Por dónde corre el veneno
Hay que añadir que otra vía por la que se puede introducir también el veneno en el cuerpo es por las redes sociales
Ha pasado ya una semana del asesinato de Charles Kirk y hemos visto cómo ese hecho abyecto ha colmado la atención pública por el hecho de haber sido grabado en vivo y en directo. Desengañémonos: en el mundo de hoy, los acontecimientos infames tienen mucha más repercusión si hay cobertura de los mismos que si no la hay.
No es nada nuevo. Este es un momento difícil y polémico de la historia, la mera coexistencia está siendo amenazada como nunca antes en el ámbito mundial. Pero, en definitiva, si creemos seriamente en los derechos humanos, la violencia política no es la respuesta, independientemente de la ideología sobre la que se sustente. Lo sabemos muy bien en estas latitudes. De ahí que no hay excusa para no condenar cualquier agresión, y más si se materializa en un asesinato, ni hay argumentación que pueda justificarla. Se podrá informar de las circunstancias y del contexto en que ocurre, pero no cabe justificación alguna. Y si en lugar de una, son muchas, incluso muchísimas las muertes, ni les cuento.
Se dice que el veneno es cualquier sustancia que al ser introducida en el cuerpo, ya sea por ingestión, inhalación, contacto con la piel o por inyección, tiene el potencial de causar daño al organismo o incluso la muerte.
Creo que hay que añadir que otra vía por la que se puede introducir también el veneno en el cuerpo es por las redes sociales. O mejor dicho, los venenos, porque son varios. Son de tipología diversa, aunque a veces tienen características comunes. Una de ellas suele ser el odio, otra el dogmatismo en estado químicamente puro que lleva a la enfermedad del maniqueísmo, y hay más.
Otra consecuencia más es el abandono completo del debate de verdad, o sea, de una discusión argumentada y formal entre dos o más personas con opiniones contrapuestas sobre un tema específico, y que se distingue por seguir una estructura, turnos de palabra y la presencia de un moderador que garantice el respeto y la comprensión de lo que se trate. Eso que los más viejos del lugar veíamos en programas de televisión como La Clave y que tanto echamos de menos. Hoy sería casi imposible moderar un debate televisado porque las personas que acudirían presuntamente a debatir ya vienen aquejadas de estos males y muchas vendrían desprovistas de sustento argumental y armadas hasta las cartolas de epítetos. Cuanto más malsonantes y estridentes, mejor, para, a su vez, hacer clips que retroalimenten la bronca en redes sociales.
Seamos honestos con nosotros mismos. Hoy el debate ha desaparecido por completo. Incluso la política ya no se dirime en un intercambio de ideas en parlamentos, sino que ya llega allí decidida de la confrontación –que no debate– en las redes sociales. Pesa mucho más en política el número de likes y republicaciones en redes sociales que la ponderación real de unas medidas políticas respecto a otras.
Da igual la forma en que venga la estridencia. Que si los afroamericanos estaban mejor de esclavos, que si matar a unos esté bien y sea excusable –e incluso justificable– según de quién se trate, o cualquier otro despropósito. Los algoritmos de las redes sociales, al igual que algunos de los componentes de los venenos, están ahí para aumentar exponencialmente los efectos nocivos contra el organismo al que atacan.
Y es que tenemos que despertar al hecho de que las redes sociales no son otra cosa que empresas de publicidad que quieren que veamos lo más posible los anuncios que nos echan, por brevísimos que sean los vistazos que les echemos. Algo queda. Sus algoritmos están diseñados para crear la tormenta perfecta de visionados.
Pero a la vez propician comportamientos emotivos y emocionales que, a su vez, propician aún más visitas. Aportan el caldo de cultivo para la confrontación, a base de decir barbaridades como que un asalto a un contrario ideológico estuvo bien o que unas pocas muertes son el precio, perfectamente justificable, para garantizar el llamado derecho a portar armas.
Un/a adicto o adicta a redes sociales, directamente no habrá leído más allá de las dos o tres líneas de este artículo o de cualquier otro. Y, en la hipótesis improbable de que haya leído algo más, el mero hecho de ver que hay más opciones que el blanco y el negro, le repugna.
El maniqueísmo tampoco es novedoso. Fue una antigua religión. Hoy en día el término se utiliza para denotar esa visión simplista de la realidad que reduce las opciones a una oposición radical y absoluta entre el negro y el blanco, el bien absoluto y el mal absoluto. Con ello la foto ni siquiera se queda en blanco y negro –excusamos de hablar del resto de colores–. La foto sólo puede ser única y enteramente blanca, o negra.
El concepto de empatía también desaparece del mapa. De hecho, se llega incluso a afirmar en redes sociales que empatía es un término inventado de la nueva era que causa mucho daño.
Con todo ello, lo que se propicia es el odio frente al debate.
Bastan unos pocos ejemplos para ello. En redes sociales, los israelíes son genocidas o solamente se defienden. Hamás son héroes o terroristas. La realidad, la de verdad, es más compleja. El estado de Israel está perpetrando un genocidio en Gaza, y los de Hamás no son precisamente unos angelitos. Y todo ello viene de una realidad que se origina en 1948 con más limpiezas étnicas. Y se han producido otras barbaridades de lesa humanidad en el mundo, pero como apenas las hemos visto y no salen en redes sociales, pues nos resultan del todo indiferentes.
El derecho internacional define quienes son las víctimas. A igual conculcación, iguales derechos, sea quien sea el perpetrador o sean cuales fueren los números o las circunstancias. Se cree en los derechos humanos o no se cree en ellos. Ser selectivo claramente es síntoma de no creer en ellos, se diga lo que se diga en redes sociales.
El caso es que hay unas pocas herramientas para contrarrestar todo esto. El Reglamento (UE) 2022/2065 de Servicios Digitales es una normativa de la UE que crea un marco integral para la moderación de contenidos, la responsabilidad de las plataformas y la seguridad de los usuarios en toda la Unión Europea. Establece normas más estrictas para las plataformas de mayor tamaño, exigiendo una mayor transparencia, la mitigación de riesgos y la protección de los usuarios frente a contenidos ilegales y nocivos y la desinformación. Destaca en la misma la exigencia de que plataformas online –y por tanto también las redes sociales– aborden riesgos como las amenazas a la imparcialidad de las elecciones, la seguridad pública y la salud mental. En base a este reglamento, la UE ya ha impuesto multas multimillonarias a algunas empresas, como a Google.
Pero, que yo sepa, aún no ha intervenido respecto a redes sociales, que en el fondo son empresas de publicidad. Y empieza a ser imprescindible que las redes se vean obligadas a rediseñar sus algoritmos de forma que se prime el debate real y no la actual dinámica de la descalificación, de a ver quién la dice más gorda, o, dicho de otra forma, una dinámica que prima el odio en lugar del debate. Pero también hay que ser vigilantes en esto. China, por ejemplo, usa las redes sociales para controlar a sus ciudadanos y promover una sumisión y un nihilismo que no cuestione el poder.
Al final, la responsabilidad última es nuestra. Podemos seguir dando señales de apoyo incondicional a los manipuladores de turno con visionados, likes y republicaciones, o podemos pasar de ellos. En esto, como en todo, el devenir sólo está en nuestras manos.