Vivir en lo que hoy es Mendaro hace un siglo poco tenía que ver con lo que supone hacerlo hoy, en tiempos de vías rápidas y coches con navegador, con estación de tren y un hospital comarcal incluidos en el pueblo. Antes de que Mendaro se constituyese en municipio en 1983 solo existían Elgoibar y Mutriku. Y entre medias, dos barrios separados por el río: Azpilgoeta, perteneciente a Mutriku; y Garagartza, de Elgoibar. Ni siquiera se llevaban bien los unos con los otros “y teníamos pique jugando a fútbol”, recuerda Ramón Lazkano, un veterano de 67 años, de la parte de Elgoibar. Vivían allí “dejados de la mano de Dios”, como se dice vulgarmente, y no les quedaba más remedio que sacarse las castañas del fuego en auzolan. Los habitantes de los caseríos de uno y otro lado del río, “cada barrio por su cuenta”, eso sí, se unían para realizar los trabajos comunitarios.

Los seis kilómetros que les separaban de Elgoibar eran un mundo y los 12 de Mutriku, el abismo. De ese espíritu de trabajo en comunidad, de ayudarse entre vecinos, nació lo que hoy es Sendi Anaitasuna Elkartea, una asociación en la que durante décadas los vecinos del pueblo eran apuntados nada más nacer, como quien va al registro. Hoy, con miedo a que en 20 o 25 años se pueda perder esta tradición, los vecinos de Mendaro explican el funcionamiento de una sociedad que ya consideran “patrimonio local”.

En resumen, cada vez que fallece un vecino del pueblo, cualquiera de los 848 registrados, los restantes, exceptuando la familia del finado, pagan los gastos funerarios y del sepelio a escote. Actualmente son 2,5 euros por persona cada vez que hay un muerto. “Nosotros, por ejemplo, somos cuatro en casa, y cada vez que fallece un vecino, ponemos diez euros”, reconoce Ramón.

En estos tiempos de Internet y banda ancha, los cargos se efectúan ya por giro bancario, y se cargan directamente en la cuenta corriente de cada uno de los titulares. Son 308 familias con 848 miembros los que apechugan actualmente cada vez que fallece un vecino. Pero “hace apenas diez años”, eran los miembros de la junta directiva (rotatoria) quienes iban “casa por casa a recoger el dinero”. Tardaban días.

“Me acuerdo, además, que cuando pasaban tenías que tener el dinero justo, porque el que venía a cobrar nunca llevaba cambios”, rememora Amaia Mendikute, miembro de la actual junta directiva que componen cuatro personas: José Antonio Olaskoaga, un getariarra de 74 años que lleva más de 40 casado y residiendo en Mendaro. Cuando le explicaron el sistema, nada más dar el sí quiero, se sorprendió. Hoy, lo considera con algo propio, enraizado. Junto a él, Ramón Lazkano, oriundo del barrio de Garagartza; y dos mujeres de 38 y 40 años, respectivamente, Edurne Olazabal y Amaia Mendikute. Ambas son socias de Sendi Anaitasuna desde que eran bebés.

“Antes era algo automático, nacer y apuntarse; y ahora eso se está perdiendo. La gente que ha venido a Mendaro de otros pueblos no se incorpora y se puede decir que los socios somos las familias que somos oriundas de aquí. Se está perdiendo ese automatismo que había antes, de nacer y apuntar”, explica Edurne, la más joven de los cuatro.

Se reúnen en un local ubicado en los bajos de la estación de Euskotren, un espacio municipal cedido por el Ayuntamiento y que comparten con la oficina de Correos. En la pared de la entrada lucen unas fotos de familiares de la operaria de postal. Son como una gran familia.

Les pedimos visitar el cementerio. “¿Cuál de ellos?”, preguntan. En Mendaro hay dos. Uno en el antiguo lado de Mutriku, en Azpilgoeta, donde aún existen tumbas en el suelo, y otro en Garagartza, pegado al hospital comarcal de Mendaro. Casi puerta con puerta. Totalmente renovado. Elegimos este. Ramón abre un cajón y coge una llave. En cinco minutos estamos allí, entre nichos. Punto de encuentro hoy de decenas de familias que irán a rendir culto y recordar a sus seres queridos con motivo del Día de Todos los Santos.

