desde la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, hace 30 años hoy sábado, Europa se ha dotado de nuevas barreras (un total de 15 vallas fronterizas), seis veces más largas que el denostado Muro de la capital alemana, que dividía Occidente y el bloque Soviético en pleno corazón de Europa. Europa en estos momentos se fortifica y construye decenas de muros para frenar la llegada de personas a nuestras fronteras.

Estos muros van acompañados de fronteras marítimas -patrullas en el Mediterráneo que se extienden otros 4.750 km-, así como de fronteras virtuales, sistemas de control fronterizo que tratan de impedir que las personas entren o incluso viajen dentro de Europa, denuncia Mugak Zabalduz.

El mundo vuelve al ayer. Francia extiende sus vallas antiintrusos de Calais para evitar el acceso de inmigrantes clandestinos en el sensible canal de la Mancha, el puerto más cercano de entrada y salida con el Reino Unido.

Quien quiera llegar desde África por tierra solo tiene una opción: en Ceuta y Melilla, territorio europeo en la costa norte africana. España hace años que tiene dos vallas de alta tecnología de unos 10 kilómetros de largo cada una para impedir el libre acceso.

Hungría aprovechó la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial para construir un muro de 175 kilómetros de largo y cuatro metros de alto con Serbia en el mes de septiembre de 2016 -alargado en octubre a lo largo de su frontera con Croacia-.

Y lo mismo han hecho Eslovenia con Croacia. O Austria con Eslovenia. O Macedonia con Grecia.

Pero es que la UE, con cada vez más fronteras físicas en sus límites, marca distancias incluso con la eterna candidata a integrarse en la UE, Turquía. La barrera, de unos 175 kilómetros, ha sido edificada por Bulgaria para luchar contra quienes intentan llegar a territorio comunitario por tierra desde Asia evitando el mar Egeo. A esta se añaden los 11 kilómetros de la valla en la frontera entre Turquía y Grecia.

Pero no son todas. Tampoco las últimas. Para cerrar el círculo fronterizo europeo y encarar las amenazas que la UE considera externas, aparece por el este Rusia. La excusa: la desconfianza de los países bálticos ante la retórica de EEUU y Putin en la que Europa vuelve a estar en el centro de las tensiones. La consecuencia: más muros.

Lituania levanta con fondos de la UE una valla de dos metros de alto y 130 kilómetros de longitud equipada con videovigilancia en su frontera con Rusia (Moscú ha admitido, mientras tanto, el despliegue en Kaliningrado, territorio ruso entre Polonia y Lituania, de misiles tácticos Iskander de capacidad nuclear y un radio de acción que llega hasta Berlín; la OTAN aprobó una fuerza multinacional de 4.000 hombres en Polonia y las tres repúblicas bálticas).

La vecina Estonia construye una valla de dos metros y medio de altura y 108 kilómetros de extensión -es decir, en unas tres cuartas partes de la frontera terrestre- ante el gigante ruso, equipada con cámaras de vigilancia y apoyada por patrullas de drones. Y la Unión Europea cada vez más se imagina como una isla. 30 años después.

muros vituales y mentales Además de las barreras físicas, en Europa se levantan “muros virtuales” en forma de programas de control y vigilancia de circulación de personas, así como de recogida y análisis de datos biométricos tales como huellas dactilares o escáner de ojos.

La narrativa del miedo, con mensajes xenófobos y racistas, construyen otro tipo de barreras. Son lo que se denominan muros mentales, promovidos por parte de partidos de extrema derecha en auge en Europa, y la identificación de las personas migrantes y refugiadas como una amenaza para las sociedades europeas, algo que para distintas organizaciones está justificando la construcción de muros físicos y virtuales y refuerza el imaginario colectivo del interior seguro y el exterior inseguro. - N.G.