Errenteria. El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Mari Carmen Vázquez es la personificación de este viejo dicho, al que empezó a dar cuerpo, en su caso, hace doce años. En ese momento, esta vecina de Errenteria no imaginaba que en 2011 iba a perderlo todo: sus viviendas -una en Errenteria y otra en un pueblo de Badajoz- y la de sus padres, desahuciados por no poder hacer frente a una rehipoteca contraída con una entidad de ahorro en 1999. "Me he quedado sin casa, mis padres se van a la calle y, encima, tengo una deuda que no voy a poder pagar en la vida", expresa esta mujer de 40 años, casada y con dos hijos.
El penúltimo capítulo de sus tribulaciones se escribirá a mediados de diciembre, si antes no ocurre un milagro. La entidad financiera ha desahuciado a sus padres, cuyas pensiones escasamente suman mil euros al mes. Su madre, de 73 años, tiene severas minusvalías -deficiencias visuales, diabetes y cardiopatía- y su padre, de 76, sufre ciertos padecimientos psíquicos. El detalle más dramático es que hasta 1999 ese piso situado en el barrio de Beraun lo tenían absolutamente pagado desde hacía décadas. Para ellos, ese fatal año llevaba implícito el número del diablo, como ocurre si esa cifra se vuelve del revés.
promesa El origen de la tragedia comienza cuando sus progenitores se aventuran a prestar dinero a uno de sus hijos, quien había contraído unas considerables deudas. Carentes de liquidez, decidieron rehipotecar su piso a la entidad financiera por un valor de 172.000 euros, que fueron a los bolsillos de su retoño. Este, por su parte, se comprometió a hacerse cargo de esa nueva hipoteca, que suponía una cuota superior a los 800 euros al mes. Su hijo nunca cumplió lo prometido. Ni una mensualidad.
La alarma roja saltó porque las escuálidas pensiones de sus padres no podían hacer frente al préstamo. Es entonces cuando le hinca el diente al asunto Mari Carmen, la menor de seis hermanos, quienes se desentienden del problema debido a la gélida relación existente con su padre. "Era la ruina total para mis padres, se quedaban en la calle. Ellos sí que no tienen nada. Nunca han podido pagar, jamás. Se iban a quedar sin su vivienda y la entidad financiera me ofreció hacer frente a la hipoteca. Y acepto", narra esta mujer entre sollozos.
Este préstamo se sumaba a la hipoteca de 200.000 euros que Mari Carmen ya tenía contraída junto a su marido para pagar su propia vivienda. Es decir, más de 900 euros al mes. "He ido pagándolo todo como he podido", señala. Hasta que la deuda ya le resulta inasumible llegado el año 2006.
En ese momento, la entidad financiera le propone unificar ambos préstamos a su nombre. "Al unirlas, se supone que el interés es más bajo. Pero lo cierto es que ahora pago más del 17% de interés. Al mes son, en total, 1.700 euros de hipoteca", explica esta mujer bajo la atenta mirada de Dori Carro, una leal amiga que en todo momento le ha apoyado en este vía crucis y, en algún momento, le ha echado un capote económico.
desesperación Las estrecheces pecuniarias se hacen cada vez más evidentes. El trabajo como barrendero de su marido y su empleo como operaria de limpieza a media jornada suman en torno a 1.700 euros al mes. Insuficiente para salvar a sus padres del desahucio.
"Cuando en 2009 digo que ya no puedo pagar, el director de la sucursal de la zona me contesta: lo que tienes que hacer es entregarme las llaves de tu piso y se acabó toda la historia", recuerda con rabia y dolor aquella falta de tacto del responsable de la oficina de ahorro.
Aún así, Mari Carmen se defiende hasta el final. "Me he bandeado vendiendo un garaje que teníamos, pidiendo a mis amigas... Ha sido horroroso", evoca entre lágrimas.
