El abrazo con esa palmadita que sabía a gloria es lo que más echa de menos. Mira que era bromista y cariñoso Julen, que casualmente nació el día de la madre, hasta que un día se fue. Sus cenizas fueron aventadas para siempre en el Pico del Loro de Donostia hace hoy siete años. Lucía el sol la última vez que Itziar Loinaz acudió al lugar donde la familia le brindó su última despedida. La entrevista tiene lugar un día que llueve a mares y algo le dice a la madre que no debe acudir. Siempre conviene escuchar a la naturaleza, que por algo es sabia, dice. “En alguna ocasión me ha ocurrido. Estar en el Pico del Loro, hablando con él, y de repente surge un mar embravecido con unas olas que comienzan a romper. Es como si la naturaleza, o él mismo, no sé, me estuvieran diciendo que basta por hoy”. Y se marcha por donde ha venido.

Itziar pone palabras a ese mundo interior que le atormenta desde hace siete años. La entrevista tiene lugar en Benta Berri, pero la cita para retratarse junto a su hermana la pospone para el día siguiente. Quiere una foto con más luz y brillo, como el que tenían los ojos de su hijo asesinado cuando tan solo tenía 13 años. “Echamos las cenizas aquí, en el mismo txokito donde solía venir en verano a jugar en la playa con sus hermanos: Mikel, Dani, Lucía y sus amigos”. Itziar y su hermana Elena se abrazan y lloran, ante la triste mirada de unos hombres que pescan desde la balconada.

A la tía de Julen no le gusta visitar este lugar. Itziar lo suele hacer, aunque esta semana le cuesta más porque según se ha ido acercando la fecha de su muerte, “todo resulta mucho más doloroso”, solloza la madre. “Quisiera que estuviera conmigo, pero he de ser realista y admitir que no volverá”.

Cuando regresó tras lo ocurrido por primera vez al barrio de El Antiguo, donde Julen se había criado, si veía a algún amigo del crío, casi sin darse cuenta seguía su pista con la vana esperanza de encontrárselo tras alguna esquina. Pero nunca aparecía. Hoy se cumplen siete años desde aquella mañana en la que Julen recibió una puñalada de su padre en el pecho, hechos por los que fue juzgado y condenado a 19 años de cárcel. El jurado consideró probado que Luis Serrano mató a su hijo por “venganza” contra la madre, que había tomado la decisión de separarse de él. Itziar no quiere ni nombrar a su expareja.

Solo tiene palabras para ese niño bromista y encantador, al que le gustaba tirar petardos en Nochevieja. Un jovencito que a sus 13 años asumía sus responsabilidades, como cuando cuidaba de su hermana Lucía, que por aquel entonces solo tenía dos años, pero que todavía recuerda las crestas de espuma al estilo punki que le hacía en la bañera.

Tres hijos maravillosos

Hablando de todo ello, la mirada de Itziar se pierde en el tiempo. “Siempre que vengo al Pico del Loro mantengo un diálogo con él. Al principio, le pedía perdón por no haber sido capaz de salvar su vida, por no haberme dado cuenta de lo que podía pasar. Me sentía muy culpable. No supe ver lo que estaba por venir. No lo superaré jamás, pero hay que seguir adelante, sobre todo porque tengo otros tres hijos maravillosos”, trata de animarse esta madre coraje de 47 años.

Un crimen difícil de entender. Ninguna madre tiene la culpa de que su pareja, por venganza, haya asesinado con frialdad y alevosía a lo que más quiere en el mundo. Itziar le ha dado un millón de vueltas a la cabeza para volver una y otra vez a la casilla de salida. Resulta imposible superar tanto dolor, pero el motor de su vida no se ha apagado, y se llama Mikel, Dani y Lucía. “Sé que vais a leer este reportaje, y por eso os doy las gracias. Gracias a los tres por ser mis hijos. Os volvería a tener un millón de veces”. A Itziar le acompaña Elena, su hermana, que también le quiere dar las gracias a sus padres.

Las dos se secan las lágrimas mientras miran hacia la piscina desde la cristalera del bar del Polideportivo de Benta Berri, donde tiene lugar el primero de los dos encuentros con esta familia rota por el dolor. “Es como si le estuviera viendo todavía hoy, ahí abajo nadando”, se emociona la tía.

Las dos han aprendido a disimular sus sentimientos, a sonreír aunque estén llorando por dentro. Elena también está retrocediendo estos días siete años en el tiempo. “Estuve muchos meses sin comprender absolutamente nada. Es como si no te estuviera ocurriendo a ti. Vives como en una pesadilla. Ni siquiera entendía cómo podía ir la gente por la calle sonriendo, hasta que te das cuenta de que la vida sigue”, admite Elena.

Continúa, pero cambia por completo. “De algo así no te recuperas nunca. Todos los días está en la mente. Era como un ángel en vida, siempre con esa sonrisa, con esos abrazos...”. “Es lo que más echo de menos”, le interrumpe Itziar. “Sí, era especial para todo”, le responde su hermana. Estos días inevitablemente recuerda cada una de las vivencias con su sobrino, como el día que fue a comprarle un pijama y Julen le decía que no, que no le gustaba ninguno. “Es que son de viejo, tía”, le respondía gracioso el niño.

Sus padres, Luis e Itziar, tuvieron cuatro hijos en común. Vivían de alquiler en un piso del barrio de El Antiguo. Las cosas no iban nada bien, a lo que se sumaron cuantiosas pérdidas en el juego... En noviembre de 2011 Itziar dijo basta. Planteó el divorcio, algo que él quiso evitar a toda costa, autolesionándose con una navaja, por lo que tuvo que ingresar en un psiquiátrico. Fueron días muy agitados. Había cuatro hijos de por medio y la necesidad de reorganizar el día a día. “Ni siquiera hicimos las maletas. Metimos todas nuestras cosas en dos sacos de basura negros y nos repartimos en dos casas como pudimos”, rememora la madre del pequeño.