La mayoría de los nichos lucen ya con ramos de flores, aunque José Antonio reconoce que últimamente, “de cada 20, quince prefieren incinerar, y eso que en los pueblos aún se mantiene lo de antes”, afirma.

Tras fallecer, los socios de Sendi Anaitasuna reposan en el mismo modelo de caja, sin distinción, salvo excepciones de fuerza mayor. Tienen pactada con la funeraria una “tarifa plana” para sus más de 800 socios; un precio que se actualiza cada dos años y lleva a recalcular la cuota a abonar por cada fallecimiento.

El año pasado, recuerda Amaia, “murieron 16 socios y a mí me tocó poner 40 euros. Y este año van nueve, así que no llega a 25 euros”. No hay cuotas anuales. Solo el pago prorrateado cada vez que un socio fallece. Lo justo para cubrir cada sepelio.

de multas y cantos El único remanente que tienen en la cuenta corriente, necesario para hacer frente a pequeños gastos de funcionamiento, lo obtienen de las multas que cada año se pone a los socios que no asisten a la junta anual ordinaria, que suele celebrarse el tercer domingo de enero. “Son 10 euros por cada ausencia sin justificar”, señala Amaia, y es obligado que al menos acuda un miembro de cada una de las 308 familias asociadas. La ausencia cuesta diez euros. “Con la tontería, como cada año faltan unas 80 personas, sacamos en multas unos 800 euros”, asegura Edurne Olazabal. “Y nadie protesta. Pagan religiosamente, la gente le tiene mucho respeto”, apostilla José Antonio Olaskoaga.

Otra pequeña ayuda llegó en años anteriores de las coplas de Santa Águeda. La recaudación de los coros que recorren el pueblo se destina cada año a diferentes asociaciones de Mendaro. “Hace dos años nos dieron el 100% y el año pasado el 50% de la recaudación”, recuerda Amaia.

El de Sendi Anaitasuna es un caso único en Gipuzkoa, enraizado hoy en todo lo que es Mendaro, pero que inicialmente pusieron en marcha solamente los vecinos del lado de Elgoibar. “En los estatutos que redactaron en 1952, que están escritos en euskera y castellano, figuran un total de 74 socios; eran 29 caseríos del barrio de Garagartza y luego también gente de la calle”, precisan.

En esos primeros registros documentales destaca la ficha de Josefa, nacida en un caserío local entre finales del siglo XIX y principios del XX (la fecha no se distingue: 1898 o 1908) y titular de Sendi Anaitasuna “desde antes de 1940”, sin especificar. Así figura en el documento elaborado con máquina de escribir por el secretario de la asociación a comienzos de los 50. Bajo la titularidad de Josefa, aparecen como socios beneficiarios varios miembros de su familia, incluida una “hija política”.

Pero la tendencia es a la baja en los últimos años. Mientras hace poco superaban ampliamente los 900 asociados, hoy son 848. “Yo lo que veo es que en 20 años se puede perder y nos daría mucha pena. Hoy en día fallecen los más mayores y a los jóvenes, aunque también siguen entrando algunos, les cuesta más asociarse. Se está quedando como algo de las familias de aquí”, relata Edurne. “Sobre todo los que no son nacidos aquí, ya tienen seguros propios y dicen que no van a pagar aparte”, añade Ramón.

Más flexibilidad Precisamente para sostener el número de asociados, el año pasado se aprobó un cambio de estatutos que flexibiliza las condiciones de acceso y establece, por otra parte, algunos límites que antes no había. Por ejemplo, antes había que estar empadronado a la fuerza en Mendaro. “Los que se iban a otro pueblo perdían el derecho”, explica Edurne. “Ahora no, puedes seguir siendo socio aunque te vayas a otro municipio, siempre y cuando hayas nacido aquí y seas enterrado aquí”, añade.

También se han establecido por primera vez cuotas de entrada a las personas mayores de 50 años. Mientas que antes cualquier persona podía asociarse sin ningún coste a cualquier edad, ahora se ha fijado una entrada de 50 euros para los mayores de 50 años y que asciende de forma escalonada hasta los 400 para mayores de 71.