- La mejor defensa es un buen ataque, o más vale prevenir que curar. He ahí el dilema. El PP y el liderazgo de Pablo Casado, ante su espejo. La moción de censura de Vox contra el Gobierno de Pedro Sánchez, que se debate entre el miércoles y jueves, puede marcar el horizonte en Génova 13, donde su presidente guarda bajo siete llaves una decisión con sus pros y contras: abstenerse o votar no. El partido conoce bien a su adversario porque creció entre sus filas, pero seguir su estela puede devaluar el original y, no hacerlo, engordar el sector más extremo entre el electorado que se disputan. Moncloa, mientras, está a otras cosas, en tanto que cuenta, para esto claramente, con la mayoría del bloque de la investidura para retratar a la ultraderecha y, de paso, afear a los populares cualquiera de sus posicionamientos.

No es baladí que el PP se haya dedicado las últimas semanas a contraatacar al Ejecutivo de coalición, primero con la petición de imputación al vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, y después contra la propuesta de reforma del Consejo General del Poder Judicial, amén de utilizar entre sus argumentos a la Corona y la pugna respecto al estado de alarma en la Comunidad de Madrid. La formación conservadora, que ha tratado además de hacer un juego de trileros con la condena firme al partido por lucrarse con la trama Gürtel, necesitaba situarse en primer plano ante la doble jornada que se avecina, y que se prevé no solo tensa y crispada, sino inundada de exabruptos, salidas de tono y trastos a la cabeza mientras la ciudadanía no encuentra el callejón para sobreponerse a la consecuencias de la crisis sanitaria por el coronavirus.

Descartado el voto a favor de la moción, algo que sí apoyaría, por ejemplo, Esperanza Aguirre, Casado tiene la oportunidad de desmarcarse de Vox en esta situación endiablada, pero corre el riesgo de que la marca de Santiago Abascal "se los coma", sopesan también entre sus correligionarios. O recuperar a los votantes que se escoraron más a la derecha, bordeando la pre-Transición, o proteger el centro y tratar de buscar a los desencantados con la gestión gubernamental y a quienes aún resisten en Ciudadanos. Curiosamente, la mejor afirmación del PP respecto a la iniciativa de Vox fue la primera reacción en cuanto se presentó en julio, y en palabras de su secretario general, Teodoro García Egea, por una vez atinado: "No cuenten con nosotros para maniobras de distracción que refuercen al PSOE". Pero ahora toca retratarse. La discusión interna es intensa y Casado ha recogido opiniones de todo tipo, sin descartar que algún diputado rompa la disciplina de voto. La desterrada Cayetana Álvarez de Toledo ya señaló que solo contempla la abstención, mientras que el expresidente José María Aznar, guía espiritual de las esencias del partido, se abrazaría al no, a sabiendas quizás de que Vox prepara simplemente un "circo" y un "engaño", como sostiene la portavoz en el Congreso, Cuca Gamarra, cuyo diapasón se alteró esta semana al acusar a Sánchez de prácticas "dictatoriales".

La cuestión reside en qué porción de electores le viene mejor amparar al PP. Lo atestigua el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Los populares mejoran siete décimas -estrechando las distancias con el PSOE, que todavía le aventajaría en 11,9 puntos-, pero la ultraderecha gana algo más, un punto, ya que el respaldo a Vox entre los suyos es más firme: el 73,8% de su electorado volvería a votarles frente al 63,9% que repetiría la papeleta del PP. Ambos partidos tienen un 9% de su electorado dispuesto a pasarse al adversario, y en el caso de los populares este porcentaje supone casi medio millón de votantes.

Casado puede defender que censura a Sánchez sin respaldar una iniciativa a su juicio estéril. Pero ahí no tiene el problema, sino en la relación con la fuerza de Abascal, una conexión que discurre con dientes de sierra. En la memoria quedó su patinazo previo en la campaña de las elecciones de abril de 2019. "¿Para qué vamos a andar pisándonos la manguera entre nosotros?", aseveró Casado, abriendo la puerta de un posible Gobierno a ministros de Vox. Cuatro días después el PP pasó de 137 a 66 diputados, y el líder popular tuvo que dar un giro de 180 grados apenas abiertas las urnas. "Volvamos al centro", le requirieron. Fue la primera ocasión en que catalogó a Vox como "ultraderecha", aunque su propósito de enmienda y apuesta por la moderación duró lo que tardó en recuperar una porción de asientos más en el Congreso, estériles para conformar un Ejecutivo por la pérdida de aliados que ha provocado la estrategia política del PP en la última década, no solo acosado por la corrupción sino por su enrocamiento en la cuestión territorial y su beligerancia en asuntos más sociales. Tanto, que dirigentes del ala moderada como los vascos Borja Sémper y Alfonso Alonso optaron por hacerse a un lado o quedaron relegados.

No son pocos quienes internamente censuran que Casado optara por hacer seguidismo de la agenda de Vox, incluso con aquel debate casposo sobre el pin parental. No es de extrañar que Sánchez aproveche sus intervenciones en la Cámara baja para señalar los parecidos razonables entre las dos formaciones de derecha cuando quieren abordar temas como el aborto, la inmigración o la memoria histórica, que desata los instintos más bajos en la bancada de Abascal, en lugar de debatir sobre economía o pura gestión. Y como ha ocurrido con la polémica por el CGPJ, a veces las familias no se distinguen.

De ahí el intento de tratar de trasladar más empatía con la portavocía de José Luis Martínez Almeida, que, paradójicamente, puede jugar en su contra en su papel de alcalde de Madrid. "La moción de censura, ciertamente, en estos momentos, al PP ni nos ocupa ni nos preocupa. Burla la finalidad constitucional para la que está diseñada", consideró ayer el regidor. Con este papelón, hay quienes sostienen que debería haber sido Casado quien presentara la moción porque ahora se topa con un callejón sin salida. A no ser que, definitivamente, suponga a medio plazo la suya. Lo afirmó él mismo parafraseando a Ortega y Gasset: "Los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía".

Para contrarrestar la dura semana que le aguarda, el PP se ha lanzado últimamente a degüello contra el Gobierno de Pedro Sánchez en asuntos como la reforma del CGPJ, la posible imputación de Pablo Iglesias, la pelea por el estado de alarma en la Comunidad de Madrid o las referencias a la Corona.

Si al final Pablo Casado vota en contra de la moción de censura, podría perder a su electorado más extremo y engordar la bolsa de votantes de Vox. Pero proteger el centro político le podría reportar apoyos de los desencantados con la acción del Gobierno y de quienes se marcharon a Ciudadanos. Cualquier decisión tiene sus pros y contras.

El líder del PSOE tratará una vez más de mostrar los parecidos razonables entre el PP y Vox, y obligará a Casado a posicionarse si está con quienes buscan la desestabilización o si, por contra, se comporta como un partido de Estado. El presidente español tiene asegurado, esta vez sí, el respaldo del bloque de la investidura.