ste año se cumple el 70 aniversario de la guerra de Corea y en su triste historial hay un episodio técnico-diplomático hoy totalmente olvidado que en su día abochornó al Gobierno británico. Durante esa guerra (1950/53), la segunda mayor crisis de la guerra fría (la mayor fue la de los misiles de Cuba), todo occidente quedó asombrado de que la aeronáutica de la URSS -concretamente, el caza MIG-15 bis- superara con creces a todos los aviones occidentales. El impacto fue tan grande que los EEUU ofrecieron (y pagaron) unos premios millonarios a los pilotos comunistas que se pasasen al capitalismo con sus MIG.

Y lo que descubrieron los ingenieros militares estadounidenses fue que la superioridad del aparato ruso se debía mayormente a su motor de reacción ¡de tecnología británica!

Lo más sorprendente del descubrimiento fue que a esa superioridad había ayudó directa y muy conscientemente Gran Bretaña. Porque en 1947, recién concluida la II Guerra Mundial, el Gobierno socialista de Clement Attlee, no intuyó las dimensiones de la guerra fría que se estaba incubando y se avino a enviar a la URSS 25 unidades del motor de reacción Nene II que fabricaba Rolls Royce para los arsenales occidentales. Los reparos de los militares y servicios secretos los minimizó Attlee diciendo que el motor se podría copiar así fácilmente, pero no sus secretos, como la aleación del rotor y la cámara de combustión. Además, en plena frenesí de la victoria -diciembre del 1945- los aliados habían puesto los motores Nene II en la lista de bienes exportable urbi et orbi

Quizá los técnicos de la fábrica de aviones rusa Mikoyán-Gurevitch no lograrán descubrir la aleación en cuestión, pero sí consiguieron hacer una copia mejorada del Nene II para los MIG-15 bis, y lanzar así a la guerra de Corea el mejor avión de caza del momento, capaz de volar más rápido y alto y con mejor maniobrabilidad y armamento que cualquier aparato occidental. Fue un protagonista esencial (juntamente con la masiva aportación de la infantería china) de las cuitas de los militares occidentales en aquél conflicto.

Los comunistas no ganaron la guerra ni mantuvieron la supremacía aérea. El error estratégico-político de Attlee de autorizar la venta de los 25 motores había permitido a los técnicos de la fábrica Mikoyán recuperar los 3 o 4 años de retraso tecnológico que tenían frente a la industria occidental. Pero la capacidad fabril de la URSS era incapaz de mantener el ritmo de los avances científicos y tecnológicos de las ricas naciones atlánticas y, ya a poco de acabado el conflicto coreano, la superioridad de la aviación estadounidense sobre la soviética empezaba a ser cada vez mayor.