El gigantesco complejo arqueológico de Angkor es la joya de la corona de Camboya. Se contabilizan cerca de mil templos hinduistas y budistas en una jungla de 400 kilómetros cuadrados, en las cercanías del lago Tonle Stap, y a 130 kilómetros de la frontera con Tailandia. A pocos kilómetros se encuentra la ciudad de Siem Reap, perfectamente acondicionada para los visitantes extranjeros y donde además de pubs, discotecas y frenéticos lugares de ocio nocturno podemos atrevernos a probar una variada colección de insectos, así como carne de cocodrilo y de serpiente. La bulliciosa capital de Phnom Phe está atestada de motocicletas que libran ruidosas batallas por su cuenta. Y luego están sus playas, tan paradisíacas y solitarias como en los países vecinos.   

Camboya también encierra un trágico pasado que no debemos olvidar. Según los organismos internacionales, es uno de los lugares con más desapariciones y fosas comunes del mundo. La terrible cicatriz que dejó el régimen genocida de las tropas del Partido Comunista Kampuchea, más conocido como los Jemeres Rojos, sigue muy presente. El museo Tuol Sleng de la capital es un antiguo centro de torturas y muestra las atrocidades cometidas entre 1975 y 1979. 

Antes de entrar en más detalles, conviene mostrar algunos datos informativos y prácticos. Camboya es un país pequeño, encajonado entre otros países. Limita con Tailandia al noroeste, con Laos al norte, con Vietnam al este y con el golfo de Tailandia al suroeste. Tiene una superficie de unos 180.000 kilómetros cuadrados, el doble que Portugal, y una población que no supera los 20 millones de habitantes. Es un poco de juguete. Durante los últimos 10-15 años, la economía ha crecido como la espuma. El sector textil, la agricultura y el turismo han logrado despertar el interés de la inversión extranjera y el comercio internacional. Además, guarda importantes yacimientos de petróleo y gas natural. La riqueza no ha llegado por igual a todas las capas de la sociedad; la desigualdad es notoria y lastra las cifras macroeconómicas.

La naturaleza se funde con la vida cotidiana. Pixabay

Este antiguo protectorado francés ha sufrido durante décadas enormes vaivenes políticos. Ha sido un polvorín, una fuente de conflicto constante. Su actual primer ministro, Hun Sen, llegó al poder tras asestar un golpe de Estado y está considerado como el presidente más longevo del planeta junto al presidente ecuatoguineano Teodoro Obiang y al ugandés Yoweri Museveni. Acumula tres décadas de liderazgo interrumpido. Es un mandatario continuamente cuestionado por sus prácticas poco democráticas. Y una curiosidad: tiene un ojo de cristal causado en su etapa como militante de los jemeres rojos. 

Otra anécdota más, en este caso relacionada con un artículo publicado en 2020 en la revista Ejército, del ministerio de Defensa. En sus páginas, la escritora y orientalista Elizabeth Manzo destapó una sorprendente historia: el aventurero manchego Blas Ruiz de Hernán González, con conexiones en el reino de los Jemeres a finales del siglo XVI, estuvo a punto de ser rey de Camboya. La biografía del explorador español es confusa y bastante desconocida. En el texto, titulado 'El hombre que pudo reinar', se aporta la sorprendente información. Finalmente, no hubo un Blas I de Camboya, pero casi. Esta curiosidad ilustra y conecta de alguna manera con la realidad camboyana de nuestros días. Es éste un país complejo, lleno de sorpresas, enormes contradicciones, luces y sombras y lugares por descubrir. Camboya tiene su punto.  

Los espectaculares prados de Camboya. Pixabay

Angkor Wat: Maravilla absoluta

El conocido blog de viajes en castellano Los Traveleros nos va a poner sobre la pista de nuestro primer destino: Siem Reap, ubicado al noroeste de Camboya, y que fue capital del imperio jemer de los siglos IX al XV. De ahí, toca un madrugón para ser el primero entre los cientos de turistas que se agolpan frente a la impresionante silueta de Angkor Wat. La espera se puede hacer eterna. En el blog llaman encarecidamente a armarse de paciencia. "Merece la pena estar allí nada más abren a las 5 horas para coger sitio en la primera fila. Así no tendrás que ir dando codazos para disfrutar del momento y sacar una foto preciosa. También te recomendamos tener a mano la linterna del móvil porque hay algunos pocos escalones en el camino hasta el templo".

Cuando el sol aparece tras las cinco torres con forma de nave espacial del majestuoso templo hinduista… se acabaron los agobios. La luz se refleja sobre el embalse sagrado que lo rodea. La recompensa es espectacular. Las primeras fotografías de nuestro destino serán la envidia de mochileros y coleccionistas de maravillas mundiales, aunque a muchos este templo no les suene de nada. Pero lo cierto es que existen pocos lugares en el mundo comparables a este núcleo de la civilización jemer, alma y símbolo de Camboya. Hay otros rincones mágicos en la zona, algunos de ellos ocultos tras la espesura de la jungla. Los más accesibles son los de Angkor Thom, Bayón y Banteay Srei.  

