Una tremenda tragedia como la sufrida en Zaldibar remueve sentimientos, impacta en la sociedad y genera reacciones que mezclan el miedo, la indignación, la zozobra emocional y, por encima de todo ello, la empatía hacia los dos trabajadores desaparecidos y hacia sus familias.

El proceso judicial iniciado aportará datos de gran valor acerca de su origen, las causas y las responsabilidades exigibles. Esto es lo más importante. Los hechos no ocurren con la asepsia de un relato histórico. Y, ante el drama como el ahora sobrevenido, los valores de solidaridad, por un lado, y de profesionalidad, por otro, son los más necesarios socialmente.

Frente a ello, cabe preguntarse qué tipo de reacción política ha emergido, ya en contexto preelectoral, tras el derrumbe del vertedero de Zaldibar. Con respeto a la necesaria y sana crítica, que enriquece más que los halagos o las adhesiones inquebrantables, creo que se está empleando en exceso, una vez más, la hipocresía y el cinismo como analgésico social.

¿Cómo jerarquizar la respuesta a todos los retos derivados de la tragedia de Zaldibar? La prioridad es el rescate de las víctimas y la seguridad para las personas que participan en las tareas de rescate y, en paralelo, aportar todas las garantías para la salud pública. En segundo lugar, y respecto al pasado, analizar las causas y responsabilidades; y, por último, mirando al futuro, extraer todas las lecciones de este tremendo siniestro y las medidas a adoptar. En particular, inferir de todo ello conclusiones que mejoren las políticas públicas en materia de gestión de vertederos.

Lo más fácil es buscar un chivo expiatorio, un culpable político y huir de más razonamientos. Es un recurso maniqueo muy efectista y efectivo. Antes incluso de escuchar argumentaciones, juzgamos y sentenciamos para mostrar así solidaridad con las familias y con la sociedad, mientras que el resto y en particular el lehendakari queda así expuesto ante la ciudadanía como si, además del culpable, fuera un tecnócrata sin sentimientos, una persona alejada de todo sentimiento de empatía hacia el sufrimiento y el dolor, alejado de toda idea de solidaridad y de responsabilidad.

Es muy fácil sucumbir a esa tentación populista. La crítica al gobierno (personalizada en el lehendakari) se ha instalado en un modelo de oposición y de hacer política basado o centrado en la confrontación: buscar la bronca permanente, la descalificación y la crispación continua, jugar a la adhesión o al odio como únicas opciones, ser o de los míos o mi enemigo. Este tipo de dialéctica de confrontación parece poder conferir, en apariencia, ciertos réditos electorales, pero en realidad se acaba, tarde o temprano, volviendo en contra de quien exhibe este tipo de dialéctica política. ¿Dónde queda, junto a la sana crítica, la apelación al trabajo en auzolan para hacer frente a retos como los derivados de esta tragedia?

Ir como ha ido el lehendakari, a contracorriente, dejando el fácil gregarismo de la bronca, la protesta y la demonización aparcado y poniéndose a trabajar con humildad y constancia por mejorar las cosas, modificando lo que haya que cambiar y adecuar, es una forma de afrontar los problemas sin postureos vacuos, sin estridencias; de frente, responsablemente, esperando a tener datos para hablar, para explicar, para exponer y para, por supuesto, recibir las críticas que deba recibir y aprender de ellas constructiva y sinceramente. Pero al menos no hablando por hablar, sino comunicando cuando hay datos que comunicar.

Vivimos en un contexto social en que se acentúa la personalización de la política, porque se ha debilitado la capacidad que los agentes políticos tienen para tratar de instrumentalizar las ideologías, es decir, servirse de ellas como argumento que justifique o ampare cualquier comportamiento. La sociedad no ha disuelto absolutamente sus diferencias; sigue habiendo izquierda y derecha, así como diversas identificaciones nacionales, pero las grandes y tradicionales construcciones ideológicas sirven cada vez menos para opacar cuestiones que son clave para ganarse la confianza de los ciudadanos.

Y al atenuarse el perfil ideológico, se han puesto en el primer plano las propiedades personales de quienes ejercen la política. Por eso se ha puesto el acento en la persona del lehendakari, para minar la confianza social en él. Los votantes nos fijamos en lo que dicen y prometen los políticos, sí, pero nos importa mucho más comprobar si ese discurso es coherente y se corresponde con lo que hacen y, sobre todo, con lo que son. Pensemos en ello por encima del impacto emocional que nos provoca lo sucedido en Zaldibar.

Nuestras preferencias políticas se configuran cada vez más en función de propiedades personales como la ejemplaridad, la honestidad, la competencia o la confianza que suscitan, mientras que las franquicias han entrado en un profundo descrédito. Sigue siendo importante, por supuesto, la referencia ideológica, pero el electorado se fija cada vez más en las propiedades del representante que en los principios representados.