Recuerdo la primera vez que vi la película El sexto sentido. De entrada, el filme me pareció entretenido, manteniendo el interés y la tensión por el desarrollo de la historia. Todo fenomenal hasta que, al cuarto de hora de la trama, se incorporó a mi lado un familiar que desbarató toda la magia del filme. —Ya la he visto —me dijo—. Bruce Willis está muerto. El suspense, el argumento y toda la atracción de la peli, a tomar por saco. Adelantado el final, lo intermedio dejaba de tener interés. En el “culebrón” de la política española no sé si hemos llegado anticipadamente al final. Pero la evolución de los acontecimientos de las últimas semanas vaticinaba un desenlace truculento. Y el cataclismo —no sabemos si el definitivo— llegó el jueves, con el levantamiento del secreto de sumario de una pieza judicial independiente del denominado caso ‘Koldo’ y la publicación de un informe de casi 500 páginas en el que la investigación de la Guardia civil revelaba las conversaciones y tejemanejes que, supuestamente, habrían protagonizado diversos responsables socialistas en relación con la adjudicación de obra pública.

Entre ellos, y de manera especial, el navarro Santos Cerdán, secretario de Organización del PSOE y número tres de Pedro Sánchez en Ferraz. Ya desde fechas anteriores, el nombre del dirigente socialista navarro había circulado por los mentideros políticos y mediáticos de la capital del reino. Pero su implicación en toda la acusación del “fango” estaba por probar, y él, un hombre recio y curtido en mil batallas, había negado radicalmente todas las imputaciones. Pero en la mañana del jueves, desvelado el informe de la UCO, Cerdán pasó de ser dirigente íntegro a sospechoso verosímil de corrupción. Las presuntas pruebas, divulgadas por una mayoría de medios de comunicación, suponían munición letal para una oposición que llevaba semanas acosando a los socialistas y a su gobierno, al que habían bautizado como “la mafia”. Y Pedro Sánchez, que siempre había apoyado a Cerdán por ser éste, hasta entonces, un servidor titánico, se atragantó con las evidencias que cuestionaban su comportamiento. La acusación era tan fuerte, tan grave, que aquello auguraba un desenlace inmediato. Así lo esperaban los socios parlamentarios de Sánchez, que abandonaron su papel de expectantes para reclamarle transparencia y responsabilidad en la respuesta. Y Cerdán, el interlocutor de lo imposible, que había posibilitado acuerdos in extremis con los compañeros parlamentarios de Sánchez, cayó aquella misma tarde.

Según anunció en rueda de prensa un cariacontecido Pedro Sánchez, su frustración al conocer el informe de la Guardia Civil le llevó a una profunda “decepción”, exigiendo del navarro su dimisión como responsable de Organización de la Ejecutiva Socialista y la entrega de su acta de diputado en el Congreso. Pedro Sánchez actuó con celeridad. No tenía otra salida. Pidió perdón a la ciudadanía, anunció una renovación de su Ejecutiva Federal y prometió una auditoría externa que vigilara las cuentas de su partido por si la corrupción había impregnado su organización. Fueron las reacciones de primera hora ante las informaciones —también— de un primer momento. Reacciones válidas, pero insuficientes. La herida en el Partido Socialista era profunda. Ya no se trataba de un ataque de la oposición, una guerra sucia informativa o el lawfare de jueces y fiscales politizados y movilizados contra el Ejecutivo de la Moncloa. No, era una actuación corrupta de su segundo secretario de Organización. Primero fue Ábalos, y luego su sustituto, Santos. Supuestas actuaciones indignas recogidas en grabaciones de audio que, también supuestamente, fueron compiladas por su “protegido”, Koldo García.

Conversaciones registradas y guardadas desde hace varios años. (¿Quién graba conversaciones privadas con sus colaboradores? ¿Con qué motivo?) Una herida, no sé si mortal, pero que puede hacer desangrarse a Pedro Sánchez, el “resistente”, quien ya ha expresado su voluntad de agotar la legislatura, sin dar pábulo a quienes reclaman la disolución de las Cortes y la convocatoria adelantada de elecciones. La tozudez de Sánchez en este caso hace pensar que llevará hasta el final su mandato, aunque sea en un proceso agónico que le conduzca a un calvario semanal en el que su equilibrio parlamentario —amén de nuevas revelaciones que puedan surgir— sea insostenible. Pero la fragilidad en los apoyos parlamentarios no significa que pueda resultar victoriosa una moción de censura que pudiera presentar el PP como alternativa al caos. Núñez Feijóo no presentará moción de censura alguna. Sabe que ninguno de quienes hoy apoyan a Sánchez le dará sus votos. Es más, se ha ganado a pulso la enemistad del resto de los grupos de la Cámara, excepción hecha de los ultras de Vox. Por eso, en lugar de intentar acercarse a formaciones que pudieran, matemáticamente, facilitar su alternativa, las ha insultado, llamando “cómplices” de la corrupción a nacionalistas vascos y catalanes.

Esta misma semana, el Partido Popular había ampliado la distancia de la trinchera que les separa de los nacionalistas vascos con las impresentables actuaciones y declaraciones realizadas en torno al euskera. La insólita actitud de la presidenta de la Comunidad de Madrid en relación con el uso oficial del euskera por el lehendakari en la reunión de presidentes autonómicos recordó a pronunciamientos de tiempos pasados en los que la lengua vasca fue proscrita, su utilización prohibida, sancionada y represaliada, imponiendo la supremacía obligatoria del castellano. Ayuso nos recordó aquello de “habla en cristiano” que se decía a los vascohablantes, y las posteriores explicaciones de sus seguidores populares, despreciando la oficialidad del euskera y acusando a los vascos de hacerse los “ofendiditos”, no han hecho sino afianzar la firme voluntad de que con este PP los nacionalistas no irán ni a heredar.

Resulta paradójico que quien necesita apoyos se comporte con tanta soberbia y descubra su perfil centralista, unitarista y negador de los derechos básicos de una comunidad, como la vasca, que desea ser respetada con la misma legitimidad con la que ella respeta otras realidades como la española. Comenzamos con el tufillo, seguimos con el ruido y ha terminado aflorando la porquería. Pero no, esta película no se ha acabado. Aunque sepamos que Bruce Willis está muerto. Intuyo que aún faltan informaciones que empañen aún más el panorama. Y que Pedro Sánchez y los suyos den más explicaciones y concreten nuevas acciones que apuntalen la precaria situación en la que se encuentran. Guatemala y guatepeor. Triste panorama.