Itziar se quedó al cargo de Mikel, Dani y Lucía, marchándose a casa de su hermana mayor. Julen se fue a vivir con su tía a casa de sus aitonas. “Estudiaba al lado del bar asador Oihandar, donde trabajábamos. Todas las mañanas, antes de ir a la ikastola me ayudaba a hacer los cruasanes. Le encantaba poner el huevo encima de los bollos antes de meterlos al horno. Era goloso como su abuelo”. Elena también se ha culpado en más de una ocasión por haberlo dejado marchar aquella mañana en la que se despidió de él. “¿A dónde se va usted, caballero?”, recuerda que le dijo porque se marchaba al colegio sin darle un beso. “Me lo dio, y también un abrazo. Me sonrío y se fue. Ahí se acabó todo. La siguiente vez que pude verle ya fue a través de un cristal”, rompe a llorar la tía del niño que hoy tendría 20 años.

Orgullo de familia

Se marchó a las 7.45 horas. Su padre le abordó camino al instituto y lo convenció para que le acompañara al antiguo domicilio familiar, en el barrio donostiarra de Ondarreta. Movido por el resentimiento contra su hasta entonces esposa, que días antes había firmado los papeles de divorcio, el condenado acabó con la vida de su hijo. Rememorando todo aquello, Itziar se emociona de nuevo. Se acuerda de aquel cruasán al que le faltaba un cuerno y que Julen dejó para irse al colegio. “Nunca vino a comérselo a la vuelta, te debo un cruasán cariño”, lanza al viento Itziar. La charla se interrumpe por unos instantes. “No te preocupes, que es mejor sacarlo todo hacia afuera. Por mis tres hijos, con tal de que no me vean mal, he aprendido a llorar por dentro. Para que no sufran mis hijos trato de sonreír aunque esté llorando por dentro”, le mira a su hermana, que asiente.

Son tres niños los que han seguido sus vidas adelante con una entereza encomiable. Tres chavales que han ido creciendo. Mikel tiene 17 años. Dani cumplirá 16 el día de Navidad y son nueve los que luce Lucía. “Ellos no tienen la culpa de nada, y no quiero que me vean mal”. Elena le da la razón a su hermana. “Arrastran su sufrimiento particular”.

Imaginen el tormento familiar. Muere Julen y a las tres semanas se celebra el cumpleaños de su hermano Dani. “Para él fue muy duro, no entendía nada. Si es mi cumpleaños, ¿por qué estáis todos llorando?, se preguntaba el chaval”. De un día para otro, unos críos que andaban todo el día correteando por el barrio de El Antiguo se ven obligados a quedarse confinados en casa. Durante la primera semana, mientras su padre estuvo desaparecido y no se conocía al autor de los hechos, una patrulla de la Ertzaintza custodiaba la entrada del domicilio familiar. Y después cinco años y medio con escolta, hasta que se celebró el juicio, puesto que el autor de los hechos estuvo durante todo ese tiempo en libertad. “Mis hijos, que siempre habían sido muy independientes, de repente se encontraron con que no podían ni andar en bici. No podían bajar a por el pan, ni comprar chucherías, ni andar en patín”.

Las dos hermanas intercambian impresiones sobre lo que supuso vivir tanto tiempo con escolta. Coinciden en que lo que ganaron en seguridad lo perdieron en privacidad. “Tienes que programarlo absolutamente todo. Tienes que dar un parte con un día de antelación de lo que vas a hacer al día siguiente. Han sido muy buenos profesionales, pero sientes que cortan las alas a tu vida”.

La familia, que siempre ha sido una piña, está hoy todavía más unida. Se acercan “unas fechas jodidas” en las que los hijos están pendientes de su madre. “Dani quería venir a la entrevista, pero le he dicho que no, que su sitio está en la ikastola”. Itziar recuerda las palabras de Mikel, que de un día para otro se convirtió en el hermano mayor. “Me decía que había que tirar hacia adelante. Un día le pregunté qué estaba escuchando, y me puso una canción de Dani Martín, que la sentía como suya, y que ha pasado a convertirse en la canción de la familia”.

En el polideportivo de Benta Berri, mientras unos niños nadan en la piscina ahí abajo como lo hacía Julen en otro tiempo, su madre coge el móvil para mostrar la entrevista que concedió el que fuera líder de El Canto del Loco. Dice el artista que su vida cambió por completo cuando su hermana, con 35 años, falleció repentinamente de un infarto cerebral. “De un día para otro te encuentras con que se muere, y empiezas a vivir algo con lo que no contabas. Desde ese momento todo cambia en mi vida. Mi verdadero dolor ha sido ver a mi madre, porque perder a un hijo tiene que ser como que te arranquen de cuajo lo más hondo de ti. Mi relación cambió, y a partir de ahí es como si te convirtieras en el padre de tus padres. No es una carga, ni mucho menos. Lo volvería a hacer cien millones de veces”, reafirma el cantante.

Es lo mismo que le dice Mikel a su madre. “Ama, lo volvería a hacer cien millones de veces”. Itziar vuelve a tomar el móvil y pone la canción Mi lamento que compuso Dani Martín para expresar tanto tormento.

Solo queda mi lamento

Y decir: te quiero de verdad,

solo queda que aún te siento

y que siempre te voy a recordar.

Muero si no estás, y ya no estás...

La canción pone fin a la entrevista. Itziar se marcha a buscar a sus tres hijos a la ikastola. “Estoy súper orgullosa de ellos”. Su hermana le mira y le dice: “Te han quitado un ángel, pero tienes tres guerreros”.