uperando un clima político y social complejo, inédito, y con una convocatoria en fecha estival anclada en el sentido de la responsabilidad por parte del lehendakari, la cita electoral de este pasado domingo ha venido marcada por dos grandes factores: por un lado la alta abstención, que sin incidir en la legitimidad del resultado sí ha acentuado, sin duda, la tendencia electoral vasca de que las dos formaciones políticas con un electorado más fidelizado, EAJ-PNV y EH Bildu, han visto reforzada su respectiva posición de liderazgo y de primera fuerza de oposición sobre el resto.

Un segundo factor clave puede definirse como la reafirmación de un escenario político que venía ya perfilándose en nuestras precedentes citas con las urnas, caracterizado por la renovada capacidad del PNV para vertebrar la sociedad vasca, logrando ensanchar todavía más su base social de apoyo, junto a otra inercia electoral marcada por la consolidación de EH Bildu como la fuerza política líder de la oposición. Mediante una campaña en la que ha combinado el pragmatismo con el combate dialéctico ha logrado un gran resultado al hacer suyo buena parte del espacio electoral que en 2016 sumó Elkarrekin Podemos.

En su proyección estatal estas elecciones representan para Pablo Casado la peor pesadilla posible: por un lado porque a la lección de deslegitimación social vasca que recibe su “candidatura” mixta (PP+C’s) se une la victoria de Feijóo en Galicia, y todo ello debilita más aún si cabe su frágil liderazgo interno dentro del PP; por otro lado, este resultado electoral vasco vuelve a demostrar que negando una y otra vez el reconocimiento de una realidad plurinacional no se logrará sino retrasar la solución al irresuelto debate sobre la distribución territorial del poder político. También para ello el diálogo político es la solución.

De nuevo en clave interna vasca, todos los análisis se centran en la cifra de 38 escaños, la mayoría absoluta en nuestro Parlamento Vasco; es lógico, pero el nivel de los retos que tenemos encima de la mesa como sociedad requiere de consensos más allá de esta suma aritmética parlamentaria; en clave interna vasca esta nueva legislatura, la duodécima, plantea un complejo contexto económico y a su vez muchas expectativas sociales y políticas. Llega con aire de refundación democrática y debe permitir debates y acuerdos que vehiculicen la sensación de cambio de ciclo y de superación de viejos problemas sin solución.

En política tan importante como alcanzar acuerdos y consensos es saber cómo gestionar el desacuerdo, cómo diseñar una estrategia que permita avanzar pese a puntuales discrepancias pero sin bloqueos. Una propuesta de acuerdo basada en pilares claves para nuestro futuro no debería caer en saco roto durante esta legislatura, aunque en política siempre es más fácil expresar deseos que materializarlos.

Es una obviedad, pero también conviene recordarlo: no es posible negociar ni llegar acuerdos si una de las partes se encierra en sí misma. Frente a esta visión excluyente y maniquea de la política, ahora, más que nunca, será clave el liderazgo, la capacidad de prospección para gobernar el futuro y lograr manejar con acierto el complejo panorama social, económico y político. Nuestro País lo necesita.