La Comisión Europea ha presentado su plan para hacer frente al corte de suministro de gas ruso. A estas alturas parece ya evidente que la respuesta de Putin a las sanciones de la UE y la ayuda prestada por Europa a Ucrania va a consistir en dejar a Alemania y los Estados miembro centroeuropeos sin acceso al mar, carentes de abastecimiento gasístico. Si el parón del crecimiento económico y la inflación galopante ya han puesto a la UE en las primeras dificultades serias como consecuencia del conflicto, ahora nos enfrentamos a sacrificios y esfuerzos nunca vividos en el continente desde la posguerra mundial. Sin ambages, la Comisión ha bautizado su plan como Ahorra gas para un invierno seguro, dejando claro que se trata de que cada ciudadano y cada hogar puede ahorrar gas y pone el acento en el volumen de este combustible que se utiliza en sistemas de calefacción o refrigeración. El principal objetivo no es otro que garantizar el suministro de gas a las industrias fundamentales para evitar a todo trance la entrada en recesión de las principales economías del euro, Alemania y Francia.

La Comisión Europea (CE) quiere que la UE reduzca esta demanda en alrededor de 100bcm, hasta aproximadamente un tercio de lo habitual, para finales de este año, con el objetivo de aumentar la seguridad e independencia energética del bloque. Gazprom ha reducido un 60% de su capacidad los flujos a través del gasoducto Nord Stream 1, que atraviesa el Mar Báltico. Rusia ha negado que los cortes de suministro hayan sido deliberados, y Gazprom lo atribuye al retraso en la devolución, a causa de las sanciones, de los equipos que están en reparación.

Medidas nacionales

En Alemania, el Gobierno acaba de aprobar medidas que permiten operar a las centrales de carbón y petróleo que forman parte de la reserva energética de forma temporal hasta finales del próximo invierno. Además, ha firmado con Austria, Chequia y Dinamarca un pacto de solidaridad en materia de seguridad energética para no detener el envío de gas, aunque caiga el suministro ruso. En Hungría, tras decretar la emergencia energética, se pondrá en marcha en agosto un paquete de medidas que incluyen el aumento del precio del gas y electricidad en los hogares que consuman más energía que el promedio (210 kW). En Italia, el Gobierno ha anunciado que trabaja para decretar el racionamiento de las empresas energéticas, limitar el consumo tanto de calefacción como de alumbrado público o aumentar el uso de las centrales eléctricas de carbón. En Francia, Macron ha anunciado su intención prolongar hasta finales de año los “escudos de tarifas” del gas y de la electricidad, lo que supone que los precios están congelados. Grecia y Bulgaria inauguraron la semana pasada un gasoducto que suministrará hasta 3.000 millones de metros cúbicos de gas natural desde Azerbaiyán hasta Europa.

España y Portugal lograron un acuerdo con Bruselas que decretó “isla energética” a la península, lo que ha supuesto ya una rebaja del precio de la electricidad para ambos Estados. Pero más allá de este batiburrillo de medidas que cada cual está poniendo en marcha, el “sálvese quien pueda” no es la respuesta adecuada al desafío lanzado por Putin y a la ridícula dependencia europea del gas ruso, si consideramos a Moscú nuestro gran enemigo. De ahí que la Comisión plantee un plan que de fondo busca la solidaridad entre los Estados miembro y la toma de conciencia de los ciudadanos de que nuestro Estado del Bienestar requiere esfuerzos conjuntos. Bruselas plantea un plan de contingencia que recoge una serie de medidas para reducir la demanda de gas desde este mismo verano, pero también para incentivar que empresas e industrias recorten el consumo y sustituyan el gas por otras fuentes de energía, incluidos el carbón y la nuclear. También apoya firmemente la idea de subastas o sistemas de licitaciones para incentivar una reducción del consumo industrial permitiendo que las industrias ofrezcan esas reducciones del consumo de gas a cambio de compensación. Contempla incluso los “contratos de interrumpibilidad”, es decir, la concesión de compensaciones económicas para financiar una reducción predeterminada del consumo de gas durante un periodo de desconexión. Y llega a plantear que, si con todo no se ahorra suficiente, se deberá racionar el gas en Europa. En definitiva, si la UE fue capaz de ser solidaria en la pandemia con los países más afectados como España o Italia, ahora debemos volver a serlo con aquellos que más van a sufrir el nuevo ataque de Putin.