Cuenta una leyenda vikinga que, hace muchos siglos, Skade, una bella y silvestre princesa, vivía feliz en la isla de Selandia. Pero un día, un viejo dios exigió casarse con ella y sus padres accedieron sin su consentimiento. Pero ella, que no deseaba casarse, huyó, cruzó el mar Báltico y se escondió en un recóndito prado en Skandia. Según la leyenda, la princesa, aún vive feliz y en estado salvaje en algún bosque de la gran Escandinavia que, como se sabe, la componen Dinamarca, Suecia, Noruega, y, debido a su ubicación, también se suele incluir Islandia y Finlandia.
Una de las tantas maneras de conocer la región escandinava es aterrizar en Oslo. La primera impresión que percibe el visitante al llegar a la capital noruega es de una absoluta tranquilidad.
Sus ciudadanos parecen convivir con una imperturbable y exquisita educación (hasta los perros parecen educados para no violar con sus ladridos esa sagrada paz: no olvidemos que en Oslo se entrega el Premio Nobel de la Paz). Y nunca se oye una palabra más alta que otra entre los peatones y los numerosos ciclistas que se entrecruzan, a veces, peligrosamente. Las bicicletas son un signo de identidad de la ciudad y son muy respetadas.
De hecho, el Ayuntamiento está trabajando por la transformación ecológica de Oslo para conseguir que no circulen automóviles por su núcleo urbano. Esto es, transformarla en “una ciudad sin coches”, más verde, más parques, y más bancos para los viandantes.
Como ejemplo de su planificación urbana ecológica, no muy lejos de la Estación Central, se encuentra el Losaeter, un gran huerto urbano y lugar de trabajo del primer agricultor de la capital: Andreas Capjon.
En este sentido, el nuevo barrio de Vulkan, construido en una antigua área industrial en Akerselva, es un escaparate de la planificación urbana ecológica. Un distrito energéticamente eficiente con pozos geotérmicos, colmenas de abejas y placas solares que generan energía en los sistemas de refrigeración y de los ascensores de diversos edificios. Asimismo, las casas de la periferia lucen de plantas y flores que las imprime un especial encanto.
El arte, la cultura, la música, y las celebraciones folclóricas, sin olvidar el esquí, su deporte nacional, son otras de las constantes que van a acompañar al viajero.
Recorrido urbano
Oslo no es demasiado grande. Tiene unos 750.000 habitantes, lo que permite recorrerla en gran parte a pie. Puede iniciarse un itinerario partiendo del paseo Karl Johan Gate, que va desde la Estación Central de Ferrocarril hasta el Palacio Real.
Durante este recorrido puede disfrutarse de los músicos callejeros, que interpretan con una calidad profesional cualquier pieza clásica, y de algunos de los más prominentes edificios, como los del Parlamento, el Teatro Nacional o la Universidad; todos se encuentran en este paseo.
La moderna Oslo cuenta también con un vanguardista Teatro de Ballet y Ópera, ubicado cerca del puerto, que, por su originalidad arquitectónica llama poderosamente la atención. Su original y futurista arquitectura te dan la impresión de hallarte en un Museo de Arte Contemporáneo al aire libre. El arte tiene sus límites, pero la imaginación no los tiene.
Vigeland: un museo al aire libre
Si consideramos los museos como un síntoma o reflejo de cultura, Oslo, probablemente, se encuentre entre las ciudades más cultas del mundo. Son numerosos los museos con los que cuenta la ciudad. Uno de los más visitados es el de los Barcos Vikingos, en la península de Bigdoy. Allí puedes contemplar auténticos barcos con más de mil años de historia, que casi te sientes obligado a hacerles una reverencia.
Son varios los museos relacionados con el mar (el Vikingskipshuset, el Frammusset, el Kon-tiki, y el Norsk Maritimt), y visitarlos es la mejor manera de conocer las muchas dramáticas experiencias de los noruegos en los siete mares.
Pero, sin ninguna duda, el museo más visitado y famoso en el mundo es el de Vigelandsparken. Un gran recinto al aire libre espectacular y enigmático. El mayor pulmón verde en medio de la ciudad.
Los residentes lo disfrutan mucho, tanto en verano como en invierno, paseando, trotando o tomando el sol. Pero lo que tiene de impresionante este parque se debe al escultor Gustav Vigeland. El artista donó todas sus obras a la ciudad a condición de que pudieran exhibirse en un parque. Elaboró 212 grupos escultóricos en bronce, hierro y granito. Vigeland nunca explicó el significado de sus obras, pero el visitante quedará impactado por la fuerza y simbolismo de todas ellas, que se prestan a muchas interpretaciones sobre las etapas de la vida humana (infancia, adolescencia, maternidad y paternidad, ancianidad y mortalidad).
La grandeza, las emociones, y los conflictos se presentan de un modo hondamente sentido. Su artística gestualidad, su simbolismo y su profunda sentimentalidad, invitan a reflexionar mucho después de haber abandonado el parque. ¡Un motivo más para visitar Oslo!