sto pinta muy mal. El virus se desboca. La tensión se apodera de los hospitales. Los políticos agrandan su endogamia. Los científicos se contradicen. Pavor en la economía familiar. La vacuna sigue estando demasiado lejos. Los puentes son una tentación irresistible para millones de irresponsables. Y entre la ciudadanía, alarmada, empieza a sentirse el hastío y la desconfianza porque en esta nueva oleada no se ve luz en el horizonte. Un tétrico escenario con pírricas excepciones autonómicas que configura el panorama desolador de un país desconcertado, más allá de ese rebrote puntual del PIB que apenas conmueve un ánimo tan profundamente alicaído. Y por el medio, las deplorables gotas del espectáculo circense propias de la disidencia institucional y partidista que tanto sonroja a los sensatos y alimenta el desafecto.

No es aventurado asegurar, con profunda desazón, que las desquiciantes actuaciones diarias de la pizpireta presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, ocupan más minutos de televisión, radio, prensa y redes sociales que los pronunciamientos juiciosos, aunque contrapuestos, de epidemiólogos, internistas y científicos a propósito de una pandemia que nos atormenta. En el último capítulo se asiste a una turbadora propuesta de elegir a la carta las fechas de un imprescindible cierre perimetral de la Comunidad de Madrid aunque, inesperadamente, ha recibido la increíble autorización de la Sanidad española. Una combinación explosiva difícilmente digerible porque solo ayuda a configurar una sensación de desbarajuste demasiado contagioso. El asombro generalizado en el resto de autonomías va de suyo. De momento, ha vuelto a doblar la mano del Gobierno central, como ya hizo con la triste sentencia del Tribunal Superior.

Es así como Ayuso, sola y en compañía de otros, continúa su cruzada absolutamente personalista para desesperación del cuadro de mando del PP en Génova, que no sabe cómo disimular el sofocón. En el mismo espacio de tiempo de telediario que Pablo Casado necesitaba para zaherir este miércoles el abominable desprecio a la Cámara de Pedro Sánchez, la baronesa se lo birlaba sin descaro con la última ocurrencia de su ideólogo de cabecera, Miguel Ángel Rodríguez, auténtico torpedo en la línea de flotación del nuevo centrismo popular. Venían de perpetrar en Ávila el engaño a los mandatarios de las dos Castillas con una jugada de trileros que agranda la bajeza de una muy localizada clase política española y se acapararon del interés general.

Mientras, en el Congreso se ha abierto el bazar. El regateo se ha apoderado de los escaños. Llega la negociación de los Presupuestos. Como entremés del mercadeo, la autorización del estado de alarma. El Gobierno en estado puro de Groucho Marx. De entrada: si no os gusta estos principios, tengo otros. Quiero subir el diésel porque ha caído de manera vertiginosa la recaudación de hidrocarburos y necesito nuevos recursos, pero si no queréis -PNV y Ciudadanos- lo quito sin problemas. Otra más: seis meses de alarma sin control parlamentario y toda responsabilidad para el ministro Illa. Como era de prever, bastó que Gabriel Rufián enseñara sus garras para que Pedro Sánchez aceptara al momento una comparecencia siquiera cada dos meses ante sus señorías, al margen de los mensajes televisivos. Así las cosas, nadie podrá cuestionar la probada elasticidad de la coalición de izquierdas para agradar cuantas veces lo deseen a sus compañeros de la investidura, en quienes confía la suerte del resto de la legislatura. París bien vale una misa, sobre todo en los tiempos que corren. Otra cosa ya es entenderse con el PP.

La digestión de la moción de censura no es fácil para Casado. Tampoco es descartable que acabe en espejismo ideológico. Sirva el ejemplo más reciente. Apenas unos días después del desmarque con Abascal, los populares han sido capaces de pedir en una proposición no de ley que el Gobierno español rectificara la "intolerable injerencia" que supuso para Navarra el acuerdo entre Sánchez y Andoni Ortuzar para la investidura del presidente socialista. La perplejidad se apoderó del debate. De hecho, Mikel Legarda se vio obligado a recordar el ámbito geográfico de implantación del PNV. Tampoco el Senado se ha escapado de la sorpresa política. EH Bildu dejó pasar por alto con su abstención y el escaso interés de sus compañeros de ERC que se instara al Gobierno central a retirar el recurso de inconstitucionalidad que amenaza a varios artículos del Fuero Nuevo. Días de desconcierto.