Comienzan a charlar poco después de encontrarse en el pasillo. A pesar de vivir bajo el mismo techo, apenas se conocen. Son mujeres de paso que esperan un soplo de aire favorable en sus vidas. "En agosto dormía en la estación del tren de Donostia. A la gente le decía que tenía casa, la de la persona a la que cuidaba, pero en realidad por la noche me iba a la estación. Ahí dormía". La colombiana Rocío Vélez, de 53 años, acaba de salir de la ducha. Se seca el pelo con una toalla turbante mientras le cuenta a su compañera que se quedó sin trabajo, que se vio en la calle, y que menos mal que encontró este "entorno seguro" de Azpeitia en el que tiene lugar el encuentro.

Su habitación está en la parte de arriba de la vivienda. Acaba de bajar por una escalera circular y se ha encontrado en el pasillo con la haitiana Nadege Pierre, de 45 años, que asoma su cabeza por la puerta de su habitación. "Cuido de una persona mayor, pero son unas pocas horas a la semana que no me permiten afrontar ningún gasto". Las dos residen junto a otras compañeras en este piso que gestiona la Asociación Malen Etxea, que cuenta con otras dos viviendas para mujeres desempleadas en Zestoa y Zumaia.

MICROMECENAZGO

La pandemia ha barrido las maltrechas economías de estas cuidadoras precarizadas, que se han visto en la obligación de iniciar una campaña de micromecenazgo o 'crowdfundig' para reunir los 4.000 euros necesarios para pagar gastos corrientes, como el agua, la luz y el butano, con el fin de garantizar la viabilidad de estos pisos de acogida en Urola Kosta.

"Habría pedido posada donde fuera. No lo sé, no quiero ni pensar lo que sería de nosotras sin esta casa", dice la colombiana Jennifer Hoyos, de 45 años. Se aloja desde hace dos semanas en el piso de Zestoa. Cada usuaria hace su vida en estos pisos compartidos. No requieren de tutelas. "El problema no es otro que la economía", subraya Hoyos, que al igual que sus compañeras no tiene ingresos para pagar siquiera una habitación. "Trabajo dos horas limpiando una casa en Zumaia y así es imposible salir adelante sola. Estoy buscando la manera de ampliar mis ingresos. Mientras tanto, esta casa es como un oasis en medio de la desesperación", dice sentada en el sofá de la casa.

En la medida en que van encontrando algún empleo aquí y allá, las usuarias hacen aportaciones económicas para afrontar los gastos de las casas. La pandemia ha sido para todas ellas una sacudida tremenda de la que poco a poco van despertando.

SEGURIDAD SOCIAL

En Euskadi hay afiliados al sistema de la Seguridad Social 74.692 trabajadores extranjeros, 6.000 más que hace un año y 10.000 más que en abril de 2020, según los últimos datos correspondientes al mes de diciembre de 2021. Abril de 2020 fue una pesadilla, y su sombra sigue siendo muy alargada. "Dejó muchas secuelas. En cuanto se levantó el estado de alarma, estas mujeres se quedaron sin trabajo y se vieron en la calle", explica Silvia Carrizo, fundadora de Malen Etxea.

Es en ese contexto en el que la asociación firma un contrato de arrendamiento en precario con los ayuntamientos de Azpeitia y Zumaia. Bajo esta fórmula, los consistorios cedieron el uso y disfrute de las viviendas mientras que los gastos como la luz, el agua y el gas corrían a cuenta de Malen Etxea. "Ante la necesidad de tantas mujeres, durante este pasado año agotamos los fondos propios. Pensábamos que contaríamos con fondos de alguna institución, pero al final no ha podido ser así y ahora mismo no tenemos recursos", lamenta Jessica Guzman Correa, presidenta de esta organización, que hace un llamamiento a quienes quieran hacer una donación a través de las redes sociales de la asociación.

Se mueven en un sector, el de los cuidados, marcadamente precarizado. Carrizo precisa que "el problema no es tanto que no haya trabajo. Claro que lo hay para quienes tienen papeles y han hecho el curso de atención socio sanitaria a personas en domicilio. El problema pasa por las condiciones precarias, e inasumibles de tantas internas", precisa.

La nicaragüense Claudia Rodríguez da fe de ello. A sus 27 años, es la más joven de las mujeres que se han reunido en Azpeitia para hablar de su experiencia. "El año pasado me quedé sin empleo después de trabajar durante ocho años de interna. Tengo todo en regla, pero aún así no es fácil encontrar algo. De interna, desde luego, no tenía posibilidad de formarme", dice la joven, que quiere estudiar Enfermería y trabaja "cuando me llaman" en una residencia.

"ESCLAVIZADAS 24 HORAS AL DÍA"

No quiere volver a trabajar de interna, y Carrizo explica por qué. "Estamos hablando de mujeres que por mil euros al mes están esclavizadas 24 horas al día, durante los siete días de la semana, los 365 días del año". Una situación de explotación que además se perpetúa en la medida en que no hay tiempo para formarse.

La edad es un problema añadido. "Es algo que vamos a tener que ir trabajando a partir de ahora", dice la fundadora de Malen Etxea en relación a mujeres mayores de 55 años que no encuentran trabajo y se han quedado en terreno de nadie. "Es muy importante mantener estas casas para estas personas, tan aquejadas de problemas de salud, de dolores de espalda".

En los casos en que no hay firmado un convenio bilateral con los países de origen, como sucede con Nicaragua, "la jubilación es prácticamente una quimera", en la medida en que no se computan los años que cotizaron en sus países.