Sardina freskue!, o no tanto. Mikel Aranburu, en su tienda-taller del paseo de Colón, reproduce con esmero, utilizando el zinc como materia base, especies marinas varias, aunque es la sardina la reina de los mares de este donostiarra que, tras estudiar cocina, se embarcó en el mundo del grabado de la mano de su aita para, finalmente, conciliar los dos universos: el gastronómico y el artístico.

Escuchar la historia de lo que Mikel concibe entre forma de vida y pasión merece la pena. Desde hace cuatro años, cuando su nuevo proyecto echó a andar, sus animales marinos le han ido comiendo espacio a la labor como grabador de joyería y, mientras, ha ido sumando nuevas propuestas a su nómina.

La que nació en casa de Mikel es una sardina viajera que ha llegado a Australia, Estados Unidos, Nueva Zelanda o Francia, entre otros países, ya que los extranjeros son unos de los principales clientes de un artista que espera ilusionado cualquier gran cita gastronómica que le sirva de escaparate. Además, sus obras pueden ya contemplarse en distintos establecimientos hosteleros de la ciudad y de otros puntos del Estado.

Mikel es una persona inquieta, que quiere evolucionar como creador pero a la que le gusta seguir la pista de su trabajo. Para ello pide que quienes compren su lata de Sardina Ibiltaria le notifiquen cuál es su nuevo hogar, esté donde esté el punto del planeta al que hayan viajado.

Con las sardinas como bandera, Mikel se atreve con otros muchos trabajos. Recibe encargos y sabe aconsejar sobre cómo poder llenar una pared de arte con inspiración marina, en bancos de distintas especies o con peces solitarios.

Está trabajando en la elaboración de una marca y nombre propio y, mientras, sigue produciendo en su pequeño establecimiento del paseo de Colón que, hasta ese cambio, continúa llamándose Grabados Alain.

Sobre pizarra, en cuadros con fondo de tela de saco, incrustadas en piedras evocando fósiles milenarios, las sardinas, lubinas, salmonetes y otros pescados de Mikel Aranburu llaman la atención de todo aquel que pasa frente a su comercio.

El proceso para elaborarlos no tiene truco y sí mucho de buena mano, arte y profesionalidad. Mikel se hace con el zinc -que al principio le regalaba un amigo fontanero- en una chatarrería, de la que llega a la tienda con un carro de la compra cargado hasta los torpes. Casi el trabajo más duro es el de limpiar el material. Posteriormente, según explica, dibuja y corta la forma de la sardina en una placa de un milímetro de grosor, a la que da volumen golpeando desde el reverso. Lima la superficie para que brille y trabaja sobre la misma para incorporar los detalles, como ojos o escamas. Queda la parte final, en la que el ácido consigue impregnar con los tonos tornasolados de los pescados la piel de las sardinas más viajeras de Donostia, que siempre, miran hacia la izquierda y tienen una aleta cuya forma identifica el propio artista con facilidad.

Y como quien manda una botella a la mar con una historia cuyo receptor desconoce, Mikel incluye en las latas que sirven de envoltorio a su sardina un cuento redactado por una amiga de la ikastola, Rakel Lertxundi, e ilustrado por su hermana, Ainhoa Aranburu.

En breve tiene previsto realizar un curso de pintura con el objeto de que sus fondos marinos ganen en cuerpo y realismo. No quiere parar.

Y es que cuando se accede al comercio de Mikel se pueden ver bolsos de mano, cubiertos con redes de pura cepa de Getaria, realizados por una amiga cuyo contacto tuvo, también, un inicio curioso. La madre de la chica accedió al establecimiento atraída por el trabajo de Mikel, le habló a su vez del de su hija, que producía bolsos. Finalmente establecieron el contacto y de ahí nacieron los singulares bolsos con cremallera rematada con una cabeza de... efectivamente, sardina.

Zinc pero también papel. Otro de sus “experimentos” pasa por aplicar una técnica japonesa, gyotaku, para elaborar unos originales cuadros. La receta tiene su truco. Se impregna el pescado en tinta, se envuelve con papel de arroz y así se consigue transferir la imagen. “Esta es la técnica que usaban los japoneses cuando no existía la fotografía para mostrar sus capturas”, explica el artista donostiarra. Con esas imágenes como base, y con la colaboración de su amigo Antxon Agirrezabala, ha hecho transferencias digitales para realizar cuadernos y cuadros “más económicos”.

En esta cadena de colaboraciones participa su otra hermana, y socia, Olatz, a la que se le ocurrió confeccionar collares con las sardinas, que empezaron colgadas de un simple cordón, y han ido sumando detalles. Y, dentro de poco tiempo, algunos peces nadarán sobre platos diseñados y elaborados expresamente para Mikel por el taller Zeramix.

el precio Durante estos cuatro años a Mikel le ha dado tiempo de pulir muchas sardinas pero también otros aspectos de su trabajo, como el precio. Y es que en su taller hay obras que van desde los 15-20 euros de una sardina a los mas de 300 que cuesta algunos de sus cuadros. Pero, para hacerlo más fácil, invita a que cada cliente pueda realizar su propio montaje con elementos que pone a su disposición. Diez sardinas y un besugo en una pared pueden evocar todo un océano.