La situación era desesperada y esta mujer decidió poner a la venta su propia vivienda para tomar oxígeno. Este mismo año la ha vendido a un precio de 180.000 euros, después de que la entidad financiera le emitiese un justificante para poder realizar la transacción. "Solo me ha faltado ponerme de rodillas para conseguirlo y, encima, tengo que pagarles 2.700 por levantamiento de hipoteca. Además, me dejaban venderlo si hacía un seguro de la casa de mis padres y la de Badajoz. Y ahora no puedo ni pagarlo. Lo tengo que hacer a través de mi amiga", se lamenta. A todo ello debe añadir el impuesto municipal que grava la plusvalía de la casa, que asciende a 1.800 euros.
Pese a desprenderse de su vivienda, la entidad de ahorro le reclama por ella 90.000 euros, fruto de los intereses "y gastos de abogados". Para intentar reducir esta cantidad, la caja "se va a quedar con la casa de Badajoz, y todavía quedará por pagar" porque esta vivienda, según los cálculos de Mari Carmen, tiene un valor de 20.000 euros.
Tras perder su vivienda, los cuatro componentes de esta familia viven ahora en un piso de alquiler, por el que abonan mensualmente 750 euros que "salen del sueldo de Manolo -su marido-". "Lo más barato que he encontrado", detalla. Curiosamente, esta casa se encuentra en el mismo portal que la residencia vendida. En concreto, justo encima.
La guinda final de este drama caerá a mediados de este mes, con la pérdida del piso de sus padres que ella intentaba pagar. La entidad financiera la tasó por el 60% del precio de la rehipoteca (172.000 euros), lo que significa que salió a subasta por 132.000 euros. Esto supone que, pese a perderlo, también deberá pagar una parte, aunque desconoce la cuantía. Según explica Mari Carmen, "no hubo compradores que pujaran, por lo que la propia compañía de ahorros se lo ha adjudicado". "Estamos esperando el desahucio", señala con resignación esta mujer. En este caso especifica que logró un comprador para esa casa que le daba 144.000 euros, pero en la entidad financiera hicieron oídos sordos. "Les llamé, y un empleado de las oficinas centrales me dijo que no quería saber nada de mí, ni hablar. Y me colgó el teléfono", declara con indignación.
medicación No son estas las únicas palabras hostiles que esta persona ha escuchado durante años de boca de empleados de la entidad de ahorro. "Les dije que esta deuda no voy a poder pagarla en la vida. Son 90.000 de mi piso vendido y lo que me va quedar del otro. Y el trabajador de esa oficina financiera me contestó: tranquila, tienes hijos que podrán pagar", reseña esta errenteriarra, cuyo estado anímico le obliga a tomar medicación porque "el día a día es horroroso" y se mantiene con firmeza ante las adversidades "por los chavales", ya que, si no, "hubiese tirado la toalla".
A pocos días de que sus septuagenarios padres se queden en la calle, Mari Carmen conjetura sobre soluciones temporales. "En mi casa no tengo sitio para que vivan. Estamos hablando con la asistenta social para que nos dé alguna salida. Es horroroso", reitera Mari Carmen, quien detalla que, ante su frágil estado psíquico, los médicos le "quieren dar la baja", pero ella rechaza esta posibilidad porque cobraría menos y no puede permitírselo.
A partir de ahora, las escuálidas nóminas de su marido y ella van a sufrir el embargo de una parte de la cuantía cobrada mensualmente para achicar la deuda, si bien estima que su infierno se cronificará. "No tengo para pagar el piso, la luz, el gas… Para dar de comer a los chavales hay que apretarse un montón el cinturón. Hemos pensado en vender el coche para quitarnos gastos, pero, entonces, mi marido no tendría medio de transporte para desplazarse al Antiguo (Donostia), donde empieza a trabajar a las cinco de la madrugada", desgrana.
Con todo, ella confía en salir de estas tinieblas en las que se ha visto envuelta por no dejar enfangados a sus padres años atrás. "Voy a ir pagando poco a poco pero, ¿cuando voy a terminar de pagar? Con buen corazón no se va a ningún sitio", razona Mari Carmen.