Las dudas de Nico Williams han puesto foco en un debate que no se limita a las fichas estratosféricas de los futbolistas de élite. ¿Qué busca la juventud?; ¿se mueve principalmente por la retribución económica?; ¿en qué medida se siente identificada con la comunidad donde ha crecido y se ha formado? Son preguntas importantes en una sociedad envejecida y con bajas tasas de natalidad que se enfrenta a cambios radicales. Un contexto en el que la contribución de las personas jóvenes, siempre muy importante, es ahora elemento estratégico clave.

A menudo escuchamos, en las empresas y las entidades que intermedian para el empleo, comentarios sobre la dificultad para contratar y retener personas jóvenes cualificadas. Dificultades que se producen cuanto más alta es su cualificación. Según el Observatorio Vasco de la Juventud, el 69% de las personas de entre 30 y 34 años tiene titulación superior, y un 58% de quienes tienen entre 15 y 29 años son trilingües (castellano, euskera e inglés).

Una primera clave es la mayor movilidad geográfica. Según Deloitte, más de 17.800 jóvenes emigraron fuera de Euskadi en 2023. Otras personas jóvenes han llegado también a nuestra tierra, aunque su nivel formativo es muy inferior al de los que se van.

Son pocos los jóvenes que quieren trabajar en las condiciones que a menudo se les ofrecen. El salario no permite emanciparse, las condiciones laborales no se ajustan con sus valores y la tarea ofrecida se valora como aburrida. Y todo esto ocurre cuando las personas jóvenes apenas representan el 15% de la población vasca.

Las explicaciones más fáciles como “no aguantan”, “quieren todo fácil” o “no se comprometen” no entran en el ámbito de las causas y posibles soluciones. En nuestra opinión no es un problema de actitud sino de valores. Las generaciones anteriores crecieron con la idea del trabajo como esfuerzo y estabilidad, pero hoy priorizan más el bienestar emocional, la flexibilidad, el propósito y la coherencia ética. Según el Observatorio Vasco de la Juventud, 9 de cada 10 jóvenes prefieren un trabajo con buen horario y salario, así como estable e interesante. Pero 8 de cada 10 también señalan que quieren que sea un trabajo útil a la sociedad. No es que una visión sea mejor que la otra: simplemente, son diferentes.

Lo inmediato es la norma. La tecnología ha transformado la forma en que nos relacionamos, informamos y decidimos. Lo queremos todo aquí y ahora. Esta cultura de la inmediatez, alimentada por lo digital, también influye en cómo la juventud entiende el tiempo, el compromiso o el significado del trabajo. Una nueva manera de estar en el mundo que es necesario conocer y entender.

No obstante, la juventud no es un colectivo homogéneo. Hay personas jóvenes en situación precaria y otras con estabilidad económica, con o sin responsabilidades familiares, con mayor o menor formación, con diferentes identidades de género o con distintos itinerarios migratorios. Esa diversidad debe ser reconocida si queremos diseñar respuestas adecuadas y justas.

No es extraño escuchar frases como “en mi vida, lo más importante no es el trabajo, es construir una comunidad, trabajar para el cambio social…” junto a otras como “el trabajo en empresa es monótono” o simplemente “creo que me explotan”. Estas visiones son una tendencia en la que se percibe a las empresas operando con modelos jerárquicos y rígidos. Los jóvenes reclaman entornos más humanos, horizontales y coherentes con los valores que comparten como generación.

Este alejamiento del entorno empresarial se debe en parte a un rechazo de lo que se conoce pero también a un desconocimiento. Las personas que trabajan satisfactoriamente en las empresas no existen para los jóvenes, no son referentes porque no aparecen en las redes sociales ni en los medios.

Frente a este contexto complejo y multidimensional la psicología social puede aportar una mirada clave. Esta disciplina nos ayuda a entender por qué cambian las motivaciones de las nuevas generaciones, cómo se construyen las identidades profesionales y qué elementos favorecen –o bloquean– la conexión entre personas y organizaciones. Incorporar esta perspectiva en la gestión del talento es fundamental.

Necesitamos una visión transformadora, que conecte las políticas públicas, la realidad empresarial y las aspiraciones de la juventud. Esa visión pasa por repensar la idea de competitividad, equilibrando necesidades y expectativas y buscando una sociedad que genere bienestar, cohesión y sostenibilidad. Todas las partes tienen que dar respuesta a los nuevos retos como sociedad. Y en el centro de este nuevo paradigma está la ética y praxis del cuidado.

El cuidado es un principio estructurante de una sociedad avanzada. Autocuidado, cuidado mutuo, respeto por lo que otros han construido antes y cuidado de lo común. Como señala la filósofa Victoria Camps, asumir el cuidado como propósito compartido supone abandonar la lógica individualista y apostar por una lógica de la interdependencia. Porque somos vulnerables, y esa vulnerabilidad compartida es también la base de nuestra fuerza colectiva.

Este cambio no parte de cero. En Euskadi contamos con una cultura rica en valores. Conceptos como la excelencia en la gestión, el liderazgo ético, la participación y el desarrollo de las personas forman parte de nuestras intenciones, no siempre cumplidas plenamente. El modelo cooperativo muestra que es posible otra forma de hacer empresa: más democrática, corresponsable y orientada al bien común. Fuera de este modelo otras empresas han sabido crear también un entorno laboral atractivo, a través de la transparencia y la participación. Son muchos los ejemplos de organizaciones que han entendido que cuidar y atraer talento no es una concesión sino una estrategia de futuro.

Es también importante el esfuerzo sostenido de la formación profesional vasca para mantenerse como referente de innovación, calidad y conexión con el tejido productivo. Y también de nuestras universidades para la formación del talento, la investigación aplicada y la conexión con los retos sociales y económicos del país, siendo espacios cada vez más comprometidos con la sostenibilidad, la inclusión y la innovación. Estos avances son importantes pero queda mucho camino por recorrer, también en el espacio de la relación y la colaboración entre los centros formativos y el tejido empresarial.

Como una nueva marca en este camino, este próximo mes de octubre queremos dar un paso en el diálogo entre la juventud y el mundo empresarial a través de una reunión de personas de ambos ámbitos para contrastar visiones y propuestas sobre el futuro del trabajo. Se celebrará en el marco de la 31ª Semana Europea de la Gestión Avanzada, evento organizado por Euskalit.

Implicar a las y los jóvenes en el diseño del modelo de relación profesional es un acto de inteligencia colectiva, necesario para avanzar como sociedad.