El 'rescate' del rey
Tras un año de escándalos, los resortes del Estado y la Casa Real aceleran su propaganda para lavar su imagen
donostia
LA entrevista de baño y masaje, pura hagiografía, que ayer por la noche Televisión Española realizó al rey de España con motivo de su 75 cumpleaños respondió a un capítulo más de la maquinaria propagandística cimentada en torno a su figura durante los últimos meses con la misión de limpiar su imagen y la de la Corona española en su conjunto tras un 2012 donde, salpicada por los escándalos, su estima entre los ciudadanos se ha despeñado. Los resortes del Estado, y no solo de la política de comunicación de la Casa Real, se han puesto manos a la obra para dulcificar la semblanza del monarca y, de paso, tender un puente que sirva de transición hacia su abdicación en favor del príncipe Felipe.
Destinado a devolverle su prestigio, la entrevista realizada por Jesús Hermida y el reportaje monográfico en el que participaron una treintena de personalidades de su generación fueron el punto y seguido, que no final, a los episodios orquestados tanto desde la televisión pública estatal -que el pasado septiembre estrenó un programa informativo semanal sobre las actividades de la realeza española- como desde la Casa Real a través, por ejemplo, del mensaje de Nochebuena, traducido por vez primera en las cuatro lenguas cooficiales en la web oficial. Su reunión con un reducido y selecto grupo de empresarios en La Zarzuela para reconducir el asunto de la implicación de su hija Cristina y su yerno Iñaki Urdangarin en el caso Nóos, o su puesta en escena en la Cumbre Iberoamericana en el instante más cruento de la crisis económica que azota a España, también han revestido su particular rescate.
Falta le hará, porque desde finales de 2011 la espiral degenerativa ha ido in crescendohasta cerrar un annus horribilis, expresión que ya acuñara curiosamente en 1992 la reina Isabel II de Inglaterra. Tras evidenciar sus primeros problemas de salud y ser caricaturizado en una revista, llegó la acusación de enriquecimiento ilegal de Urdangarin y una cascada de deslices que obligaron a Juan Carlos I a pedir perdón públicamente por primera vez en todo su reinado. Una vez apartado hace doce meses de la Casa Real por una conducta "poco ejemplar", en febrero de 2012 el marido de la infanta Cristina declaró en calidad de imputado en el caso Palma Arena, en el que se le acusa de delitos tan graves como la evasión de impuestos, fraude fiscal, prevaricación, falsedad documental y malversación de caudales públicos por un valor de 11 millones de euros a través del Instituto Nóos, organización sin ánimo de lucro que él mismo creó y presidió entre los años 2004 y 2006. El exjugador de balonmano negó las acusaciones y culpó a su socio Diego Torres de todo, aunque las pruebas y distintos testimonios apuntan a su culpabilidad. El fiscal anticorrupción Pedro Horrach fijó una fianza de cuatro millones que deberá pagar si no quiere ser embargado a la espera de iniciarse el juicio. Eso sí, aquella arenga que el monarca hizo hace un año en su discurso de que "la justicia debe ser igual para todos" quedó esta vez en el olvido.
En abril fue el rey quien lideró la escaleta de escándalos al romperse la cadera cuando asistía a una cacería de elefantes, especie en peligro de extinción, en Botsuana, desliz gracias al cual diversos medios hicieron eco de la presencia junto al monarca de una supuesta amante, la princesa Corinna zu Sayn-Wittegenstein, y del que tuvo que ser operado de urgencia de una fractura de cadera. Ocurrió todo ello en la peor semana de crisis monetaria en territorio español, en el momento en que se aprobaron durísimos ajustes a la población y mientras la prima de riesgo alcanzaba máximos históricos, provocando el lujoso safari de Juan Carlos I una ristra de críticas por parte de un sector de la clase política y de medios de comunicación que nunca antes se habían atrevido a hurgar en los problemas de la Corona. "Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir". Con esta lacónica frase de disculpa y gesto compungido desde la puerta de la habitación del centro hospitalario despachó el rey un suceso que no logró finiquitar la indignación. Semanas más tarde se permitió el lujo de regañar a su chófer a su llegada a un acto público por estacionarse mal e, ignorando que le grababan las cámaras, incluso le golpeó el hombro visiblemente molesto. A posteriori, fue su nieto mayor, Felipe Juan Froilán, el que se disparó en un pie al usar una escopeta regalada por su padre Jaime de Marichalar, exesposo de la infanta Elena, sin el permiso reglamentario.
A los incidentes se han unido los rumores que aseguran que el matrimonio real no intercambia palabra desde hace años -tres días tardó la reina Sofía en acudir a visitarle al hospital-; que ella pasa más tiempo fuera de España visitando a sus hermanos o de compras compulsivas en Londres; o que las infantas tampoco se hablan con la princesa Letizia, de la que se dice que en cuanto puede coge un avión rumbo a la Costa Azul o para hacerse operaciones de cirugía estética en Estados Unidos. No es de extrañar que el Centro de Investigaciones Sociológicas, dependiente de Vicepresidencia del Gobierno de Madrid, dejara de preguntar por la imagen de la Casa Real desde que la institución cosechara el primer suspenso de su historia en octubre de 2011. O que hace unos días un diario afín publicara una encuesta donde la figura del rey caía 26,3 puntos respecto al pasado año, una evaluación donde, a juicio de los interpelados, son ya más los que estiman que ha llegado el momento de la abdicación.
La edulcorada entrevista de ayer -algo inédito desde 2000-, el making of del mensaje de Nochebuena -capitalizado por la presencia del príncipe Felipe dirigiendo tanto el entorno como el contenido del mismo-, la creación en YouTube del canal de la Corona española, las editoriales de rigor en la prensa cercana y el cúmulo de reportajes televisivos marchan precisamente en esta dirección. No solamente en tratar de resurgir a la institución de sus cenizas, sino de poner alfombra rojigualda al hijo del rey para que recoja el testigo.
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