no buenas razones"... podríamos decir en la guerra de casi tres meses entre Rusia y Ucrania. Porque las razones, aunque de buenas no tienen nada, abundan y no en son de paz: son más bien una guerra de palabras: los rusos amenazan con una contienda nuclear en represalia por la ayuda de la OTAN a Ucrania, mientras que Estados Unidos dice oficialmente que su objetivo es debilitar a Rusia de tal manera que no pueda repetir aventuras como la ucraniana.

Y las obras de esta contienda no se limitan a palabras, como la Guerra Fría, sino que es una guerra de verdad, con número de víctimas desconocido porque no se reconoce cuántas personas han muerto en campo propio, mientras se aumenta el número de víctimas del enemigo.

Incluso, en el caso de Ucrania, es posible que se infle la cifra de muertes propias para condenar a Moscú, mientras que los rusos tratan de ocultar sus bajas.

Es una versión caliente de la Guerra Fría de las últimas décadas del siglo pasado. Ahora, se enfrentan nuevamente las mismas dos potencias de entonces, aunque esta vez ya no sea la URSS sino Rusia y Estados Unidos se ve arropado por la OTAN, que los rusos ven como una extensión de Washington por el continente europeo.

La disparidad entre ambas, que ya favorecía a Washington durante la Guerra Fría, ha aumentado, pero Rusia tiene ahora un aliado en China. Ya lo tenía entonces, pero China no era la potencia económica de hoy.

Entre tanto, adivinanzas y análisis en torno a las armas de cada parte llenan nuestros diarios e informativos. Los norteamericanos, por una vez, parecen más dispuestos a mantener secretos que a divulgar sus haberes, mientras que los rusos exhiben sus nuevos juguetes bélicos, como los misiles hipersónicos.

Ya antes del desfile patriótico del 9 de mayo, en que Rusia celebra su victoria en la Segunda Guerra Mundial (recordemos que en esa victoria Rusia y EEUU eran aliados) al que Putin quiere llevar a Ucrania en el carro de los vencidos, el líder ruso no para de señalar el poderío militar de su país y la existencia de nuevas armas. Aunque hasta ahora lo único que Putin ha podido conseguir han sido victorias parciales en las zonas que le son más favorables y donde la población es rusófila por motivos culturales.

Desde el principio, parecía que Ucrania no tenía posibilidad alguna de superar el ataque ruso y, a pesar de la resistencia de la que ha sido capaz, todavía cuesta creer que Moscú no salga vencedora al final en esta contienda, debido a su capacidad varias veces mayor que la ucraniana, tanto en armamentos como en número de tropas.

Pero si no fuera así, se confirmaría otra vez la teoría napoleónica de que las guerras se ganan primero con dinero, segundo con dinero y tercero... con dinero: ya le ocurrió esto a la Unión Soviética cuando fue derrotada en la Guerra Fría por la incapacidad de mantener el nivel de inversiones necesarias a la carrera de armamentos.

El entonces presidente Reagan ya dijo claramente que Estados Unidos tenía la capacidad industrial para ahogar las ambiciones militares rusas sin necesidad de una guerra. Y así lo hizo en una carrera de armamentos que la URSS no podía pagar. Basta con recordar el revuelo de la época en torno al programa SDI (Space Defense Iniciative), conocido al cabo de poco tiempo como StarWars o Guerra de las Galaxias, que le daba una imagen casi cómica, de una iniciativa irrealizable y fruto del desconocimiento técnico de un presidente como Reagan, que se había quedado en la segunda fila de los actores de cine. El programa quedó abandonado al cabo de un tiempo, pero azuzó todavía más el temor soviético a quedarse rezagado en la carrera armamentista, en la que, especialmente por motivos económicos, no podía competir.

Actualmente, Estados Unidos está reviviendo el programa espacial, que aparte de la superioridad bélica que le podría atraer, debilitaría más aún las arcas de Moscú si Rusia trata de competir en esta área.

Después de la quiebra del imperio soviético, podría repetirse una nueva versión en esta guerra con Ucrania, algo así como un David y Goliat de tiempos modernos.

Pero el David del siglo XXI tiene las armas de la OTAN y el dinero del grupo de países más ricos del mundo, mientras que el Goliat tiene sus eslóganes, ambiciones y resentimientos. Pero, sobre todo, carga con el peso de un sistema económico que no le permite los recursos para tener un ejército a la medida de sus ambiciones.