La paz no puede esperar
Afortunadamente hay bastante consenso acerca de que la paz es mucho más que la ausencia de guerra
Palabra corta de alargada sombra bajo la que se cobijan concepciones diversas y dispares. Una de ellas idolatra la pax romana de ayer, norteamericana hoy, y de los cementerios siempre. Es la que impone un orden militarizado y el silencio de sus súbditos. Para esta concepción la paz es sólo el paréntesis entre dos o más guerras. Es la paz de las necrópolis. Una segunda, idealista, piensa la paz haciendo las paces y confía en el diálogo, en el sentido común y en los tratados internacionales. Hay una tercera que hermana la paz con la justicia; es la que, prefiriendo la vía pacífica a la violencia, reconoce el derecho de los pueblos a rebelarse, incluso con armas, frente a dictaduras prolongadas e ignominiosas que matan a mansalva con las bombas de la pobreza y del colonialismo. La paz justa prefiere el camino de la fuerza de la razón, pero a veces ha de elegir otros caminos. La paz justa en todo caso simpatiza mucho más con Kant y con Grocio que con Thomas Hobbes. Hay otras muchas ideas sobre la paz tantas al menos como sobre la guerra. En el caso de la paz justa ésta no es lo opuesto de la guerra, es mucho más: es la fraternidad compartida, la equidad, la calidad de vida democrática.
Afortunadamente hay bastante consenso acerca de que la paz es mucho más que la ausencia de guerra. Frente a la paz negativa que se conforma con un orden en calma, y por eso termina aceptando resignadamente el statu quo, la paz positiva busca anular o reducir todas las expresiones de violencia a través de la justicia social, de la satisfacción de las necesidades básicas, de los derechos civiles y políticos individuales y colectivos, de la democracia, de la libertad, y por las vías de la autonomía, del diálogo, de la solidaridad, de la integración y de la igualdad. De modo que construir la paz significa superar toda violencia estructural. Ello requiere una nueva geocultura del desarrollo y una revolución ética. Si dejamos, como decía Eduardo Galeano, el pesimismo para tiempos mejores y nos ponemos optimistas, podremos identificar la ruta de la paz por los siguientes caminos entre otros.
La reconstrucción del multilateralismo como espacio de negociación y construcción de acuerdos internacionales. Olvidarnos de la palabra victoria y establecer medios de resolución de conflictos entre naciones, etnias, confesiones religiosas; mediante transferencias positivas de negociar e intercambiar, generando empatías. Superar la cultura de la civilización antagónica por una geocultura de la de la pluralidad y el respeto entre estados, mundos y ciudadanías. Proceder de inmediato al desarme, en primer lugar el nuclear. Colocar la geoeconomía bajo los valores de la geopolítica desde el cuidado de la ética. Emprender la globalización desde abajo, desde la sociedad civil de los de abajo, vinculando lo macro y lo micro desde la defensa de la armonía, la complementariedad y la colaboración. Elaborar y acordar herramientas internacionales que sean eficaces para detener conflictos y canalizar soluciones pacíficas. La democratización de la democracia como tarea permanente.
La paz está en peligro. En los tiempos actuales en que el sistema de las relaciones internacionales está siendo profundamente erosionado por tentaciones totalitarias que hacen de la guerra fuente de confrontación entre civilizaciones, el deber de la paz justa es oponerse a las guerras y, en particular, luchar porque los responsables sean juzgados por crímenes contra la humanidad y contra la relación civilizada entre naciones. El deber de la paz es en consecuencia rebelarse contra los gobiernos imperialistas e iniciadores de guerras.
La paz justa está llena de símbolos individuales y colectivos, estéticos y significativos que forman el tejido de una nueva cultura. Y la cultura es inicialmente, un comportamiento cotidiano, una respuesta personal que promueve la socialización de valores y de una cultura comunitaria. Ello significa recuperar valores perdidos y generar unos nuevos tanto para la vida pública como para la privada, para la acción exterior como para la vida doméstica, como para lo local y para lo planetario. Quiero decir desarrollar una ética global que desacredite las guerras de conquista y los rearmes. Presupone democratizar el conocimiento y el diálogo y la violencia de los poderosos, superar la idea de integración unilateral y educar para la crítica y la disidencia.
La paz justa pasa hoy por el desarme general y por el actuar sobre la raíz de los conflictos y no sólo sobre sus manifestaciones. Exige actuar para un nuevo contrato social y para el fin del patriarcado. Educar para la solidaridad y para la indignación. Cerrando el circulo, exige educar para la paz.
Vivimos una salvaje colisión entre barbaries. Pero aún peor, Estados Unidos se permite determinar por su cuenta quién le amenaza. Así se produce la ratificación de su hegemonía y el designio de expandir el modelo de capitalismo propio, norteamericano, para que alcance el último rincón del globo.
En la hora en que escribo estas notas ya la guerra mejor dicho las guerras están en marcha amenazando la sobrevivencia de la humanidad. La paz, está asediada por la industria militar. La OTAN, en manos de Estados Unidos, pide a gritos su clausura y el fin de la carrera armamentista y la suspensión del intercambio de misiles-bomba como primer paso. Y junto con ello la reconstrucción de Naciones Unidas, una alianza ahora en declive No hay que olvidar que la fabricación y comercio de armas actúan como presión permanente. Las guerras reclaman más armas y nuevas armas reclaman más guerras.
En 1980 el argentino Pérez Esquivel premio Nóbel de la Paz, afirmó en su discurso de Oslo, que la paz no se regala, la paz se construye. Lo mismo ocurre con la democracia. Y añadió: “para lograr la paz nuestra sociedad debe ser rebelde. Hay que ser rebelde frente a las injusticias”. hay que ser rebelde frente, a la miseria, frente al hambre, frente a la OTAN. Una democracia significa derechos e igualdad para todos y todas. No para algunas elites que se creen los privilegiados. Más pronto que tarde volveremos a votar. ¿Qué votaremos? Tenemos que votar políticas claras al servicio del pueblo. No a aquellas que nos quitan la educación pública y gratuita que tenemos. Hay que mejorar la salud pública, la educación pública. “Por favor, no voten a sus verdugos”, dice Pérez Esquivel.
Pero lo cierto es que las guerras son invocadas en nombre de la paz (Trump dice buscar la paz haciendo la guerra). Naturalmente, mienten. Las guerras matan en nombre de Dios, en nombre del progreso, de la civilización, en nombre de la paz. Todo vale para hacer del mundo un gran matadero, afirma Eduardo Galeano. Es lo que está haciendo Netanhayu matando y matando en una campaña de exterminio. Siempre he pensado que esto ocurriría, nunca he creído en la buena voluntad del estado de Israel y sus gobiernos. El sionismo no dejará de perseguir su sueño: conquistar toda la Palestina histórica. Para el sionismo todas las guerras persiguen el objetivo de sumar nuevos territorios a los territorios que ya domina y que es ahora objeto de una limpieza étnica sistemática. Y también, toda negociación en torno a una mesa es utilizada para hacer creer a las comunidad internacional, pero lo cierto es que el sionismo no negocia. Su lenguaje es el de la muerte. Matar y matar.