- Si la quietud reina por la mañana, ya por la tarde, una vez realizada la compra de rigor, una extraña sensación de abatimiento, cansancio y miedo se adueña de unas calles desiertas. Un lunes a todas luces inusual bajo un elocuente manto de silencio. En la Calzada de Ategorrieta, en el mismo lugar donde suele ser habitual el griterío de tantos escolares, Jacinta Sánchez camina con dos bolsas de la compra. Es la única estampa animada en esta calle gris que parece congelada en el tiempo. "Ya no saldré de casa hasta el viernes, no le puedo dejar solo". La mujer se hace entender tras su mascarilla, esa que tan alejada parecía de la sociedad guipuzcoana -"eso era cosa de China y de Italia"-, y que ayer era una constante en la calle, mientras se conocía un día más los efectos de la pandemia: más de 9.000 infectados por coronavirus en el Estado y 26 casos nuevos en Gipuzkoa.

Son cifras que se tornan insoportables y Jacinta no quiere que su marido, enfermo crónico y con un acusado deterioro cognitivo, se convierta en una de las 89 personas infectadas del territorio, 28 de ellas hospitalizadas. "Hago lo posible para que no le pase nada. Él, además, no quiere que le deje con nadie. Está en situación de riesgo y tengo que cuidarle". La mujer, que regresaba del ambulatorio de Gros, se despedía, lamentando no haber encontrado el Sintrom para su marido. En la farmacia habitual se había agotado y buscaba otra botica porque la salud de su marido así lo requería.

La presencia policial es constante estos días donde casi todo el mundo conoce ya la gravedad de lo que está ocurriendo. No se ven deportistas, ni surfistas. Solo desplazamientos puntuales en vehículos privados. Todos van camino del trabajo. Circulan autobuses urbanos semivacíos con el chófer atrincherado bajo el precinto de seguridad. Sobre todo se ven vecinos con la bolsa en mano para hacer la compra. En Errenteria, un día más, no dan abasto.

Mikel Usandizaga aguarda a que vacíen el establecimiento de palés para introducir la enésima carga de alimentos en un comercio donde hay muchas ansias de compra. "Este fin de semana no hemos parado", dice sorprendido el hombre, a pesar de los constantes llamamientos a la calma.

Antonia Caballero, de 72 años, está, en cambio, al frente de un puesto de verduras huérfano de gentes, nada que ver con lo que ocurre en un día ordinario. "La mascarilla me la puse hace dos semanas y algunos me tildaban de exagerada, me decían que no era para tanto, pero yo sabía lo que venía. Mi hija trabaja en un hospital de Madrid, conocía de primera mano lo que estaba ocurriendo, y ahora lo estamos viendo".

La tendera despacha manzanas y cebollas a un cliente en esta plaza de entrada al centro comercial Niessen. Es un lugar de encuentro y bullicio que ayer parecía muerto. "No podía dejar a mis clientas tiradas. Los dos puestos de aquí al lado han decretado el cierre pero yo, adoptando todas las medidas de seguridad necesarias, tenía que estar presente". Llega en ese momento el propietario de un kebab cercano, que le pide una docena de huevos. El hombre, que prefiere no revelar su identidad, se muestra preocupado. "El Gobierno de Pedro Sánchez ha anunciado ayudas, pero no sabemos en qué van a concretarse. Tengo que pagar el alquiler del local, mi mujer está embarazada y esta situación nos tiene descolocados".

Sigue la presencia policial, tanto de la Ertzaintza como de la Guardia Municipal. La consigna es clara. Nada de movimientos innecesarios, salvo para ir al trabajo. Hay agentes que se muestran insistentes y que ponen alguna que otra traba para recabar información, más necesaria que nunca estos días, como reconoció el propio Gobierno español al decretar el estado de alarma. En Errenteria, a primera hora de la mañana, se registró un altercado con una patrulla que tuvo sus más y sus menos con el quiosquero. El hombre trataba de hacerles ver que estaba autorizado para abrir su negocio.

Así lo hizo también Josemi Hernández, que ayer repartía el periódico sin hablar más de lo necesario. Apostado en la ventanilla del establecimiento, colocaba las monedas sobre una esponja previamente desinfectada. "La gente tiene mucho miedo, pero en general se está portando bien. Compra y se va". Justo en ese instante llega un cliente. "Es que el miedo es libre", le decía mientras tomaba un ejemplar de NOTICIAS DE GIPUZKOA.

Cada uno de los tañidos de campana de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción parecen resonar en todo Oarsoaldea. La gente se cruza por la calle pero apenas se para a hablar. Quienes no llevan mascarilla cubren su rostro con un pañuelo, y los pocos paseantes son los dueños de perros. "Se impone un cambio de hábitos estos días, y hay que asumir que es un cambio tan drástico como necesario. Tiempo habrá de tocarnos, de hablar de fútbol y de todo lo demás", reconoce el quiosquero. "A mí me trae sin cuidado. En el trabajo he estado en un sinfín de ocasiones con fiebre y catarro. Pero ahora estamos hablando de una pandemia, y hay que actuar en consecuencia porque lo que está en juego es la salud de nuestros mayores y desde este puesto de trabajo podría contagiar a muchas personas". De hecho, su padre, de 86 años, estos días no le ayuda a su hijo como acostumbra. Es una de tantas personas cuya salud puede verse comprometida y se ha quedado en casa.

Hay mayores que viven solos y que salen a la calle, siquiera para respirar unos instantes. Así lo hacía ayer una mujer de 91 años en los soportales de un bloque de viviendas de la calle de Atarizar, frente a la Avenida de Ategorrieta. Decía que no quería hablar. "Estoy con un pie y medio en el otro lado", decía bajándose la mascarilla un par de segundos para continuar tirando del taca-taca en el que se apoyaba para estirar las piernas.

No todo era triste. Desde una ventana de la calle de enfrente se escucha el ritmo sincopado de los acordes que rasga con su guitarra un joven a ritmo de samba. Hay quienes hacen de la paciencia virtud, algo que no puede demostrar estos días Antonio Campocosio. El hombre no da abasto con el reparto de bombonas de gas. "Nos las están pidiendo en muchos domicilios pero por el momento no podemos porque no tenemos las mascarillas necesarias. Se han agotado, y así no podemos comprometer la seguridad de los mayores", decía el hombre cargando unas bombonas.

Los carteros también están tomando todas las medidas de precaución necesarias. Nada de pasar el dedo por la PDA como habitualmente se pide a los clientes de Correos. "Entregamos todo en el buzón, nada de notificaciones", explica Aritz Díaz Varela a la entrada de un portal.

Tras él, en la calle Viteri de Errenteria, varias personas en fila aguardaban pacientemente para entrar en una farmacia en la que cuatro sanitarias con mascarilla trabajaban visiblemente estresadas.