En Los Traveleros animan a visitar el interior de Angkor Wat. Sus argumentos son inapelables: "No solo tiene una fachada estupenda. Su interior es espectacular, lleno de galerías, pasillos y torres maravillosas. ¡Su famosa silueta incluso aparece en la bandera de Camboya! Puedes dedicar un día entero a recorrer sus más de 100 hectáreas. Angkor Wat se construyó en el siglo XII como templo hindú, pero con el tiempo acabó representando el budismo", explican.

Templo en Kampong Cham. Pixabay

Arena fina, aguas cristalinas

Las playas de Camboya todavía no están saturadas de turistas. Para la exploración de sus inmaculados arenales tendremos que desplazarnos más de 200 kilómetros al suroeste de la capital, en el golfo de Tailandia, con destino a la ciudad costera de Sihanoukville. A continuación, nos moveremos en ferri hasta la isla de Koh Rong, a una hora de distancia. El país mundialmente conocido por sus templos también es un paraíso playero. Resulta ideal para relajarse bajo el sol, pasear por arenas finísimas y darse un chapuzón en aguas cristalinas. 

Koh Rong es la segunda isla más grande de Camboya. Refugio histórico de mochileros y con una economía basada fundamentalmente en la pesca, su encanto natural está calando en el turista occidental. Cada vez se construyen más resorts, aunque por suerte son los menos. Antes de que a la isla se le acabe el encanto, uno puede disfrutar del ambiente sencillo y sin grandes lujos de los bungalós; descubrir el plancton fluorescente que se puede ver de noche, aunque el fenómeno no ocurre todos los días; salir por sus animados bares y discotecas; bucear y dejarse maravillar por las profundidades del mar; y recorrer un territorio que en su mayor parte se conserva virgen. Un último consejo. La isla Koh Rong Samloen es su hermana menor, está bastante menos explorada y es una gozada para los que busquen tranquilidad y sosiego. El edén actual de los mochileros en Camboya.

Playa Independencia de Camboya. Pixabay

1975, año cero de la tragedia

"Locura, horror y paranoia". Con estas tres palabras resumen en Amnistía Internacional la sangrienta historia del régimen del Jemer Rojo. El 17 de abril de 1975 el brazo armado del Partido Comunista entró en Phnom Penh y derrocó el corrupto régimen proamericano del general Lon Nol. Ese mismo día empezó la tragedia, obligando a desalojar la capital del país a cerca de tres millones de habitantes. Fue el primer acto genocida. Se calcula que en menos de cuatro años los soldados del Jemer Rojo acabaron con la vida de entre una quinta parte y un tercio de la sociedad camboyana. 

El intento de crear un hombre nuevo inspirado en los valores del maoísmo provocó la muerte de más de 1,5 millones de personas, la población equivalente a Barcelona. Fue una locura, una masacre distópica. "Locura al fin y al cabo", resumen desde el movimiento global que vela para que sean reconocidos y respetados los derechos humanos en todo el mundo. "Tras entrar en Phnom Penh, los jemeres rojos proclamaron el Año Cero de una nueva era. Para demostrar que sus proclamas iban en serio, volaron el edificio del banco nacional, quemaron todo el papel moneda, requisaron todos los vehículos y cerraron todos los hospitales".

Y eso fue solo el principio. "Sin tomarse un respiro para disfrutar de la victoria, y aduciendo el peligro de un bombardeo estadounidense, ordenaron a la población de tres millones de personas a evacuar la ciudad. A la una de la madrugada, con las calles ya vacías, cortaron el suministro de agua". Los jemeres rojos tenían como objetivo "purificar" Camboya y habían puesto todo su empeño en la construcción de "un hombre nuevo comunista, campesino, no contaminado por el capitalismo ni el individualismo". Y lo querían hacer inmediatamente. No lo lograron, pero durante tres años y ocho meses sembraron el terror reduciendo a cenizas todo lo que encontraban por el camino en su infructuosa labor por levantar una nueva nación a imagen y semejanza del ideal marxista.

Amnistía Internacional detalla con crudeza cuáles fueron los brutales métodos empleados. "De las decenas de millares de muertes que causó el régimen, muchas fueron por hambre, agotamiento o desesperación. Otras muchas, por la violencia de los jemeres rojos, que fusilaron o, más a menudo, degollaron o golpearon hasta la muerte a miles de personas para ahorrar balas". En este contexto apocalíptico e inhumano, las personas eran lo de menos. Los ciudadanos estaban despojados de los derechos más fundamentales. Solo se luchaba por una quimera. Hubo un lema que se hizo tristemente famoso entre aquellos que mostraban un mínimo de resistencia: "Perderte no es una pérdida y conservarte no tiene ningún valor".