muy poca distancia.

En la izquierda tampoco han conseguido librarse de las interpretaciones de la revuelta americana. De hecho, es fácil imaginar cómo se estará arrepintiendo ese cerebro gris de EH Bildu que en diciembre de 2016 redactó aquella carta al embajador de EEUU en España uniéndose a la alegría que les provocaba el triunfo electoral de Trump. Incluso, en Unidas Podemos han tenido que marcar rápidas distancias con las acusaciones recibidas maliciosamente desde la derecha por sus persistentes incitaciones a rodear el Congreso en los tiempos de Mariano Rajoy.

En el caso del PSOE, su única preocupación es llevar bajo palio a Salvador Illa. Y, por supuesto, modular el soniquete de los indultos dependiendo del escenario que toque. A partir de ahí, toda la presión recae en ERC. Los republicanos están incómodos por el nuevo escenario que les provoca el inesperado y potente candidato socialista. Las interminables apelaciones a un futuro tripartito junto a En Comú Podem desgastan sus expectativas electorales porque carcomen su perspectiva de voto en el caladero independentista. Basta con escuchar a Laura Borràs cómo machaca encantada la idea de este entendimiento porque sabe que le favorece. Así, Junts per Catalunya puede seguir ensanchando mayoritariamente la recogida de ese voto irreductible en favor de la incorregible apuesta unilateral en la pugna con el Estado. Ahora bien, podría ser una victoria demasiado amarga porque las posibilidades de repetir el Govern mediante la coalición actual son remotas por no decir nulas. Con el paso del tiempo y la prueba de los hechos -léase presupuestos y estabilidad-, los vasos comunicantes entre Madrid y Barcelona asoman más evidentes y ahí Puigdemont y su radicalismo no están invitados.

Hasta que se conozca la suerte catalana, el resto son fuegos de artificio. Queda poco más de un mes para saber si es posible ir aplicando una adecuada y razonable planificación asistencial en las vacunas contra el COVID que borre la patética imagen de esos porcentajes tan irrisorios de dosis inyectadas durante las últimas semanas, festivos incluidos. Un tiempo suficiente para seguir agitando las diferencias dentro del Gobierno de coalición y de los agentes sociales sobre la duración de los ERTE y la subida del Salario Mínimo. Incluso para conocer los efectos de la contundente vacuna de Margarita Robles a los nostálgicos golpistas.