“Aunque entierres miles de cadáveres, nunca olvidas tu primera vez”
Decenas de sepultureros desempeñan en Gipuzkoa un oficio “con mala imagen” que quieren dignificar Son funcionarios, personal de empresas especializadas y hasta vecinos que aún lo hacen en auzolan en zonas rurales
donostia - Gorka Lertxundi, donostiarra de 47 primaveras, lleva 18 años en este oficio; no le gusta que le llamen enterrador, sino sepulturero. Vio un anuncio de oferta pública de empleo y no lo dudó. Se presentó, junto a más de un centenar de candidatos, para el puesto que demandaba el Ayuntamiento de Donostia, que gestiona los cementerios municipales de Polloe (el más grande de Gipuzkoa), el de Altza y el de Igeldo. Hoy en día se conoce “todos los baches” de cada uno de ellos.
“Te puedes imaginar el cachondeo de amigos y gente de la cuadrilla cuando me cogieron”, asegura. “Una de las pruebas de acceso, la práctica, era meterse en una fosa común y hacer una limpieza; separar los restos, por un lado, y lo que fuera basura, por otro. Ahí fue la mayor criba porque muchos que estaban por delante en los exámenes vieron los restos debajo de sus pies y dijeron, ponme la escalera que yo salgo de aquí; y otros ni entraron. Entonces, ya quedamos menos”, recuerda Gorka, quien repasa el temario que tuvo que estudiar para sacar una de las dos plazas.
No es un trabajo atractivo, pero decenas de personas se dedican a él en Gipuzkoa. Alguien lo tiene que hacer. Muchos de ellos son funcionarios que trabajan en diversas labores dentro del cementerio, como es el caso de Donostia; en la actualidad principalmente son trabajos de mantenimiento, después de la drástica reducción de enterramientos debido al auge de la incineración. En Donostia son siete los sepultureros que el Ayuntamiento tiene en plantilla para sus tres cementerios y el crematorio municipal, donde el trabajo es menor y solo hay una persona de continuo.
En otras localidades más pequeñas, los sepultureros son empleados municipales que además desempeñan otras tareas de distinta naturaleza; pero también hay otros operarios que trabajan para empresas especializadas que en los últimos años ofrecen a varios municipios hacerse con la gestión integral de sus camposantos y tienen su propia plantilla de sepultureros.
Y aún en Gipuzkoa existen fórmulas ancestrales en algunos núcleos rurales y barrios donde son los propios vecinos quienes, en auzolan, cavan las fosas y sepultan a sus conciudadanos.
menos tumba y más mantenimiento “Cuando alguien no sabe dónde trabajo y empezamos a hablar del tema y se entera a qué me dedico, pues tengo una batería de preguntas esperándome...; eso siempre. Lo de sacar restos, la limpieza, los entierros, cuántos entierros hay...”, confiesa.
¿Y cuántos hay? “Pues muchos menos que antes. Me acuerdo que un día fueron 18 y otro sábado a la mañana, lo recuerdo perfectamente, 16; ahora hay cuatro, tres, dos... Puede que haya un día de ocho, aunque es raro y alguna vez ha sucedido que ninguno, algo que hace unos años era imposible”.
Recuerda a la perfección el lugar donde enterró a su primera persona. “Aunque entierres a miles de personas, la primera vez no se te olvida. Te puedo decir exactamente cuál es la sepultura. Al principio lo pasas mal. Aquí hubo un compañero que no quería ir a los entierros y prefería hacer cualquier otra cosa. Pero al final te acostumbras a todo. Aquí hay familiares y conocidos”.
“Tienes la sensación de que todo el mundo te está mirando porque están los familiares delante cuando trabajas, pero en realidad luego nadie se acuerda de ti. Al final aprendes y te pones en modo trabajo, serio. No puedes permitir que te afecte. Imagínate: si he enterrado a mil y pico personas o más, no puedo meterme en la piel de cada una. A veces mi madre me pregunta por uno u otro, pero ni me acuerdo. Leo el nombre, porque viene en la planificación del trabajo, pero luego lo olvido”, reconoce.
Sepultar un cadáver no es lo más duro para él. “Lo más complicado para mí es cuando tenemos que vaciar agujeros. Hacer una reducción, que significa sacar los restos y la basura; hay agujeros que hay diez o quince féretros y te encuentras de todo, porque las cajas son de madera pero se deshace y se vuelve tipo serrín; hay mucho trapo, plásticos, las ropas... Vamos con buzo, botas y mascarilla, pero al final muchas veces ni huele... Es lo más desagradable. Los ataúdes viejos tienen cristales y algún compañero se ha llegado a cortar”.
Pero su trabajo y el de sus compañeros es cada vez menos en las tumbas y más en el mantenimiento del recinto: coger la barredora, quitar hojas con la sopladora, pintar, arreglar fuentes... “Lo que más trabajo da es el mantenimiento”, asegura.
De ese modo, los 18 años en Polloe se le “han pasado muy rápido”. “El cura que estaba aquí cuando yo llegué, me decía: se te van a pasar los días aquí de dos en dos y que no hay que tener miedo de los muertos, sino de los vivos. Y tenía razón”. afirma.
Los sepultureros también hacen de improvisados guías de muchos visitantes y ayudan a personas que no pueden encaramarse a un panteón familiar para colocar o retirar un centro floral, ganándose su confianza. “Es una pasada toda la gente que viene aquí. Hay personas que vienen a diario; llevo 18 años trabajando y a un hombre le veo siempre; se le mató un hijo hace 22 años y no falla nunca. Llueva o truene”, explica.
“no pienso mucho en la muerte” ¿Qué es la muerte para ti?, le preguntamos. “No lo tengo muy claro. No pienso mucho en ello. Es el final de la partida. Lo que te hace ir con prisas por la vida, porque si no te murieses, no tendrías prisa. Yo suelo decir que es como el sorteo diario. Hay gente que tiene más boletos porque tiene más edad o lleva peor vida, pero por aquí han pasado deportistas, gente famosa, niños, jóvenes, mayores, de todo. Recuerdo que una vez, el mismo día, enterramos a dos personas de 102 y 103 años. Hay situaciones en las que el dolor es palpable, mientras que en otros el ambiente es más distendido, como con personas muy mayores”, reconoce.
“Lo que sí tengo claro es que cuando muera, no quiero que me metan en un agujero de estos. Que me incineren y me esparzan por ahí. Porque todo lo que se saca, se incinera luego. Al final todo el mundo acaba en cenizas y cuanto antes se haga, mejor”, concluye Gorka.
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