Dícese que el exceso de cualquier elemento genera rechazo, sensación de agotamiento y un malestar creciente. Tanta alegría, tanta algarabía emocionante nos transporta a un gozo permanente que termina por secar las ilusiones. Es posible que un exceso de juerga, comilonas, alcohólicos beberes y otros avatares esté cansando a un creciente número de ciudadanos que ya forman la legión de quienes rechazan la llegada de esta fiesta con sus compras, excesos y bullicios callejeros y familiares. Cada día es mayor el número de quienes expresan cansancio, desánimo y rechazo ante la llegada de estas alegrías multitudinarias que inundan nuestras vidas durante quince días y amenazan con llevar al personal a consultas médicas para aliviar el estrés desquiciante. Lo que para muchos es tiempo de celebrar y compartir, para otros, cada vez más, es tiempo de cansancio y agitación. Las depresiones asoman en número creciente en una sociedad cargada de calendarios populares y marchosos. Odio las navidades, estoy hasta las cartolas de los ritmos del vaivén divertido, se imponen los gritos angustiosos de quienes se ven sumergidos en un disfrutar sin tino. Muchos son los que ven con desánimo la llegada de Olentzero y Cía en el invierno del calendario. Es como si un frío sudor recorriese los cuerpos de quienes se someterán a la marcha de sentir los festejos como vivencias de alegría desbordada. Sientan la fiesta como un impulso vital compartido. Pongan freno al desbordamiento popular, que los tiempos de existencia pasional han llegado. Celebraciones multitudinarias arrasan ciudades y pueblos, y un puñado de bien pensantes murmurarán en el fondo de sus corazones,” Qué horror, llegó la Navidad”. Urte Berri On.